Cuando la Asamblea General de la ONU se reunió en 2015 para poner en marcha la Agenda 2030 sobre el Desarrollo Sostenible, los miembros asistentes decidieron añadir, a los objetivos que habían motivado la creación del Organización -principalmente para prevenir próximas guerras-, los destinados a subsanar el deterioro del universo. Era un plan ideado para ser alcanzado a lo largo de los 15 años siguientes. En ese momento, lo que ocupaba y preocupaba era el aumento de la contaminación, y el desequilibrio norte/sur en el desarrollo y bienestar de los pueblos.
En la reunión de 2019, cuando sólo quedaba una década para alcanzar la meta de la Agenda 2030, se quiso completar su contenido haciendo hincapié en las grandes desigualdades que siguen existiendo entre los pueblos, la especial atención a las mujeres, el cambio climático y no olvidar el mandato inexcusable de luchar por la paz. Todo ello, llevado a cabo en tres niveles: mundial, local y personal.
Como muchos de los acuerdos internacionales, a la hora de cumplir lo firmado, nunca faltan los díscolos y los que abiertamente se niegan a cumplir acuerdos tomados por mayoría. Si añadimos el “Club de los P-5”, es decir, las cinco naciones con derecho a veto -Rusia, EE.UU., China, Francia y Reino unido-, llegaremos a la conclusión de que las resoluciones que “molesten” a uno de los “cinco” será muy difícil que lleguen a surtir efecto.
Uno de los principales objetivos de la ONU es velar por la paz, evitando las agresiones ilegales a países que no hayan atentado contra ella. Podemos citar, de pasada, algunas situaciones actuales que entran de lleno es este apartado.
El más cercano, y más actual, es la agresión de Rusia a Ucrania. Se trata del conflicto armado más importante en suelo europeo -más que la llamada guerra de los Balcanes-, desde la GM II. En 2014, con el pretexto de ayudar al presidente ucraniano Yanukóvic, ante las protestas de la oposición, Putin accedió, pero no lo hizo para auxiliar al vecino, sino para adueñarse de la península de Crimea, de gran valor estratégico. Desde entonces, Putin ha soñado con ir adueñándose de los territorios del este de Ucrania para controlar el acceso al Mediterráneo de los territorios del sureste europeo, y porque la URSS nunca admitió de buen grado la independencia de todas las repúblicas del sur y el oeste. Ucrania tenía ahora la llave del acceso al mar desde todos esos territorios y, sobre todo, es una de las naciones que más ha progresado desde que se soltó del yugo soviético. La comunidad internacional ha condenado la agresión, ha impuesto sanciones económicas a Rusia y los miembros de la OTAN han prestado su ayuda en armamento. Putin desoye el clamor internacional porque también dispone de herramientas para castigar económicamente a occidente. Los combates ya duran más de un año y todo apunta a un alto el fuego cogido con alfileres.
Corea del Norte es otro ejemplo de hacer oídos sordos a las condenas de su régimen dictatorial y a la constante provocación con su política de armas nucleares. Algo similar está ocurriendo con el Irán de los ayatolas. Israel tiene en su poder el record de resoluciones de condena por la ocupación de terrenos palestinos.
Si hablamos de contaminación, tenemos que ir a los países más superpoblados e industrializados -China, EE.UU.,India, Rusia, Japón, etc- que.
El Consejo de Seguridad de la ONU, integrado por 15 naciones, es el único órgano con capacidad de imponer sanciones, pero en él figuran siempre los cinco miembros permanentes con derecho a veto. Las decisiones deben ser unánimes, pero Rusia y Estados Unidos son quienes más veces han empleado el veto. La razón de que sean esos cinco países los del grupo P-5 es que fueron los cinco vencedores en la GM II y los verdaderos impulsores de las Naciones Unidas. Son casi intocables, pero fueron los primeros interesados en salvaguardar la paz y la seguridad del mundo, aspiración muy digna de alabanza.
La invasión de Ucrania, como la antigua crisis de los misiles rusos en Cuba, son dos de las mayores amenazas que ha sufrido la paz mundial desde el final de la GM II. Si no hemos vuelto a estar envueltos en otro conflicto mundial, no es debido -por desgracia- al temor de las sanciones de la ONU, sino al sobresalto del empleo de armas nucleares, que serían más desastrosas que las empleadas en Hiroshima y Nagasaki.
Con el panorama de inestabilidad internacional, de profunda crisis económica, de pobreza cada vez más extendida, de marcada desigualdad en el grado de bienestar de las naciones, de falta de unos eficaces y extendidos servicios de sanidad y educación, del paro que agobia a la juventud de ambos sexos y de la falta de viviendas dignas, tenemos aspirantes a gobernar cuya única inquietud es ver cómo se cambian las leyes para que una minoría de diputados puedan dirigirse al resto de parlamentarios en el lenguaje que una mayoría de sus conciudadanos ni conoce ni emplea. ¿Es ese el problema más perentorio? ¿Tan sobrados estamos de fondos para gastarlos en naderías?
A la sombra de los desbarres de Sánchez para asegurarse otro cuatrienio en La Moncloa, existen otras formaciones políticas que, por falta de entidad y sentido de la responsabilidad, no quieren ser menos y buscan cualquier pretexto para dejar constancia de su inutilidad.
El verdadero político es aquel que se preocupa de aumentar el bienestar de sus ciudadanos, a la vez que impone la ley a quien la incumple. Los adornos, la simpleza, y el mercadeo, fuera de la política.
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