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'El no sé qué'
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El apunte de ana pedrero

'El no sé qué'

Actualizado 17/09/2023 22:28
Ana Pedrero

"Ha sido una tarde raruna, de no sé qué, de una puerta grande de Talavante que sabe a poco"

Hay días que sales con un no sé qué de la plaza. Un no sé qué agridulce que no es decepción pero tampoco la alegría que da una tarde de triunfo. Cartel estrella de la feria; ese cartel que llena la plaza de aficionados y no aficionados, de entendidos y de aquellos a los que les gusta el postureo más que a un tonto un lápiz y no esperan siquiera a que el toro doble para tirarse en plancha escaleras abajo en pos del siguiente gintónise.

A otros, llevados por el entusiasmo del paisanaje extremeño y el orgullo patrio, les daba por abrir un paraguas con la bandera de España como si estuviésemos en una verbena de pueblo. Gloria a Dios en las altieas y que viva España, como el pasodoble de Manolo Escobar, y que viva Perú, y la cotidiana ceniza del del puraco del balconcillo de arriba lloviendo como las cenizas del Vesubio sobre Pompeya; y las decenas de cámaras en todo lo alto de quienes disfrutan más de mandar un vídeo por whatsApp a las amistades que de paladear la emoción, la sensaciones del directo.

De todo hubo en los tendidos, y no todo para mayor gloria de la tauromaquia, de esto que llamamos fiesta, que no es la fiesta de Blas, un guateque de los 60, por mucho whisky on the rocks que campase por la plaza. A ocho leuros la copa, triunfo seguro en la caja del bar.

Y no es que una no se alegre de ver una plaza llena, por el ambiente, por la magia, por la misma plaza, por el empresario, porque es lo que garantiza la continuidad. Pero una plaza es un templo a cielo abierto, una letanía de ritos a la que se debe acudir con el debido respeto, el mismo que delante de mí en el tendido le inculcaban dos parejas a sus tres niños; el mismo respeto, y también entusiasmo, con que los niños del palco de niños sentirán mañana al entrar en una plaza de toros, cavando los cimientos de una afición para toda la vida.

Han sido tantos los carteles estrellas estrellados que intento acudir siempre con las expectativas a la baja, no por mal fario, sino para evitar decepciones. De lo que aconteció en el ruedo darán fe las crónicas

Ha sido una tarde raruna, de no sé qué, de una puerta grande de Talavante que sabe a poco, que necesitaba más argumentos que el inicio rodilla en tierra con un pase cambiado por la espalda y un estoconazo fulminante al que abría plaza o pasajes intermitentes -algunos de gran altura por la izquierda, el grán pitón del toro- con el bravo cuarto, con el viento molestando durante toda la faena. No fue por falta de voluntad del toreo, un torerazo que es capaz de hacer magia, pero la propia tarde no le dejó ir a más.

A De Justo ni el apellido ni la tarde le hicieron justicia, después de la templada y asentada faena al segundo por el pitón derecho. Sonaba entonces el pasodoble como la sinfonía de los que llegan arriba sin que nadie les regale nada, sólo con la verdad del toreo sin mafias, sin trampas, sin intercambio de cromos. A mí me emocionaba verlo con las zapatillas asentadas, puto temple. Pero la magia se rompió en el pitón izquierdo, donde nada había que sacar, y terminó diluyéndose con el fallo a espadas. Con el bravo quinto del Puerto, Jaquetón, que pedía el carné, que hizo honor a la bravura, encastado, exigente, con codicia, firmó pasajes desiguales a causa del viento, algunos de gran altura, jugándosela de verdad con un toro que casi lo prende en los compases iniciales de la faena y que vendió cara su muerte. De nuevo un pinchazo con espada le privó de un triunfo más rotundo, poniendo en sus manos una oreja de no sé qué, que supo a poco por el conjunto de su actuación. Qué torero.

Roca es una roca, firme, poderoso. Rey porque es el que lleva el cetro, llena las plazas. Es también mago porque crea ilusión, expectación, ha resucitado a un público dormido y arrastra público nuevo a las plazas. Pero tampoco hoy era su tarde, era tarde de no sé qué. Con su manso primero firmó una faena que tomó vuelo en dos extraordinarias series por el pitón derecho y entró en caída libre por el izquierdo, cuando el toro se rajó, dijo adiós y ya no hubo más. Una estocada defectuosa y cuatro descabellos terminaron de emborronar su actuación, mientras el "no respetable" del respetable se lanzaba al bar como un sediento a una fuente y el toro en pie. Con el que cerraba plaza, que era un no sé qué de toro sin calidad ni entrega, Roca fue otro no sé qué porque nunca terminó de verlo, de intentarlo, tan desorientado e incierto como el propio cielo de Salamanca, que no sabía si romperse en agua o contenerse, con cierta decepción en esa parte profana de los tendidos que se piensa que los toreros son máquinas de precisión tarde tras tarde. Llenó, pero supo a poco en la arena, dejó un regusto a no sé qué.

Como estampa final, una cucharilla de azúcar en una tarde sin sal, esos niños y jóvenes que ayudaban a salir a Talavante en volandas. Porque son el futuro, el mañana. Porque quieren ser toreros y no futbolistas. Y eso sí lo saben, saben qué. Yo lo sé.