La superficie acristalada del vehículo deberá permitir, en todo caso, la visibilidad diáfana del conductor sobre toda la vía por la que circule.
El Reglamento de Circulación, en su artículo 19, obviamente vela por la seguridad vial y la responsabilidad en el tráfico. Queda a criterio de la autoridad competente valorar si esto se cumple. Tengo para mí, si no las retiraría, que en nada me obstaculizan las cintas, o cinta con dos caídas para ser preciso, que cuelgan del espejo retrovisor de mi coche, igual que lo hacían del anterior. Son las cintas de la Virgen de la Vega, el nombre que se le da en Salamanca a la Madre de Dios para acogerse a su patrocinio, y que nos disponemos a celebrar en estas ferias que, contando ganado y maquinaria, pinchos y casetas, conciertos y cabezudos, circo y chocones, toros y toreros, vienen a conformar un conjunto disjunto como aquellos que difícilmente me entraban en la cabeza.
Estas cintas, imagino, se inspiran en las popularísimas de la medida de la Virgen del Pilar: 36 cms. Excusándome en mi incapacidad para distinguir matices entre las tonalidades, diré que son rojo carmesí, como la poco exhibida bandera de la ciudad, que ahora comparte espacio de glorieta con el castillete que honra al regimiento. En dorado, su color, la efigie de la patrona salmantina, que justo dobla en altura a la zaragozana: 72 cms. A la nuestra le falta, eso sí, la coronación canónica que bien podría aprovechar a las almas, pues de eso se trata siempre. No sería mal momento el Jubileo del año 2025 para esta ocasión de acercarnos a Cristo por María, porque a los cristianos de esta diócesis salmantina, y a los del mundo entero, nos falta a menudo el vino como a los novios en Caná de Galilea. Al vino nuevo en los odres nuevos me refiero.
Puede que me pase como a ellos, que no llegaron a enterarse de la carestía, pero la mayor parte de las veces me pongo en el pellejo de los criados ante el apuro de las tinajas menguantes hasta vaciarse. Siento esa misma sed/miedo, sufro el paladar seco y agrietado que traga saliva ante lo incierto, y entonces levanto un momento la mano derecha del volante y toco las cintas con la punta de mis dedos en una caricia hacia abajo, hacia mis adentros, hacia la tierra donde asiento mis pies endebles. Hacia el mapa que me sitúa en las rutas diarias y en las extraordinarias. Hacia la fecha y la hora que me someten a la disciplina del tiempo. Hacia las canciones que, mientras suenan, me descifran.
Tocar las cintas es, de alguna manera, medirse el pulso y sosegarlo en la sencillez que todo lo amansa. Es también acompasar el dolor propio en el de sus espadas, que lo descansan y lo confortan. Es resignarse no por impotencia sino por confianza. Es compadecerse no en apariencia sino con autenticidad. Es hacer silencio para orar cuando somos incapaces. Es saberla Madre, presente y amante. Es imaginarla en la Catedral para reconocerla en el Cielo.
Las cintas de la Vega no son un amuleto sino un sacramental, una invocación, una vuelta del corazón hacia el Corazón que nunca se ausenta. Al tocar las cintas de la Vega le canto otra vez a María que abra sus brazos al pueblo que a Ella llega y le pido por Salamanca. Por los salmantinos que la quieren y los que aún no la conocen. Por todos los que necesitamos asirnos a las cintas donde Ella sigue entregada a la voluntad de Dios.
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