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¿Perros? ¡No, gracias!
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¿Perros? ¡No, gracias!

Actualizado 08/09/2023 09:51
Manuel Rodríguez Fraile

Soy consciente de que este título puede no parecer ‘políticamente correcto’ pero que le vamos a hacer. En mi opinión lo que es ‘incorrecto políticamente’ lo es también moralmente, socialmente, económicamente... así que no entiendo muy bien esa expresión tan de moda si no es por la alta hipersensibilidad o exceso de susceptibilidad de la sociedad en que vivimos que casi nos obliga a sofisticar las palabras, los términos y las expresiones con el fin de no ofender o molestar a nadie. Con ello pretendemos suavizar el rotundo significado de ciertas palabras con estupideces como ‘está usted faltando a la verdad’ cuando alguien miente, sustituimos ‘hambre’ por desnutrición crónica y ‘pobre’ por desfavorecido, incluso ‘viejo’ por miembro de la tercera edad. Pero el mentiroso lo seguirá siendo política, económica y socialmente, el que pasa hambre la seguirá pasando, el pobre continuará siéndolo y el viejo permanecerá en su vejez.

El caricaturista Julio César González, “Matador”, opina que lo políticamente correcto, es una trampa muy sutil que trata de dotar al lenguaje de un ropajes adecuados (de retorcerlo, diría yo) para no generar ninguna incomodidad a otros. Y así sustituimos ‘despido’ por regulación de empleo; ‘morir’ por fallecer; ‘negro’ por subsahariano; ‘suegra’ por madre política; incluso más recientemente ‘toque de queda’ por restricción de movilidad nocturna o ‘crisis’ por crecimiento negativo. Pero señores míos eso en castellano se llama ‘decrecimiento’, ‘bajada o ‘reducción’.

Continuar con este tema y sus porqués es tentador y prometo hacerlo en próximas semanas, ya que hoy, aunque no sea políticamente correcto, quiero afirmar que a mí no me gustan los perros, sin intención de ofender a nadie, es sólo una opinión.

Y no me gustan porque, ni los perros, ni las vacas, ni los cerdos existían antes de que los seres racionales los domesticáramos para nuestro provecho, transformándolos en los que hoy son. Desde siempre los hemos explotado, y recientemente prácticamente han deja tener sus tradicionales tareas de guardar los terrenos, las casas de labor o los ganados y los hemos convertido en mascotas.

Ayer, cuando salí a dar mi acostumbrado paseo, me cruce con muchas personas y me tome la molestia de contar aquellas que iban acompañadas de uno o varios perros. Una de cada tres lo hacía ¿por qué? Pues imagino que cada uno tendría sus propias razones.

La razón de George Eliot, una de las principales escritoras de la época victoriana, era que los animales son buenos amigos, porque no hacen preguntas y tampoco critican; la del filósofo Cicerón era que siempre te esperan fielmente y la de la poetisa estadounidense Emily Dickinson, que los perros saben muchas de tus intimidades pero no las cuentan. Sea como sea el caso es que cada vez más gente tiene perros, en mi opinión una de las razones es que cada vez más gente se siente sola y en el fondo comparte la afirmación de Lord Byron cuantas más personas conozco, más quiero a mi perro.

Es tal nuestra disposición a tener su compañía que nos dirigimos a ellos como si fueran ser ‘racionales’, niños pequeños: ¿Vamos de paseo? ¿Cuánto me quieres? ¿Tiene frio mi pequeñín? ¿Te gusta esta comidita? Les prestamos más atenciones que a muchos seres humanos: les bañamos, les llevamos a la peluquería, les compramos ropa de abrigo...

Los de pequeño tamaño son los más abundantes, porque es difícil tener en un piso a un San Bernardo, un Gran Danés o un Doberman, y en esos pequeños pisos llevan una vida de ‘perros’.

Tiene que comer pienso, mear y cagar cuando a su dueño le viene bien salir a la calle, no deben estropear los muebles, deben estar en silencio sin molestar a los vecinos, incluso sus necesidades sexuales les están prohibidas sin el permisos de sus amos. Les colocamos un chip, les vacunamos, les esterilizamos, les cortamos las orejas o la cola para que sean más elegantes y les educamos para que en todo momento hagan lo que sus amos desean ¿qué diferencia hay con tener un esclavo?. Y toda esa sumisión forzosa la confundimos, para tranquilizar la conciencia, con amor a sus amos.

Cuando salen a la calle pasan el tiempo olisqueando orines y dejando pequeñas ‘meaditas’ por cualquier sitio o trayendo palos y pelotas que sus dueños les arrojan para que hagan ejercicio, aunque tal vez sea para presumir de lo bien educado que tiene a su ¿mejor amigo? Quizás él lo sea para contigo, ya que nosotros no tratamos así a nuestros mejores amigos humanos.

Pero si hay algo que no soporto, y que me da repelús, es cuando veo a personas recogiendo las cacas de sus perros con la mano metida enn una bolsita para después tirarla a la basura. Si ya sé que además de higiénico es obligatorio bajo pena de multa, pero uno ya ha limpiado las cacas y los pises de 3 hijas y algún que otro nieto para terminar recogiendo las cacas de un animalito por muy adorable que sea.

Puede que por algunas de estas razones la psicóloga de la Universidad de Harvard titulaba una de sus publicaciones con el enigmático título de ¿Por qué amamos a los perros, comemos cerdo y usamos vacas?.

Bueno pues eso es todo, aunque tengo que reconocer que tras escribir estas líneas he terminado por pensar que puede que lo que no me gusta no son los perros sino los dueños de los perros.

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