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Una de esas dos Españas
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COLES DE BRUSELAS, 60

Una de esas dos Españas

Actualizado 21/07/2023 14:02
Concha Torres

Por si no lo he dicho bastantes veces: los columnistas, a veces, tenemos que practicar la ciencia ficción. Escribir estas líneas, al filo de una jornada de reflexión, sabiendo que se publicarán al día siguiente de unas elecciones generales que me han pillado en España de forma excepcional, es una buena muestra.

Llevo diez días paseándome por nuestro país y contemplando dos Españas, pero no como aquellas que pintaba Goya en la lucha a garrotazos, o la que nos llevó en el 36 a matarnos entre vecinos y consiguió que nos odiáramos durante cuarenta años más; ni siquiera son dos Españas separadas por una cordillera, una frontera lingüística (vivo en Bélgica, sé de qué hablo) o una clasificación según el PIB. No hay dos Españas en la que una es costera y rica y la otra es interior, pobre y olvidada de todos (que sí)) ni dos Españas divididas entre quienes prefieren la tortilla con cebolla y quienes no (que también).

Hay una España que nos venden los periódicos, televisiones, Youtubers metidos a periodistas y divulgadores, las tertulias en sus diversos formatos mediáticos y los opinadores profesionales que sientan cátedra en Twitter. En esa España terrible, llena de malhechores y gentes de mal vivir, se gasta el dinero público en tonterías, la gente no tiene para comer y por eso le roba la merienda al vecino; los políticos viajan constantemente en aviones privados con una gasolina que paga el contribuyente y los ancianos mueren abandonados en sus casas olvidados de sus parientes y ahogados en su propia miseria. Esa España que las televisiones retrasmiten, acosa a los acosadores de mujeres que, pobres ellos, bastante tienen con aguantar a las petardas de sus mujeres; deja que los enfermos se mueran en las puertas de los hospitales y se ocupa de los niños emigrantes que, total para qué, si son futuros delincuentes. Es una España oprimida, engañada por las potencias extranjeras, incomunicada y obsoleta. En ella los ciudadanos malamente llegan a fin de mes y los desgraciados ricos no tienen más remedio que sacar sus capitales a Andorra para que no venga el estado a convertirlos en pobres, que no hay cosa que les espante más. Hay que usar el agua de Doñana para regar las fresas insípidas, o quemar hectáreas de monte para hacer urbanizaciones, tal es el nivel de desesperación económica al que se ha llegado. Leer un periódico estos días, oír la radio o ver la televisión, es un acto de masoquismo que ríanse ustedes del propio Marqués de Sade (el Marqués viene en Google, para los no iniciados).

Pero por suerte, los que tenemos ojos para ver, oídos para oír y cierto sentido común, vemos otra España, que no entiendo muy bien por qué nadie la cuenta. La del sol gratuito, aunque apriete más de la cuenta desde que llegó un cambio climático que solo niegan los enajenados. Esa a la que ochenta millones de turistas extranjeros quieren venir, que digo yo que será por algo; y que si este país fuera ese lugar peligroso lleno de delincuentes, no vendrían. Hay una España de gente que trabaja muy duro, a veces con cuarenta a la sombra y en condiciones infrahumanas, porque con esos sueldos, que poco a poco empiezan a ser dignos, se pagan colegios gratuitos y universidades públicas que permiten a sus proles soñar con un futuro mejor. Hay una España llena de hospitales donde te curan unos cánceres terribles a coste cero para el paciente, habitados por unos médicos y enfermeras mal pagados que, a pesar de todo, están entre los profesionales más y mejor cualificados de España, junto con maestros y profesores, maltratados igualmente. La gente vive fácilmente hasta los noventa porque la calle es un remedio contra la soledad y no una simple sucesión de tiendas; la inflación es por ahora una de las más bajas de la zona euro y, en este momento, el paro (esa plaga bíblica que nos castiga desde tiempos inmemoriales) es el más bajo de la historia de la democracia. Hay una España donde los niños empiezan a hablar inglés sin tener que haber nacido en la Moraleja y donde las mujeres pueden denunciar al que les levanta la mano llamando a un teléfono gratuito; donde ames a quien ames (de tu sexo o del contrario) nadie te va a meter en la cárcel y donde se desayunan churros y se bebe gazpacho hecho con tomates que no salen a precio de langosta.

Pero esta última España, solo la vemos unos pocos, probablemente los que no vemos la tele (yo no sé ni cómo se enciende la mía) no escuchamos tertulias radiofónicas y, para nuestra desgracia, cada vez leemos menos periódicos porque cuentan poco, sesgado y con faltas de ortografía. Lo de Twitter y los Youtubers analistas ya no es ni de mi edad. Cuando esto se publique, habrán ido ustedes a votar, espero que una de estas dos Españas, como decía Machado, no les deje el corazón helado.

Concha Torres

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