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“Fue duro, aparecieron las llamas cerca y entonces fue cuanto tuvimos que irnos”
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HERMANO FREDERICK TAKKENBERG, CARMELITA DESCALZO DEL MONASTERIO DESIERTO DE SAN JOSé EN EL VALLE DE LAS BATUECAS

“Fue duro, aparecieron las llamas cerca y entonces fue cuanto tuvimos que irnos”

Actualizado 11/07/2023 09:55
David Sanchez

La tarde del 14 de Julio de 2022, tres días después del inicio del incendio que llegaba por Monsagro, se presentaba de improviso en este espacio natural, amenazando con llevarse por delante todo, incluso este histórico edificio.

Fue el incendio más devastador de la historia reciente de la provincia de Salamanca. Un rayo caía en la tarde el 11 de julio cerca de la localidad cacereña de Ladrillar, dando inicio a unas llamas que, desbocadas, entraron en la provincia charra por Monsagro apenas unas horas después. Los vecinos del municipio salmantino, junto con los de Morasverdes y Guadapero tuvieron que ser evacuados, pero no fueron los únicos.

En pleno corazón de las Batuecas, cumpliendo con el mandato de sencillez y una vida monástica dedicada a la oración, se encuentra el Monasterio Desierto de San José, donde 10 frailes Carmelitas mantienen vivo este edificio fundado en 1599. La tarde del 14 de Julio de 2022, tres días después del inicio del incendio que llegaba por Monsagro, se presentaba de improviso en este espacio natural, amenazando con llevarse por delante todo, incluso este histórico edificio.

“Lo vivíamos muy de cerca” explica el Hermano Frederick Takkenberg, uno de los religiosos que ese día tuvieron que ser evacuados hasta La Alberca “veíamos el humo detrás de las montañas, hasta que aparecieron las llamas y entonces fue cuanto tuvimos que irnos”. La voracidad del fuego sorprendió al residente de este retiro espiritual y rápidamente los equipos de extensión, entre los que se encontraban más de un centenar de bomberos e integrantes de la Guardia Civil acudieron ante la llamada de alerta lanzada desde el monasterio “estábamos rodeados de bomberos, aunque eso los vimos con más detalle después, el día que nos evacuaron todo sucedió muy rápido. La Guardia Civil nos llevó hasta La Alberca y el recibimiento fue muy conmovedor” señala Frederick.

Suele decirse que, en los momentos de dificultad, es cuando se ve lo mejor de las personas y este caso no fue una excepción, con todo un pueblo volcado en atender a sus “nuevos” vecinos, “nos recibieron con los brazos abiertos”. El Hermano Frederick recuerda que en la primera noche un establecimiento hotelero les ofreció sus instalaciones, además de los propios vecinos ofertaron sus casas particulares, donde finalmente fueron reubicados: “Preferimos ir al pueblo porque los hoteles también los necesitaban los bomberos”. Frederick hace un viaje a su memoria de esa negra noche del 14 de julio del año pasado, cuando en la casa parroquial los albercanos fueron prestos en llevar víveres a los frailes, para después repartirse en diversos lugares que se convertirían, por unos días, en su hogar.

Muestras de cariño que sirven para evidenciar la unión que siempre existirá entre el pueblo y el monasterio, “aparte de eso, el hecho de que estemos aquí hace que el valle tenga un sentido especial, es un parque natural, un lugar donde los albercanos vienen habitualmente”. Tras unos días en La Alberca, los monjes fueron desplazados hasta Alba de Tormes, para vivir en comunidad en otro centro religioso. Cerca de 10 días después, Frederick y el resto de los hermanos, volvían a pisar su monasterio en Las Batuecas. “Estaba todo cubierto de carbón, era impresionante verlo, hacia todavía calor que provocaba el propio fuego y existían aún focos activos”. El elevado número de efectivos implicados sorprendió a los monjes “había más de 100 de estos héroes, hombres y mujeres que estaban trabajando aquí, cubiertos completamente de negro” que les confesaron cuál fue su salvación: “nuestra fuente” cuenta con una sonrisa Frederick “ahí podían beber agua, refrescarse”.

El regreso fue muy espacial para los frailes carmelitas, dejando en la retina imágenes imborrables, cuando se acerca el aniversario de ese momento, “impresionaba ver el carbón por todos los sitios y que el monasterio no sufriera daños fue un milagro” y es que las llamas se quedaron apenas a 100 metros de ponerse en contacto con el inmueble, siendo muy visibles desde la zona de la huerta del Monasterio Desierto de San José. “Durante varias semanas todavía trabajaban los aviones y los oíamos, era imponente. Aunque una vez que regresamos, no teníamos temor de que tuviéramos que dejar nuevamente nuestro lugar de vida espiritual” relata el monje.

Un año después, la vida trata de volver a dotar de color verde a la parte más afectada como nos cuenta el protagonista de nuestro relato: “la naturaleza tiene una forma única de volver a abrirse en esplendor, de salir adelante, y sin obviar el trabajo de los forestales, los que estuvieron cerca de 8 meses limpiando la zona, cortando arboles afectados, y ahora ha vuelto también la calma. Nos han comentado que se está planteando hacer en el valle un helipuerto y una balsa de agua y así tenerlo más cerca para prevenir que se repita la experiencia y que todo esté más protegido.

Esos días, los 10 integrantes de esta comunidad religiosa fueron protagonistas involuntarios de la actualidad, lo que supuso un cambio en sus rutinas, ya que como nos cuenta Frederick, “nosotros vivimos en silencio, tranquilidad y soledad que es nuestra vocación, pero también sirve para pensar que este sitio histórico es muy humilde y que el sentido que tiene es que los frailes vivamos como ermitaños, haciendo de este lugar arqueología viva, dotando de sentido este edificio. El monumento no es sólo la piedra, es lo que le da sentido, mantener viva la esencia por la cual se levantó en este impresionante valle” asevera con serenidad el Hermano Frederick, que se despide con una sonrisa antes de cruzar el umbral que le lleva de regreso al silencio, mientras la historia de cientos de años se condensa a nuestro alrededor.

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