Viendo la serie “VERSALLES” todo aparenta tanto en las dames como en los Messieurs delicadeza, refinamiento. Pues nada más lejos de la realidad. Mucho se ha escrito sobre el tema. Solo hago una breve reseña de lo que ocurría en la corte de Luis XIV
El Palacio de Versalles olía a orín, sí, a orín, por mucho que durante los siglos XVII y XVIII fuera centro de ostentación y poder, y que los reyes que lo habitaron, Luis XIV, tuvo un sueño y dejándose llevar por el, mandó construir el hermoso palacio, una de las joyas de Francia. Lo habitaron, su hijo Luis XV y Luis XVI. La ilusión de Luis XIV, era que representara a su amado país y los inmensos salones fueran el hogar de las familias pertenecientes a la aristocracia francesa, a la vez que lo convertían en centro de intrigas y tratados contra la monarquía.
Cada época tiene la sensación de que ser la más limpia, pero si la miramos desde el siglo XXI nos puede parecer sorprendente.
Miedo al agua
La mortífera epidemia generó mucho miedo al agua. En Francia, en los siglos XVII y XVIII, el contacto con el agua se consideraba peligroso y no se usaba en ningún caso caliente para lavarse. Pensaban que los poros abiertos podían dejar entrar enfermedades y los baños provocaban pérdida de fuerza vital, abortos e infertilidad. Sin embargo, sí se creía que podría tener propiedades curativas para determinados males, aparte de las sanguijuelas y sangrados.
El lavado corporal se hacía en seco, y el de los reyes y reinas, era público. Por la mañana, lo primero que hacían tras levantarse era enjuagarse las manos con agua ante un selecto grupo de nobles. Era el único contacto con el agua, ya que la higiene corporal se hacía frotando el cuerpo con telas de algodón perfumadas.
La limpieza del cuerpo no era tan importante como la de la ropa interior. De hecho, se la cambiaban varias veces al día. La lencería tanto de hombres como de mujeres consistía en una especie de camisón holgado. Estas prendas eran muy caras y, por lo tanto, una forma de mostrar el estatus social y económico, dejando a la vista los lujosos encajes en los puños y cuellos. Tal era su valor, que hasta se inventariaba en los testamentos.
El pelo tampoco se lavaba. Con un poco de suerte, solo tenían liendres y piojos. Existía un champú seco, y para evitar olores el pelo se empolvaba, lo que provocaba la caída prematura del cabello. Una razón para poner de moda las pelucas, que a menudo provocaban dolores y molestias en la nuca. Cuanta mayor altura tuviera, más elevado era el estatus social.
Orina para el mal aliento
Los dientes estaban sucios y con caries. Eso quien tuviera la suerte de conservar la dentadura, era muy normal que las bocas tuvieran infecciones de encías, y pérdidas de piezas dentales. De ahí que en casi todos los retratos aparezcan con la boca cerrada y sin sonreír.
Para limpiar los dientes se frotaban con un saquito de tela relleno de polvo de mármol y raíces. Para disimular el mal aliento se masticaba tabaco o hierbas aromáticas. En algunos casos, los enjuagues bucales se hacían con orina.
Maquillaje de plomo
Había que cubrir los poros y mostrar la cara lo más blanca posible. Un rostro puro significaba tener un alma pura, y para ello no había que tener ni cicatrices ni granos. También era signo de clase social que los diferenciaba de la plebe: estar moreno indicaba que trabajabas y que no pertenecías a la aristocracia.
Para conseguir esta blancura se aplicaban lo que se llamaba le blanc de céruse: unos polvos blancos de plomo. Eran pigmentantes, tóxicos y muy astringentes con la piel, lo que provocaba envejecimiento prematuro y hasta enfermedades graves en los ojos, en el pecho y en los pulmones. Recuerden la Duquesa de Alba XIII pintada por Goya y su fallecimiento prematuro.
Para dar gracia y elegancia se pegaban lunares de tafetán, se llamaban mouches (moscas). Se ponían encima de las imperfecciones o las marcas de la viruela. Cada lugar tenía un significado y se empleaba como juego de seducción. Los labios y las mejillas se pintaban de rojo intenso, dando en conjunto un aspecto teatral e irreal.
El perfume disimulaba los olores corporales indeseados. También se consideraba un agente purificador; los perfumistas eran curanderos cuyas creaciones podían ahuyentar los males y sanar enfermedades. Había un perfume para cada estamento social.
El favorito de la amante de Luis XIV, Madame de Montespan, era el de flor de naranjo. Al rey, un dentista le había dejado si paladar en una intervención. A los 50 años no tenía dientes, lucía una boca de anciano y padecía de una hipersensibilidad a los olores. Se mareaba con el perfume de Montespan y le rogaba que dejara de usar aromas tan intensos. Pero ella no le hizo caso; se dice que esta podría ser una de las razones por las que el rey la abandonó. Queda mucho más romántico, pero la realidad fue la traición
La reina Maria Antonieta tenía uno creado para especialmente ella: el perfume de mil flores, la máxima expresión del lujo
Pero por mucho que perfumaban y se llamara la cour parfumée (la corte perfumada), Versalles atufaba a orines. Algo que hacían en paredes y palanganas
El rey tenía su famosa chaise percée (silla de orinar) también se instalaban al algunas casas de nobles. El palacio es enorme y a veces no había tiempo para llegar a la chaise. Pensemos que en palacio vivían alrededor de cuatro mil personas y era transitado por cientos a diario, de modo que los hombres orinaban donde podían, las paredes de los patios se convertían en urinarios públicos.
Las mujeres solían llevar consigo una palangana, a veces escondida en un falso libro titulado “Voyage aux Pays Bas” (Viaje a los Países Bajos), y cuando lo necesitaban, se levantaban la falda, orinaban en el recipiente y lo tiraban ahí donde estuvieran.
Había una legión de limpiadores, que trabajaban incansablemente, pero era insuficiente para que los efluvios pudieran ser disipados. Por eso llevaban consigo un botecito con hierbas aromáticas, que inhalaban al pasar por ciertas zonas pestilentes del palacio.
Las bañeras eran un mobiliario poco frecuente y menos utilizado. Sin embargo, Luis XIV regaló a Madame de Montespan un lujoso apartamento de baños en la planta baja del palacio. Tenía 5 salas y una de las tres bañeras era octogonal, con tres metros de diámetro y uno de profundidad, realizada en una sola pieza de mármol rojo de Flandes. Cabían varias personas, por lo que sus fines eran quizá más eróticos que higiénicos.
La reina María Antonieta se hizo instalar en una habitación del palacio dos bañeras, una para lavarse y otra para aclararse; con una cama para descansar del perturbador trance del paso por el agua. En su palacete, el Petit Trianon, también tenía sala de baños. La reina contribuye a la difusión de práctica del baño entre la nobleza y la burguesía, y, por lo tanto, en el auge de las ventas de bañeras en la década de los sesenta del siglo XVIII.
Sin embargo, no fue hasta finales del siglo XVIII cuando lavarse con agua comienza a considerarse necesario para la salud, y solo a principios del siglo XIX se generaliza en París el acceso y uso del agua limpia.
¡Y nos parecen tan idílicos aquellos años de riquezas, bailes y abundante comida…!
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