Lo de los idiomas patrios no hace más que marear al personal. En vez de utilizarlos para entenderse unos con otros, se usan para confrontar, dividir y, en última instancia, incomunicar a los ciudadanos. Así hay que valorar la propuesta de Yolanda Díaz de usar indistintamente castellano, euskera, gallego y catalán en el Congreso de los Diputados.
Paso por alto el olvido voluntario del valenciano y balear, lenguas cooficiales en sus respectivas comunidades autónomas, pero que quedan subsumidas en el omnicomprensivo catalán que defienden los partidarios de los llamados países catalanes. Con lo cual se demuestra una vez más la intención política y no lingüística de semejante propuesta.
La formulación de Díaz no es más que la demagogia puesta al servicio de la satisfacción personal de unos partidos independentistas y no una concesión al sentido común, ausente desde el momento en que aumenta la nómina de traductores (no sé si también del euskera directamente al catalán y del gallego al vascuence). En cualquier caso, se trata de un galimatías en que por muy buena que fuese la traducción se perderían matices o sutilezas muy importantes cuando se trata de temas políticos.
Como dice mi admirado amigo José Luis Torró, la prueba del absurdo de esta teoría es que los propios dirigentes de Sumar (autores de la propuesta) en sus reuniones de partido o agrupación de partidos usan el español, común a todos, en vez de perderse por las ramas de traducciones cruzadas.
Todo esto viene potenciado por la lógica preservación de las lenguas vernáculas en el país. Y hablamos de preservación y no de la sustitución por ellas del castellano, de general comprensión. Sucede lo mismo en una Europa forjada históricamente de episodios complejos, incluso violentos, en la que coexisten variantes dialectales en países como Suecia y Alemania o idiomas distintos a los nacionales como en Francia e Italia y lo que se hace es fomentar el uso de la lengua común, en vez de menguarlo. Lo importante es la comunicación, el entendimiento, y para eso están las lenguas mayoritarias (en la UE el inglés, el francés o el alemán que se hablan en los pasillos) que permiten el trasvase de ideas y conocimientos. Empoderemos, por consiguiente a la lengua común, sin perjudicar por ello lo más mínimo al resto de lenguas que queramos.
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