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Las barbas del vecino
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Las barbas del vecino

Actualizado 10/07/2023 07:35
Francisco López Celador

Si tenemos que hablar de nuestro vecino, conviene especificar. En principio, hablemos de los graves disturbios que han aflorado en Paris, y varias ciudades más de Francia, con ocasión de la muerte de un joven francés, descendiente de familiares argelinos. El final de la llamada Guerra de la Independencia de Argelia supuso el cierre de una herida sin cicatrizar. Para acabar con más de 130 años de colonización, se firmó una paz entre las dos partes, pero sin contar con uno de los elementos más influyentes: el FLN. Un posterior referéndum supuso la independencia de hecho, aunque nunca acabaron de estar claramente definidos los derechos y las identidades de los ciudadanos. Hubo un millón de repatriados a la metrópoli –los famosos Pieds-Noirs-, nacidos y crecidos en Argelia francesa, pero con el trauma de no conocer Francia ni la civilización europea. Muchos de ellos se establecieron en la costa mediterránea y su llegada en oleadas nunca fue bien vista por los nativos, hasta el punto de ver cómo se dañaban o se robaban sus bienes, a no pocas familias. a su llegada al puerto.

Los ciudadanos europeos y los musulmanes que deseaban seguir siendo franceses nunca estuvieron de acuerdo con la forma de solucionar la independencia. Los terroristas de la Organizatión de l´Armée Secrète (OAS) intentaron un golpe de Estado y se convirtieron en el equivalente francés a nuestra banda ETA. Además de múltiples atentados en Argelia y en Francia, su principal objetivo era el general De Gaulle.

Los hijos de aquellos ciudadanos establecidos en Francia, y nunca bien acogidos, y otros muchos que han llegado de forma poco legal, son los protagonistas de muchos de los atentados que ahora se cometen en Francia - nuestro vecino de “arriba”.

Si hablamos de nuestro vecino de “abajo”, nos valen muchos de los razonamientos que hemos hecho al hablar de Francia. Nuestra situación geográfica hace que España sea punto de paso obligado para quienes, procedentes de África, desean establecerse en Europa, ya sea provisional o definitivamente. Somos la primera nación europea, moderna y “rica” –según su punto de vista- que ven en su vida. Esa primera impresión es todo un efecto llamada para nuevas oleadas. Por otra parte, la evolución de los medios de comunicación ha hecho posible una información más próxima y veloz. Las aldeas africanas más escondidas ya saben quién es Modric, Messi, Putin o Biden, los niños juegan al fútbol en la calle con camisetas del Madrid o del City; y escuchan música de Madona, Julio Iglesias o Shakira. Nuestros visitantes más próximos son los ciudadanos de Marruecos. La presencia española en el llamado Protectorado de Marruecos todavía es recordada por los más ancianos. España todavía “suena”.

El problema surge cuando el inmigrante despierta del sueño redentor y descubre que en Europa no todo es en tecnicolor, que aquí tampoco se atan los galgos con longanizas, que en los suburbios también hay chabolas, hambre, droga, prostitución… Es la pescadilla que se muerde la cola: el inmigrante sufre un fuerte desengaño, carece de medios, no encuentra trabajo, es consciente del rechazo por parte de algunos sectores de la sociedad y, empujado por esas carencias, suele entrar en el mundo de la delincuencia. Todo ello da más argumentos a quienes se oponen a tolerar una inmigración incontrolada.

En la otra cara de la moneda, el inmigrante que se acostumbra a vivir de las ayudas que recibe del gobierno abandona la idea de integrarse en el sector productivo de la sociedad y, poco a poco, también encuentra acomodo en ambientes un tanto oscuros. Más razones para que algunos sigan mirándolos con ojos inquisidores.

La integración es algo moralmente obligado para toda democracia avanzada, aunque sólo sea por razones humanitarias. En este mundo llamado de la globalización, los derechos humanos también son universales y nadie puede disfrutar de ellos pretendiendo excluir a los foráneos. Pero esa integración debe ser de “ida y vuelta”. En el hogar paterno, se nos ofrecen dones que nunca alcanzaríamos con nuestros propios medios –amor, educación, sanidad, cultura, etc.-, pero, al mismo tiempo, se nos pide nuestra aportación –cariño, respeto, obediencia, trabajo… Al inmigrante se le presta la ayuda necesaria para integrarse en la sociedad, a cambio de que colabore ajustándose a las costumbres, el orden y la ley.

En esta situación de frustración, cualquier chispa es suficiente para que prenda el incendio. Lo acabamos de ver en Francia. Esas batallas campales en plena calle ya no son entre dos grupos que piensan diferente; más bien son el enfrentamiento entre dos naciones: en un bando, una democracia occidental que tiene garantizados unos derechos universales y lucha por consérvalos; en el otro, una serie de colectivos, sin Estado propio, fuertemente pertrechados con los pensamientos musulmán y marxista, que proceden del mundo islámico o del marxismo instalado en Hispanoamérica, y no quieren oír hablar de democracia.

Cuando los jóvenes que se enfrentan a las FOP comprueban que los fondos se acaban y la guerra continua, aparece el proveedor que nunca falla: el narcotráfico. Su táctica está muy bien estudiada. A pesar de que esta especie de guerrilla urbana no suele ocasionar demasiadas muertes –siempre serán muchas-, los heridos sí lo son y las detenciones llegan a contarse por centenares –en Francia han sido miles-, pero saben que nunca son duraderas, ni siempre caen los verdaderos cabecillas. Ebrios de petulancia, repiten que nada quieren saber de nuestra democracia, que su ley está subordinada a su credo y nunca se someterán a nuestro sistema.

Lo último que se puede esperar de los gobiernos occidentales es establecer una especie de Cartilla de Racionamiento del Voto, en un intento de comprarr su voto a base de subsidios lúdicos, que nunca logran enderezar sus ideales ni aumentan su formación.

Todo el mundo se declara a favor del inmigrante, sobre todos quienes están al final de los destinos de llegada. Cuando esos países comienzan a sentir el problema, ya no está tan claro eso de los derechos humanos. La distribución debe hacerse de forma equilibrada y en las condiciones que dictan los tratados internacionales. Además de ser la puerta de entrada de África, España es la cuna de donde ha salido el idioma de toda Hispanoamérica, razón por la cual todos los ciudadanos que tienen carencias en sus países encuentran más fácil su integración en España. Debería sacarnos los colores el hecho de que un porcentaje muy elevado de la mano de obra que se encarga de los trabajos no especializados esté a cargo de esos inmigrantes, por no haberlos aceptado muchos de nuestros parados.

La integración de los inmigrantes es necesaria, pero también lo es la regularización de las medidas que controlan su llegada. Ya hemos tenido episodios trágicos en nuestras fronteras de Ceuta y Melilla. Si se mira para otro lado, no tardaremos en estar como Francia.

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