Hay en el rito repetido del amor del que habla Juan Andrés Martín, algo que nos abraza y no consuela de todas las faltas. Algo demorado y dulce lleno de nostalgia que huele a detergente y a cajones donde duermen la lavanda y el tomillo con su rastro reseco sobre las sábanas de lino que antes se guardaban sin usar, ajuar confinado que ahora extiendo al sol del día, dispuesta a aprovechar su frescura, su breve puntilla hecha por manos laboriosas quietas en la tumba del tiempo.
Los sábados por la mañana, las dos hacemos volar las sábanas, estiramos y remetemos la vida a un lado y a otro de la edad, repetimos los mismos gestos en la orilla opuesta de nuestro carácter. Extendemos, estiramos, preparamos el amor del descanso y la limpieza blanca del cajón ordenado. Las sábanas son un campo inmaculado, tiesas de esa tela que ya no existe, la puntilla que ya no se hace, y sin embargo, qué hermosa está esta cama antigua hecha a dos manos sobre la que nos ponemos de acuerdo las dos tocando a la vez la misma música hacendosa una vez a la semana.
Es el ritual que nos une y que ahora realizamos en silencio porque hemos acompasado los gestos y he aprendido a hacerlo a su modo. Ella no olvida los pasos laboriosos, aquellos que llevo viendo toda la vida y no he copiado porque hago mi cama con rapidez y sin reparar en arrugas ni exquisitos dobleces. Ella mima el campo de la cama estirada, sin surcos, sin cantos rodados, jardín cuidado. Es un cielo de azul estirado, de blanco purísimo, de lino tieso y crujiente que ha tardado en usar porque se guardaba en el arcón del tiempo y el privilegio. El tergal y la tela desgastada de tristes estampados, de diario, de uso cotidiano ocupan ahora el fondo del cajón y he sido yo la que ha desterrado su materia usada, su cotidiana presencia. Este verano ardiente es para el lino fresco, las sábanas cosidas por abuelas y tías laboriosas que yacen quietas aunque ella las convoque a cada rato, vivas en su día a día de descanso de cama bien hecha. Es mi pequeña victoria en el ajuar de la desmemoria suya y de la memoria mía… y el ritual que nos une alrededor de la cama, danza acompasada, amor estirado, es ritual de mañana de trabajo, de ratito compartido en el que las dos tocamos la misma música, rito repetido, oración reiterada, el acto exquisito de hacer una cama… y es el ritual sagrado el que nos hace humanos, el que nos hace pasar la vida, atentos a la plegaria cotidiana…
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