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Lo que salva es la mirada
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Lo que salva es la mirada

Actualizado 16/08/2023 08:30
Juan Antonio Mateos Pérez

¿Qué es lo más laborioso? Lo que parece fácil: poder ver con los ojos lo que a la vista tienes.

GOETHE

No se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos.

A. SAINT-EXUPÉRY

Es necesario mirar con atención el mundo que nos rodea. Una sociedad como la nuestra, está cargada de sofismas y nos lleva a una mirada poco profunda, indiscreta y desde la indiferencia a las realidades sufrientes y vulnerables. Hoy, más que nunca, necesitamos un mirar atento, un contemplar lento y reflexivo, cuidadoso con las pequeñas cosas. Un mirar que nos conecte con el mundo y nos haga visibles los sufrimientos invisibles e inoportunos. Este mirar atento, tiene mucho que ver con el respeto, con la persona, con la fragilidad, con la dignidad, con la solidaridad, con la justicia, con el otro, con lo otro, con uno mismo.

El mirar atento es una mirada con los ojos abiertos, es fijarse bien para darse cuenta de algunos aspectos de la realidad y poder percibir las cosas de otra manera. El mundo en el que vivimos nos induce a la mirada fácil y poco profunda, se repiten siempre los mismos eslóganes, tal vez adornados por una retórica más refinada. La mirada atenta no sólo presta atención a mirar de los ojos, es una mirada de la mente y del corazón, es un mirar lento y reflexivo, atento de las cosas pequeñas, es la mirada que nos conecta con el mundo. Ese mirar de ojos abiertos, quiere hacer visibles los padecimientos invisibles e inoportunos.

Una mirada atenta es necesaria en el mar de la indiferencia de nuestras sociedades, ricas en cosas materiales, muy consumistas y que se están volviendo tremendamente inhumanas. Frente a la cultura del yo y del egoísmo, del distanciamiento total, la mirada atenta propone la proximidad, la supresión de toda distancia. La pobreza, el miedo, el dolor, la incertidumbre, la exclusión social, los inmigrantes y refugiados políticos que gritan sin ser oídos en una sociedad que se ahoga en el mar de la indiferencia.

Es necesario aprender a mirar, para ver claro nos decía Saint-Exupéry, basta con cambiar la dirección de la mirada. Aprender a mirar significa mirar de nuevo, como si las cosas aparecieran por primera vez, centrarse en lo esencial, lo sencillo y lo más humano. Nuestra mirada atenta, requiere abrir la ventana del alma, reclama que todo lo humano no me debe resultar ajeno, nos situamos con la humanidad herida desde la simpatía. La simpatía es detenerse ante el misterio del hombre y saber mirarlo con amor, significa ser solidario, mantenerse en onda, escuchar, entender, dialogar y discernir.

Las personas que sufren se quedan sin voz. La desesperación y la injusticia las dejan sin palabras, no son capaces de gritar su protesta. El grito de la desesperación nos interpela a una mirada de la misericordia, más eficaz y comprometedora. Esta mirada atenta de la misericordia no nos deja indiferentes, sino inquietos y alterados ante las injusticias, es una mezcla de asombro y de indignación. Es una mirada a tantos sufrientes al borde del camino, su mirada es mi mirada, es una mirada prójima que apela a lo más profundo del corazón.

En la propia mirada atenta, ya en el propio ejercicio de atención se está logrando la superación del egoísmo. En esa atención, el yo se anula fundiéndose con el propio objeto de atención, rindiéndose a las exigencias del otro. Prestar atención es mirar de forma desinteresada, sin ceder a la posesión, quedando desplazada cualquier tendencia egoísta. La atención se puede presentar como la esencia de la moralidad y explicaría la proximidad entre la moral y el arte.

No solemos estar acostumbrados a mirar el mundo real, vivimos bajo las gafas oscuras de las ocupaciones, el modo de vida acelerado nos produce un descentramiento de la mirada encerrándonos en nuestro propio yo. Mirar una puesta de sol, el color rojizo sobre la montaña o sobre el mar, paralizan mi autoconcentración y mi vanidad. La belleza del mundo nos saca de nuestro propio yo, y desplazamos la mirada hacia lo que nos humaniza abarcando toda nuestra existencia.

El mundo descubierto por la atención no forma parte de mis propiedades, ni mi dominio, con lo que podemos corregir los impulsos egoístas. La mirada atenta es la puerta de entrada a la consideración del otro como tal, la puerta de entrada al respeto. Cuando nos acercamos con respeto al otro, a otras culturas, a posturas diversas entre la vida, siempre nos enriquecemos y aprendemos a enfrentar la intolerancia. La percepción de lo esencial de la vida, como nos recordaba el Principito, se consigue con la fuerza comprensiva como el amor. En toda percepción moral intervienen no solo las capacidades intelectuales, también las afectivas, es necesario vivir para poder ver. Porque la ética del respeto nos interpela a un único compromiso: mirar con atención el mundo que nos rodea.

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