Nuestro Julio César Sánchez ha intentado por segunda vez cruzar su particular Rubicón, y está a punto de conseguirlo. A la vista de los hechos consumados, habrá que dar la razón a Dostoyevski cuando afirmaba: “Llegará el día en que la tolerancia sea tan intensa que se prohibirá pensar a los inteligentes para no molestar a los imbéciles” De otra forma no se explica que estemos en una nación que admite candidatos políticos entre los compañeros de asesinos; que los golpistas condenados son amnistiados porque lo exijan ellos mismos, y que, unos y otros, a pesar de todo, sean compañeros indispensables para que el aprendiz de dictador pueda lograr su propósito. Pretendía destruir el armazón del Estado y está poniendo los cimientos para levantar su palacio. Poco a poco, estamos comprobando cómo se modela una población que olvide lo que es la convivencia, que se envuelva en el hábito de la mentira, que, consciente de su indispensable concurrencia para que Sánchez se salga con la suya, esté dispuesta a conseguir conquistas que bordean la legalidad, y que nunca conseguiría de un presidente del gobierno que colocara la nación delante de su propia ambición.
Hemos asistido a las primeras maniobras de Sánchez. Si alguien albergaba la posibilidad de que esta vez no se atrevería a repetir la jugada de su primer ascenso a La Moncloa, ya tiene la respuesta. Pasando por encima de todas las normas democráticas, ha firmado acuerdos -cuyo exacto contenido iremos conociendo cuando aparezcan nuevos atropellos- con todos los posibles enemigos de España, para ir asentando su mandato en estribos cuya futura demolición resulte muy difícil. El primer tanto ha sido la formación de la Mesa del Congreso. Por cierto, hablando de contrapartidas -para no emplear la palabra chantajes-, de jackeos telefónicos y de cambios radicales en política exterior ¿Es casualidad que desde Rabat aumenten las provocaciones a España con ataques directos a nuestra economía y decididas alusiones a la cesión de Ceuta y Malilla? ¿Sabremos algún día qué guardaba el teléfono de Sánchez y de alguno de sus ministros? Espero que sí, porque siempre hay estómagos agradecidos que acaban vomitando.
Supongo que los líderes políticos que se reúnen en Bruselas, envueltos en la bandera del juego democrático, algo tendrán que comentar cuando comprueben que la labor del gobierno de España depende del capricho de un prófugo y de la ambición de algunos independentistas. Aquellas decisiones cuya aprobación dependa del apoyo de los compañeros de Puigdemont, de los condenados de dar un golpe de Estado, y de los no se arrepienten del empleo del terrorismo para llegar al poder, serán aceptadas por un Sánchez que, en el colmo del cinismo, asegurará estar actuando en aras del verdadero progresismo.
A pesar de que España ocupe actualmente la Presidencia del Consejo de la UE, no se entiende el silencio ante la forma de actuar de uno de sus miembros. Aquí no cabe justificarlo con un pretendido corporativismo, porque ninguno de sus miembros sigue el ejemplo de España. Lo que sucede es que la Unión Europea, va “perdiendo fuelle”. Es cierto que sus tratados se declaran vinculantes, pero la realidad es que, en no pocas ocasiones, se mira para otro lado. No olvidemos que la UE tuvo su origen en la firma de un acuerdo franco-alemán para garantizar su producción conjunta de carbón y acero. Estamos hablando de una organización más económica que política. Siempre existen intereses cruzados que paralizan cualquier decisión. El hecho de seguir aplicando el requisito de la unanimidad, lo está convirtiendo en un organismo inoperante. Para diferenciarnos de lo que sucede en la ONU, sería preciso cambiar la unanimidad por un método de mayoría cualificada.
Si nuestra justicia es cada vez menos independiente, y desde Bruselas no se corrigen los abusos, mal porvenir nos espera. Y es así porque todo este reguero de atropellos está estrellándose con la realidad de una población indiferente. Además, nadie debe llamarse a engaño, sobre todo los que han vuelto a votar a Sánchez. Se han creído aquello de que España va como una moto, que se ha conseguido “pacificar” el ambiente y que, tanto en Cataluña como en el País Vasco, se han “desjudicializado” las apetencias secesionistas. Tanta diligencia en la “Operación Mesa del Congreso”, junto a la concesión de equiparaciones lingüísticas, son, sin embargo, la cola de ratón de lo que se nos viene encima con la segunda entrega: “Operación Presidencia del Gobierno”.
