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Pequeñeces
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COSAS  VEREDES

Pequeñeces

Actualizado 21/08/2023 11:54
Jotamar

Como todo el mundo sabe, es la calidad de pequeño, cosa de poca importancia. Para este que suscribe, son los caminos que emprende, las calles por donde se pierde y las cosas que descubre, a veces por casualidad y en otras ocasiones por tropezar con ellas. También ocurre que el tropiezo sea con una buena amiga, María (sin apellidos), y te comente su descubrimiento en un rincón de la ciudad, frente a la iglesia de san Polo, allí donde Pepe Ledesma Criado sienta sus reales. Ocurre que en el lugar, y por ese afán de nuestro ayuntamiento de reverdecer la ciudad (me parece de perlas) obreros y máquinas abrieron dos grandes buracos (agujeros) para plantar un par de árboles; y ocurrió, algo normal en esta ciudad milenaria cuando escarbas en sus entrañas, que aparecieron sin más unos restos. Desconozco si ello es una pequeñez o se trata de huellas romanas o vacceas, vaya usted a saber, dignas de ser estudiadas para descubrir su importancia e iniciar, si así lo estiman los entendidos, una nueva excavación para rescatar bellos hallazgos en esta nuestra Salamanca de innumerables tesoros.

En estos días pasados desde el descubrimiento, me dicen que los restos se han estudiado y catalogados, tomando la decisión de taparlos convenientemente… Y a la espera. Lo que será importante es saber si la espera es corta, de meses de estudio, de años… o hasta el olvido, hasta que nadie vuelva a hablar de ello y las “reliquias” duerman el sueño de los justos (sería injusto) sin conocer lo que allí se encierra, tal vez bajo un árbol. Me vuelve a la memoria otro hecho similar. Si no me es infiel (la memoria, digo) fue a principios de los años noventa del siglo pasado, en La Salina, sede de la Diputación. Descubrimos una cueva anegada de escombros y de lodos, se vació, se arregló y se abrió al público un corto espacio de tiempo. Al mismo tiempo, en el suelo del patio central aparecieron unos restos que se rescataron dejándolos a la contemplación de los visitantes bajo una cristalera. Hasta que llegó el más listo de la clase, de cuyo nombre no quiero acordarme, y los escondió de nuevo bajo unas losas de granito, sin dar explicación alguna. Para mí no es válido que se cataloguen y se sepa que están allí, quiero contemplarlos y nos lo agradecerían los salmantinos.

Ignoro, igualmente, si lo que me sale ahora cuando aporreo las teclas es una pequeñez o simplemente una ocurrencia, un sueño de paseante. La iglesia de santa María de los Caballeros, en las Úrsulas, a la que parece mirar nuestro insigne rector, anda en estos días en obras en su tejado. Y me pregunto yo, señor Alcalde, si aprovechando esos trabajos sería muy difícil o costoso arrancar el cutre cemento que tapa nuestra inigualable piedra. Hubo en tiempos pasados algún lumbreras con mando (género por otra parte muy corriente) que pensó que la mejor manera de preservar nuestra piedra era esconderla, “encementarla” burdamente, y el resultado lo tenemos a la vista, en especial por la calle Bordadores: un hermoso monumento sucio y feo a la vista, ennegrecido por el paso de los años. Les cuento una maldad o un “pecado tal vez venial” que he cometido en este lugar: amparado en las sombras de la noche (espero que no me multen o persigan) más de una vez he arrancado un trozo y allí está la “piedra de Villamayor”, tierna sí, pero hermosa. Esa piedra que en numerosas ocasiones hizo exclamar a Unamuno “dorada Salamanca mía”. Unos miles de euros bien gastados. En Salamanca se cometieron muchos errores come éste, otro caso parecido lo podemos ver el Las Claras.

Recuerdo que tuvimos en esta ciudad un alcalde que se presentó a las elecciones municipales prometiendo rescatar un monumento cada año. Y lo cumplió. El actual está empeñado en seguir sus pasos, sólo hay que pasear las calles para comprobar que va en esa línea. Por eso, don Carlos, humildemente me atrevo a pedirle que haga suya aquella promesa, la de “un monumento cada año”. Y que empiece, por ejemplo, con el edificio llamada de las tres religiones, en la calle de la Rúa, cerca de cumplir los treinta años abandonado y en constante deterioro, porque ninguna corporación que le ha precedido ha sido capaz de meterle mano a un asunto tan simple. Y al propietario hay que decirle que esto son lentejas, o las tomas o te quedas sin ellas; el ayuntamiento dispone de un mecanismo legal para acabar con estas situaciones y tiene la obligación de hacer uso de él. Es curioso cada día ver a grupos de turistas preguntando por esta vergüenza, que se ha convertido en uno de los “monumentos” más admirados de la ciudad. Y si la culpa de esta situación es del propietario, leña al mono; si lo es del ayuntamiento, más leña al mono. Instalada allí una grúa para convertir en apartamentos turísticos la pequeña casa que durante años albergó La Rayuela, podría ser una ocasión magnífica no desmontarla al acabar las obras y aprovecharla convenientemente. Y los sueños, sueños son…

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