Hay que comer juntos muchos modios de sal para que la obra de la amistad quede acabada
ARISTÓTELES
Hoy quisiéramos hablar de un lugar de esa “España sin mar” donde viven un puñado de personas, esa España vacía en palabras de Sergio del Molino. Posiblemente un lugar que nunca estuvo lleno: Navagallega. Un pueblo de la provincia que nunca llegó a contar con más de 120 vecinos. Hoy es una pedanía dependiente de Membribe, poblada progresivamente en el tiempo en las tres grandes repoblaciones: la medieval en los siglos XII y XIII, la que comienza a mitad del XV y la llamada tercera repoblación en época de Carlos III. Una repoblación que fue paralela a la de pueblos como Las Veguillas, Membribe, Peña del Rey, Coquilla de Juan Vázquez, Casillas de Mora o Castroverde.
El pueblo está situado a las faldas de Peñas del Rey, donde se levantaba el castillo de Santa Cruz, situado sobre una antigua fortificación romana, fortaleza reconstruida en el siglo X por Ramiro II (Ramón Grande del Brío). Su repoblación fue realizada por personas procedentes de la región Berciana, como nos indica la toponimia del pueblo vecino de Membribe (Bembribe berciano), así como Navagallega, recordemos que el Bierzo era considerado hasta el siglo XIX, como un territorio gallego como podemos ver en la España Sagrada del padre agustino Enrique Flórez.
Fue un espacio cargado de niños y ahora es un espacio envejecido, no llegan a 40 personas censadas, sumándose en verano algunos vecinos más, que llegan a las casas de sus padres o abuelos. Ya no hay escuelas, tampoco parroquia y los pocos niños que llegan al pueblo son los que van a visitar a los abuelos o quedarse con ellos en verano. Un pueblo que llora lo que fue, pero sigue luchando para no desaparecer en la noche de la historia. Un lugar privilegiado donde el silencio es roto por el canto de los pájaros que revolotean entre los robles centenarios.
Yo recabé en Navagallega a buscar ese útero de silencio arraigado no solo en el paisaje, también en la familia y en la vida, ya que somos como los árboles, llevamos parte de la tierra que nos vio nacer. Pero también de esa tierra de nuestros antepasados, donde fueron felices, aprendieron a leer, a rezar y a vivir. Aunque salieron a buscar otros mundos y su subsistencia, siempre llevaron esa raíz del espacio vital y soñado, que los acompañó hasta la muerte. Yo soy vecino después de tres generaciones, conocidas, ya que no tengo muchas referencias de mis bisabuelos: Mi abuela Petra y abuelo Juan Antonio, mi madre Abundia y mi padre Agustín, todos disfrutamos de este espacio que construyó mi abuelo en el año 1928, en plena dictadura de Primo de Rivera. Era albañil de profesión, después de una aventura frustrada en Argentina, construyó su casa, que servía de tienda y horno, sabemos que también la del Maestro y posiblemente las Escuelas.
Es un pueblo que se ha negado a desaparecer y que ha mejorado de día en día, hoy están las calles pavimentadas, luz en abundancia, espacios infantiles, bancos para los mayores, centro para la comunidad, wifi comunitario, canalización de aguas, recogida de basuras, fiestas patronales, etc. Es una labor de personas jóvenes, que luchan a brazo partido contra esa España vacía, casi activistas de la despoblación y la decadencia, buscando mejorar su pueblo y la vida de sus vecinos. Ahí está la labor de su alcaldesa Cristina Serrano y todo el equipo de la Entidad Menor, como Carlos Prieto, organizando, comprando, poniendo los tablones de las mesas, limpiando la Iglesia, barriendo las calles, compartiendo la alegría en las fiestas patronales.
Como todos los pueblos de la provincia, el verano es un momento para la convivencia y la celebración. Las fiestas patronales son el tiempo oportuno para la alegría; momentos para vivir la fe y abrirse al misterio junto al Cristo de Santa Cruz y la Virgen de las Nieves; también para el recuerdo de los que no están y se nos han marchado; para compartir junto a los vecinos una comida de fraternidad que ayuda superar todo tipo de tensiones y roces. La comida no es solo ingerir alimentos, tiene una dimensión antropológica, cultural y sociológica de primer orden.
En nuestra cultura Occidental y mediterránea las comidas se despliegan en una triple dimensión: Por un lado, expresa una comunicación con la tierra de la que provienen el manjar y la bebida, es entrar en comunión con la naturaleza y con todos aquellos que queremos, amamos y hemos querido. Por otro, la comida comunitaria nos hace salir de nosotros mismos, de nuestras burbujas y limar todo tipo de tensiones en la convivencia cotidiana. La comida es símbolo de comunión, de comunicación, de solidaridad, es hacer una vida común (convivium), es sellar la unión del grupo.
En las comidas comunitarias se generaliza el intercambio de confianza. Todos se sienten igualmente animados y animosos ante ese derrumbe de todo muro distanciador. Es el momento que se ponen sobre el mantel los quehaceres y los problemas, la vida de los que están y no están, entre los que viven en el pueblo y los que en su momento vivieron. La comensalidad consagra de alguna manera el don de la vecindad.
En las fiestas de este año, hemos disfrutado y convivido, gracias al trabajo y el buen hacer de la alcaldesa y los organizadores de la Entidad Local Menor, como ya hemos comentado. Tanto en la fiesta de la Santa Cruz, como el día de la Virgen de las Nieves, los vecinos compartimos la Eucaristía y una comida fraterna. En la fiesta de verano se añade la procesión de la Virgen de las Nieves amenizada este año por la charanga “Los Chirlos”, una merienda popular, una verbena, así como una deliciosa fideuá con cerveza, vino y sangría. No faltaron los juegos para todas las edades en una carpa al aire libre, como otros años. Comer juntos siempre es una buena noticia, gracias por todo Cristina, y a seguir así, todavía queda mucho por hacer. Gracias.
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