Estoy sentado mirando los paisajes aleatorios que elige mi ordenador como resguardo de los iconos. Una masa de agua sucede a un risco despoblado y este, a su vez, sustituyó una selva tropical. Son buenas fotos, sin duda. Hipnóticas. Falsas en su belleza, insalvables en la tranquilidad que transmiten.
Estoy mirando a través de una ventana los paisajes previsibles de las provincias que pierden población. Una masa que amarillea el cielo cegada por una canción country cuidadosamente elegida para amenizar el viaje. “Photo album on the counter”. Una nave industrial de hormigón agonizando bajo la luz del verano. Nunca aparecería en mi fondo de pantalla.
He leído que “el paisaje tiene más memoria que el hombre porque le sobrevive” y he lamentado todos los que murieron en la otra punta del mundo desmemoriados, sintiendo que nunca llegaron a estar vivos del todo. He pensado que nunca hemos sido un paisaje. Ni uno artificial ni uno silvestre. No hemos sido un paisaje porque hace mucho calor fuera. No seremos un paisaje porque no conocemos ningún lugar. No somos un paisaje porque no somos vistos con la fascinación del desconocimiento.
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