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Itinerarios salmantinos: Secreto de cristal y arte en el hospital azul
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REPORTAJE

Itinerarios salmantinos: Secreto de cristal y arte en el hospital azul

Actualizado 07/09/2023 11:46
Charo Alonso

El Virgen de la Vega, nave de agua, llegó en 1965 para sustituir al Hospital Provincial y cómo ha ido variando su naturaleza con las necesidades de la ciudad, manteniendo su cuerpo azul que mira de puntillas al Clínico desaparecido

Guardan los hospitales de la ciudad letrada la memoria de nuestros dolores… Estancias de despedidas y bienvenidas en la joya de cristal azul que ideara Fernando Cavestany. El Virgen de la Vega, nave de agua, llegó en 1965 para sustituir al Hospital Provincial y cómo ha ido variando su naturaleza con las necesidades de la ciudad, manteniendo su cuerpo azul que mira de puntillas al Clínico desaparecido, a la nueva mole blanca del hospital posado junto al río.

Tras su fachada acuática, Amador pasó un ingreso hospitalario fascinado por la silueta de la ciudad que ama. Desde las ventanas desplegadas del edificio azul, se trata de tú a las torres de Salamanca y el fotógrafo no pudo sustraerse a la belleza de su vista, ajeno al dolor y al tedio hospitalario. Todo mirador, ha sido siempre este edificio un bastión de novedad, erguido como torre catedralicia, su capilla un prodigio de modernidad que, quizás pese a eso mismo, se derribó para construir un aparcamiento. La máquina se impone y la protesta airada del pintor Andrés Alén advirtió que la desaparición de la capilla levantada por Vaquero Turcios era un atentado artístico por mucho que los coches precisen de espacio para amontonarse.

Al arquitecto, escultor y pintor que se iniciara los veinte años con su padre, decorando un embalse con la grandeza de la piedra y de la obra humana frente a la naturaleza, le encargaron la capilla y la resolvió atravesando los travesaños de un techo a doble altura que jugaba con la luz trenzando el espacio. Vaquero Turcios elevó su genio a las aturas, dejando las paredes a un colaborador excepcional, José Caballero, cuyas vidrieras de cristal y cemento, pura geometría de la luz, dieron más claridad si cabe a un espacio transfigurado de gracia frente a la oscuridad del dolor y de la muerte.

Vaquero Turcios, nacido en 1933, fue un hijo de arquitecto que estudió en Roma y siempre tuvo clara su fecunda trayectoria de genio del espacio y de la diversidad de técnicas y materiales. En el caso del onubense José Caballero, la historia le situó en la vanguardia del surrealismo español y en la desgracia de la posguerra. Nacido en 1913 fue decorador para las obras teatrales de Lorca, participó como artista en las revistas de la época, fue amigo de los del 27 y pintó para el caballo verde de la poesía que guiara Pablo Neruda… y sin embargo, la guerra le atrapó en la zona nacional, le puso a pintar mapas y le convirtió, finalizada la contienda, en un fantasma hasta que logró enderezar su ánimo y seguir con su carrera de artista; hasta el punto que, ya en los sesenta, hasta la familia de Lorca le pidió decorados para una nueva muestra teatral del poeta que fue su amigo.

La luz de las vidrieras recobradas de José Caballero habla de redención y de renacimiento. Fueron salvadas del derribo de la hermosa capilla y lucen en los muros de la iglesita de la Virgen de la Asunción en el barrio ferroviario de Puente Ladrillo. Siguen iluminando la oración de quien precisa consuelo y dos de ellas han sido recuperadas de los almacenes para alumbrar también los espacios del Museo del Palacio Episcopal. Es el triunfo de la resurrección y de la vida contra el olvido, un olvido que conjura el fotógrafo recreando no solo la hermosa mole del hospital azul, sino su adorno de hierro, broche que es joya en el lateral de ladrillo. Según la sabia memoria de Tomás Gil, Director de Patrimonio de la Diócesis salmantina, la pieza, formada por tubos cortados en vertical y transversal, es una abstracción del sistema circulatorio que descubriera Miguel Servet y que nos recorre a todos ¿Se trata de una obra escultórica de Vaquero Turcios? ¿Quizás del abstracto José Caballero? Se yergue ante nuestras prisas por la consulta médica, asiste al ingreso en el hospital, al autobús que nos lleva más allá del río, al doloroso estrépito de la ambulancia… ¿Prestamos atención en el itinerario de nuestros afanes, de nuestros dolores, de la avenida que desciende, a esta pieza sorprendente?

La fuerza creadora de Vaquero Turcios, la historia escindida de José Caballero, artistas que durante años marcaron el país con sus encargos y su genialidad moderna, dejaron su impronta en el hospital azul de una Salamanca orgullosa de su hermosa estampa. Una ley franquista obligaba a marcar la obra pública con el arte de artistas españoles y de ahí el tesoro de cuadros y esculturas con las que se adornaron los espacios de todos. Espacios que cambiaron o se derribaron, obligando en el mejor de los casos a conjurar el olvido y a catalogar a toda prisa la obra que había de salvaguardarse ¿Qué hacer con los cuadros, las vidrieras? ¿Cómo recordar la solución arquitectónica tan hermosa del techo de la capilla desaparecida?

Circula por el muro del hospital ahora convertido en edificio de consultas, la pieza sorprendente que no miramos, coágulos metálicos de una modernidad que también filtraba la luz de la oración en momentos de desdicha. Queda en los anales de la memoria la gracia escultórica del techo de Vaquero Turcios y queda en la iglesia de Puente Ladrillo, en el museo frente a la catedral, la magia de la luz de un hombre marcado por la historia del arte y de la literatura española. Qué triste devenir el de José Caballero tras la contienda, muertos, exiliados sus amigos, necesitado él mismo de reinventarse… de ahí su magia abstracta para redimir su arte ahora recuperado en la luz de la oración y la contemplación del museo que nos ilumina, fe y arte. El arte de vivir en el dolor que nos hace pasar, necesariamente, por las estancias hospitalarias, los pasillos blancos de la pena iluminados por la luz de la sanación y del nacimiento de una vida nueva. El nuestro es un edificio azul que sabe a agua de río que corre más allá, el nuestro es un prodigio de modernidad que sigue atento a nuestro paso. Y en su costado, el broche inesperado que nos recuerda un tiempo de artistas valerosos, abstractos, vigorosos, maestría de la materia de piedra y hierro, recuerdo de nuestras primeras aleaciones, ahí donde el arte y la enfermedad nos detienen.

José Amador Martín, Charo Alonso.