Sánchez ya controla el Congreso. Si consigue prolongar su contrato de alquiler en La Moncloa, deberá ir preparando la amnistía de todos los afectados por el procés catalán, el visto bueno a un referéndum camuflado como no vinculante, la anexión de Navarra al País Vasco – si no lo remedia San Fermín-, y otra rebaja penal a quienes continúan en prisión por ser autores de asesinatos y no querer arrepentirse de ello.
La particular habilidad de este gobierno que se autoproclama progresista ha conseguido que España sea una de las naciones de la UE que va a tardar más en salir de la crisis. A pesar de los esfuerzos de la coral monclovita y de los medios de comunicación debidamente engrasados, al ciudadano de a pie, al ama de casa , al joven, o al parado “muy continuo”, ya no los engaña ni Tezanos. España se pone a la cabeza de la deuda, la cesta de la compra está por las nubes. ¿Que soy un catastrofista? Eso dígaselo a todo el que tiene más difícil llegar a final de mes. No obstante, más de siete millones de españoles han vuelto a depositar su confianza en Sánchez. Que nadie se llame a engaño. Vamos a disfrutar el gobierno que una mayoría de españoles ha querido aplaudir para ver cómo acaba consiguiendo el desmoronamiento de la nación, su ordenamiento jurídico, su historia y, lo más triste, la concordia entre los españoles. Pero que quede claro: en ninguno de los países de la UE con gobiernos catalogados de extrema derecha, se ha llegado a tensar la cuerda tanto como lo hacen los independentistas españoles.
¿Y el resto, qué hace? Es fácil, basta ver el radical cambio de expresión que ha experimentado la cara de Sánchez desde la noche del 22-J a la mañana del 18-A. En la primera fecha, el miedo a un fracaso vaticinado hasta por los suyos le impedía hacerse presente en la calle; en la segunda, tras constatar el no va más de desatinos en la negociaciones PP-VOX, ha recuperado la sonrisa frescales que acompaña sus hazañas. Ni a Felipe II, ni a Fernando VII, ni al que asó la manteca se lo ponían tan a “guevo”. Ya va siendo hora de que los dos partidos de la derecha se olviden de rencillas y se paren a pensar que, aún tirándose los trastos a la cabeza, han ganado las elecciones. Ya no vale mirar para atrás. Después de llegar a acuerdos en gobiernos de ayuntamientos y comunidades, hoy podían estar formando gobierno si, manteniendo sus respecticos esquemas, hubieran acudido unidos al 23-J.
Es cierto que Sánchez es capaz de saltarse cualquier línea roja para seguir gobernando, pero aún así no lo va a tener tan fácil. A lo largo de una legislatura son muchas las votaciones en el Congreso, y no siempre van a estar de acuerdo sus cómplices; o no todas las leyes puedan pasar el fielato del Senado. En esa disyuntiva, el PP debe esforzarse, primero en dificultar su elección intentando convencer al PNV, única formación con la que se ha conseguido otras veces – más veces por huevo que por fuero-, y segundo, estando preparado para poner al gobierno contra las cuerdas cuando no le salgan las cuentas. Si de verdad está dispuestos a acabar con el sanchismo, es imprescindible ir de la mano de VOX.
El duelo Feijóo-Abascal siempre debilitará a los dos. En esta ocasión, no se acaba de entender la razón por la que el PP no apoyó a VOX -el tercer partido más votado- para estar representado en la Mesa del Congreso, a pesar de gobernar juntos en otros organismos. Si no cambian de actitud, estarán defraudando a 11 millones de españoles que lo están pidiendo a voces, y que se quedarán en casa cuando sean llamados de nuevo a las urnas. Me gustaría que los dirigentes de ambos partidos leyeran –y aplicaran- la columna de Ussía ,titulada Puerta, en El Debate del día 19.
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