Cualquier ser vivo reacciona al daño –ahí está el ejemplo del toro bravo- revolviéndose contra el maltratador. Los políticos también reaccionan ante la crítica, aunque no todos den la sensación de estar vivos. Pero, una vez más, la izquierda se lleva la palma en este tema. La derecha suele ser más pastueña; por desgana o por timidez, parece más indolente, como si el tema no fuera con ella.
El golpe de Estado del 11-O –el más breve de la historia-, aunque tímidamente anunciado, no dejó de ser una declaración por sorpresa. El que se pretende dar con el visto bueno de Sánchez tendrá cualquier particularidad menos la sorpresa. Lo están repitiendo hasta la saciedad y el Gobierno no sólo está enterado del plan, sino que pretende negociar las contraprestaciones. Sánchez tiene hechos los cálculos: con ser doloroso el ultraje a España, es más importante conservar el cargo.
Destacados dirigentes socialistas han roto su silencio y, ante la gravedad del intento, han salido del anonimato para expresar su rechazo. Otras veces lo han hecho con la boca pequeña para no perder puntos, pero en esta ocasión culpan a Sánchez de la debacle del 23-J y de la deriva que ha tomado el partido, por tratar de mantenerse en el gobierno apoyado en los partidos que amenazan la unidad de España, el régimen democrático y su Constitución.
Si al rechazo de sus propios compañeros de partido se unen las declaraciones de políticos de la oposición, la izquierda suele atacar con argumentos que pretenden justificar las decisiones criticadas. Tratándose de dirigentes de la derecha, la réplica del ejecutivo en bloque es unánime e instantánea. La Oficina de Consignas para Réplicas (OCR) se pone en marcha y Ministros/as, Portavoces, Subsecretarios/as, Directores/as Generales y demás acólitos del Gobierno reciben la correspondiente consigna para que sea repetida –literalmente- cada vez que tengan un micrófono a su alcance.
La semana pasada, el ex Presidente Aznar se mostró radicalmente contrario a una amnistía, cualquier tipo de referéndum selectivo y la negociación del Gobierno con el prófugo Puigdemont. Es decir, lo mismo que dice la mayoría de españoles, incluidos no pocos socialistas, cansados de ver cómo se pretende acabar con la unidad de España, nuestra democracia, la Constitución y, de paso, con la monarquía. Ante tanto rechazo, la reacción ha sido instantánea. El coro de ayudas de cámara del emperador Sánchez ha puesto a Aznar a caer de un burro. Esta vez, la palabra clave es “golpista”. La primera persona en pronunciar el exabrupto ha sido la ministra portavoz Isabel Rodríguez. Para esta señora, declararse contrario a las negociaciones del Gobierno con independentistas, prófugos y amigos de los terroristas sólo lo hacen los golpistas. Dicho y hecho. Como papagayos criados en las jaulas de La Moncloa, todo el orfeón monclovita repitió ante las cámaras que Aznar es un golpista, que debe salir urgentemente Feijóo a pedirle una rectificación y que el PP está incitando a un levantamiento.
El respeto y la obediencia tienen un límite. Cuando el súbdito se viste por los pies, debe poner reparos antes de aceptar lo que es contrario a su conciencia. Hablando de gente sin personalidad ni escrúpulos, podemos asistir a situaciones como la actual. El ciudadano de la calle debe ser consciente de que tiene compromisos morales y cívicos, y que debe asumirlos en situaciones de riesgo. Por eso, el Sr. Aznar se mostró fiel a su conciencia, y la dúctil Isabel Rodríguez no quiso salirse del rebaño que pastorea Sánchez.
El golpe –y Sánchez lo sabe- es el que pretende dar la Generalitat en cuanto firme el complot. Ni un minuto más tarde. Para entonces, contarán con la correspondiente licencia que facilitará el “encaje” jurídico que se saque Sánchez de la manga de alguna toga. A continuación, el independentismo vasco se apuntará a pedir “lo suyo”. Sánchez seguirá viajando en el Falcon, pero España estará hecha unos zorros.
Si a pesar de ser España una democracia encauzada, tuviéramos una Constitución en la que no figurara ni la amnistía ni la estampa de un Ejecutivo que, para poder gobernar, se presta a las mismas maniobras y mentiras que está exhibiendo Sánchez, estoy convencido de que recibiría las mismas críticas que, vista su reacción, ya comienzan a preocuparle.
Todo ello quiere decir que las reprobaciones a Sánchez no son incitaciones al levantamiento. Demuestran sencillamente que si, a sus socios de Gobierno y a los partidos que exigen todo aquello que le habían negado todos los gobiernos anteriores al suyo, unimos los menguados sanchistas que aún resisten, el resto de españoles –una holgada mayoría- también estarían dispuestos a darle la espalda. No sólo eso, están convencidos de que España no se merece un Presidente tan perjuro y alevoso como el actual, y que ya es hora de ponerlo de manifiesto. Nadie, salvo el Gobierno y sus socios, habla de levantamientos y guerra civilismo; eso es otra consigna salida de la OCR. Se trata de manifestarse públicamente para que dentro y fuera de España se sepa la verdad, que vean lo que supone tener un presidente sin escrúpulos al frente del único gobierno demócrata con miembros comunistas.
La espada de Damocles que pende sobre España no viene de Aznar ni de Feijóo, -ni del cacareado mantra de resucitar el franquismo-, viene del deseo de echar tierra sobre el incendio provocado por Sánchez.
El momento es muy delicado porque, a la prepotencia del presidente hay que añadir el cerco levantado a ciertos poderes del Estado. No estamos –todavía- en una dictadura, pero no tardaremos mucho en estarlo si no protestamos. Cuando el pueblo español se ha manifestado en masa, dejando en casa las diferencias partidarias, los gobiernos de turno han tomado rigurosa nota. Enfrentarse a la calle suele tener reflejo en las urnas.
A la vista de los acontecimientos, y la más que probable bajada de pantalones de Sánchez, no vale cruzarse de brazos; nadie vendrá de fuera a solucionar nuestros problemas. El verdadero golpista está ahora en La Moncloa y, desde que subió al poder, está poniendo en práctica el golpe de Estado en pequeñas dosis. Todos los ataques que ha sufrido la Constitución llevan su visto bueno. Por eso mismo, antes de que remate su obra, es imprescindible que todos los españoles que estamos orgullosos de serlo pongamos de manifiesto nuestro más completo rechazo. Sin estridencias, sin alterar el orden público, sin causar daños a nadie, pero firmemente decididos a rechazar cualquier ataque a la unidad de España, a la democracia y la ley. Ese es el verdadero y único camino. Entiéndase que cuando hablo de todos los españoles que están orgullosos de serlo, coloco en primer lugar a nuestro Rey Felipe VI, sin cuya firma no es posible poner en marcha cualquiera de las felonías que pretende Sánchez.
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