De vuelta

Las pieles blancas de las luces blancas han dorado ligeramente su color, y regresan de nuevo a las blancas luces de la producción.

Las lavandas se doblan agostadas por el prolongado efecto del duro sol.

Las abuelas, agotadas de criar nietos (cuatro comidas al día, actividades diversas para entretener, besos para curar, caricias para amar y acompañar en el duro oficio de crecer) retoman su vida, que fue prestada, para incorporarse a su trabajo habitual tras las ¿vacaciones? Los abuelos también vuelven exhaustos a sus puestos cotidianos.

Las calles aparecen impecables por la lluvia que se dirigió apresuradamente a deslizarse por el suelo bajando la pendiente hasta dar con un bordillo o traspasar la acera.

Las enredaderas están vertiendo sobre las tapias sus nuevas ramas, brillo de verde en la piedra engalana su perímetro.

Las rosas rojas van perdiendo su color y viaja su aroma ya tenue mezclándose con el olor a libro y agenda nueva.

Las colecciones septembrinas se superponen en los escaparates sin demasiado futuro.

Los neumáticos que fueron a la costa volvieron a interior, tierra adentro, corazón adentro, las avenidas reciben engalanadas la procesión.

El ocaso pone luces en las ventanas, a veces refleja anaranjados en los cristales de un sol jadeante, debilitado, con ganas de un relevo con otra sinfonía de colores.

Las ciudades huelen de nuevo a café y tosta de jamón, a pincho de tortilla apresurado, a cuatro gotas que caen a destiempo y nos hacen echar a correr.

En los despachos empieza a bajar el montón de tarea acumulada.

La escuela entre sus brazos recibe el futuro con esperanza, y ve, repetidamente, cómo es de rico el verano en experiencias que a todos curte, cómo encogen de largo los pantalones tras el “riego” persistente del estío, qué beneficiosas son las pilas recargadas, y qué difícil retornar a entrar en disciplina, a centrar la atención, a coger el horario, a domesticar los malos hábitos que se rebotan en rebeldía, cuántos meses quedan por delante, cuántos renglones de planes y proyectos se reflejarán en las pantallas de los ordenadores y cuántos a mano en los cuadernos de cada día a golpe de lápiz y goma de borrar.

Se retoma el instrumento musical abandonado, el libro a medias, el hueco en el gimnasio, se renuevan las plantas marchitas, se enciende a hora prematura la luz del salón, se vuelve al mando a distancia, se desperezan las noticias en la caja tonta, se espera con avidez el fin de semana porque de repente los días duran menos que nunca, y se marcan en el calendario los quehaceres y las revisiones de los niños o de los abuelos, se ven las fotos del camino recorrido y se recuerdan las citas, los encuentros, los amigos, se revisan armarios y despensas y rincones del alma por desempolvar.

Las uvas descolgadas en racimos esperan los pies que las vendimien y las eleven a líquido aromático vestido de frutas y color.

La vida, despacio, va entrando en cintura en este septiembre abrileño que va perdiendo su compostura.

Mercedes Sánchez