Los hombres de todos los tiempos tienen como referencia para su comportamiento, el ejemplo de los demás, las normas, las leyes y las costumbres. Las prácticas de aquéllos en los que nos fijamos para nuestras actuaciones, pueden conocerse por observación, o recibirse verbalmente, que es lo más normal, o pueden transmitirse por escrito, como las tablas de la ley, las tablillas de cerámica, los papiros o los escritos impresos.
Las comunidades políticas, religiosas o de convivencia, suelen orientar sus actuaciones por leyes particulares o por agrupaciones de leyes, generalmente llamadas códigos. Estas leyes son de carácter general o particular, y algunas de ellas son leyes fundamentales o constituciones.
También hay prácticas que no son recogidas por las leyes, pero se reconocen como prácticas habituales o costumbres, también llamadas tradiciones. En algunas comunidades o países, como es el caso de Inglaterra, estas prácticas tienen rango de ley. En el Reino Unido, ni siquiera las leyes fundamentales son recogidas por escrito, pero son reconocidas por todos como leyes básicas de convivencia.
En las comunidades cristianas o eclesiales, las normativas ordinarias, aun las básicas, están recogidas por escrito en un conjunto de libros que componen la Sagrada Biblia o los Libros Sagrados. Pero hay muchas normas y creencias que no están agrupadas en los libros, sino que se transmiten de unos a otros por las prácticas de la tradición, también reconocidas como costumbres.
En España estamos viviendo en estos días, de cara a la constitución del nuevo Gobierno después de las elecciones generales celebradas el 23 de julio, una situación que está básicamente prevista en las leyes, concretamente en el artículo 99 de nuestra Constitución, según el cual el Rey, después de escuchar a los grupos políticos constituidos y representados en el Congreso de los Diputados, propone a la persona más adecuada para ostentar el cargo de presidente del gobierno de la nación -y lo hace ante la presidenta de la Cámara-, al jefe de aquel grupo político que mejor puede defender su condición de presidente del gobierno, o llevar mejor adelante la práctica de dicho gobierno.
Pero el artículo 99 no prevé, y en consecuencia no urge, que el Rey tenga en cuenta alguna orientación práctica que justifique su propuesta. Así, en esta ocasión, en que no hay distancia entre el apoyo recibido por los dos grupos mayoritarios, prácticamente empatados, al Rey le era muy difícil tomar la decisión de proponer a uno u otro de los candidatos, más aún cuando los dos jefes de grupo decían estar dispuestos, y tener los apoyos suficientes para defender sus candidaturas en orden a gobernar como presidentes nuestro país.
Como no hay ninguna orientación escrita ni determinación del tribunal constitucional que indique el camino a seguir, el Rey ha preferido, y así lo ha reflejado en un comunicado público de la Casa Real, atenerse a la costumbre tradicional -él lo llama costumbre, aunque podía llamarlo también tradición- de proponer para presidente del gobierno a aquel jefe de grupo que ha obtenido mayor número de escaños. Y así ha propuesto para defender su condición de jefe o presidente del gobierno de España al señor Alberto Núñez Feijóo, presidente del Partido Popular.
El Rey expone en un comunicado hecho público el mismo día en que terminó de hacer la consulta de los grupos que componen el Parlamento y que quisieron acudir a su llamada, el proceso de su reflexión para tomar la determinación oportuna.
El comunicado del Rey se expresa de la siguiente manera:
“El Partido Popular ha sido el grupo político que ha obtenido mayor número de escaños en las pasadas elecciones del 23 de julio.
En este sentido conviene señalar que, salvo en la Legislatura XI, en todas las elecciones generales celebradas desde la entrada en vigor de la Constitución, el candidato del grupo político que ha obtenido el mayor número de escaños ha sido el primero en ser propuesto por Su Majestad el Rey como candidato a la Presidencia del Gobierno. Esta práctica se ha ido convirtiendo con el paso de los años en una costumbre”.
Como se ve, el Rey ha considerado como práctica casi de fuerza de ley esta costumbre o tradición y, en consecuencia, ha propuesto como primer aspirante a Presidente del Gobierno de España, a don Alberto Núñez Feijóo. Por esta vez, la tradición ha ayudado, al menos, a salir del paso. A falta de leyes escritas más precisas, el Rey ha preferido actuar de acuerdo a la ley no escrita de la costumbre o tradición.
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