Uno de los rasgos de nuestra especie como seres humanos es que poseemos el don de la expresión y de la comunicación a través del lenguaje articulado, que se manifiesta a lo largo y ancho de la tierra, a través de miles de lenguas y de hablas.
Es una realidad innegable. Los estudios lingüísticos tienden, desde que se han configurado como tales, a describir, caracterizar y analizar cada una de tales lenguas o idiomas; siguiendo pautas respetuosas, ya que toda manifestación del ser humano merece siempre un respeto.
En nuestro país, pese a que el castellano sea la lengua dominante y, por fortuna para los castellano-hablantes, una de las lenguas más habladas en todo el mundo, no quiere decir que no haya otras, que merecen la misma consideración y el mismo respeto, ya que las hablan cientos de miles de personas, en un caso (el vascuence o euskera), o millones en otros (el catalán y el gallego).
El vascuence es, además, una de las lenguas más antiguas y de orígenes más enigmáticos del mundo. Mientras que castellano, catalán y gallego son lenguas hermanas, ya que todas ellas proceden del latín, como lengua madre de todas ellas.
En nuestros tiempos salmantinos, cuando cursábamos estudios de filología románica en la facultad de letras, no solo estudiábamos el castellano, sino que había asimismo una atención para el gallego (en una materia impartida por José Luis Pensado) y el catalán (en otra, a cargo del salmantino José Antonio Pascual, miembro de la RAE y colaborador con Joan Corominas del Diccionario etimológico de la lengua castellana, obra imprescindible para el conocimiento de nuestro idioma, obra ¡de un catalán!. Y, además, en la facultad de letras salmantina, enseñaba uno de los mayores sabios en indoeuropeo, el vasco Luis Michelena o Koldo Michelena (1915-1987), que, al tiempo, sería uno de los artífices de la unificación del vascuence.
¿Y cómo va a ser malo que, en el parlamento español, los representantes del pueblo se expresen, además de en castellano (como hará la mayoría), en todas las demás lenguas que se hablan en nuestra país, reconocidas por nuestra carta magna?
¿Es que en este campo, como en el climático y otros, también hemos de darnos con los negacionistas? Vivimos en un país marcado por la pluralidad, también en el ámbito lingüístico, y tal realidad no hemos de negarla, sino de respetarla.
Y, por fortuna para la cultura y literatura de nuestro país, contamos con grandísimos escritores y escritoras, en cada una de tales lenguas.
Así, forman parte de nuestro patrimonio y los leemos con deleite, por poner, las galaicas cantigas de amigo, o escritores gallegos como Rosalía de Castro, Eduardo Pondal, Castelao, Celso Emilio Ferreiro… y otros muchos; o catalanes como Jacinto Verdaguer, Joan Maragall (tan querido por Unamuno), Carles Riba, Mercé Rodoreda, J. V. Foix, Salvador Espriu… y un número mucho más dilatado de autores, que constituyen un patrimonio irrenunciable para nuestro país, como las lenguas en que escriben, que son las mismas en las que se expresan, como lenguas maternas un número considerable de conciudadanos nuestros.
¿Y vamos a negar esa realidad que nos pertenece?
Tendríamos que hablar no de discordia alguna, sino de concordia de las lenguas. Seamos respetuosos.
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