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La iglesia Nueva del Arrabal, la Trinidad prodigiosa de Genaro De No
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Itinerarios salmantinos

La iglesia Nueva del Arrabal, la Trinidad prodigiosa de Genaro De No

Actualizado 07/07/2023 10:10
Charo Alonso

Es el arte el Espíritu Santo de esta iglesia que construye el padre y decora el hijo con un ábside que conmueve al espectador

Murió el pintor salmantino Genaro de No Soler y durante el funeral en la iglesia que levantara su padre el arquitecto, María Teresa, su mujer, miró hacia el ábside pintado por el artista y dijo: “Genaro ya está en las manos de Dios”. Esas manos inmensas, esos pies grandes que caracterizaban la pintura del más fecundo muralista salmantino… Quiso ser Genaro de No artista desde siempre, pero su padre, el arquitecto cuyas obras recorremos en la Salamanca de nuestros pasos, le instó a estudiar una carrera útil. Genaro se licenció en ciencias químicas y tuvo algo de inventor en sus tareas de precursor del diseño, pero siempre ejerció como pintor y fue la decoración de esta iglesia que alzara su padre en 1952, uno de sus trabajos más sentidos.

Ahora que cobra tanta importancia la pintura mural y que dedicamos muros al genio de Caín Ferreras, Daniel Martín o David de la Mano entre otros ¿Cómo no recordar la obra muralística de Genaro de No? Suya fue la época en la que se erigieron las iglesias nuevas, los desnudos templos que se llenaron de retablos pintados… y era su mano fuerte, su dominio del espacio, su apasionado expresionismo en las figuras y su uso medido del color la que destacaba en la generación prodigiosa de sus coetáneos de los años 50: María Cecilia Martín, Isabel Villar, Fernando Román o Zacarías González entre otros. Genaro de No pintaba ¡Cómo pintaba Genaro de No! retratos, paisajes, paisanaje salmantino pegado a la tierra, pero eran sus murales el signo distintivo de su obra. Una obra fuertemente religiosa, como su persona divertida, profundamente culta, insaciable en su curiosidad, su genio inventivo, su talento para llenarse de lo nuevo… y la hondura de su fe que alimentaba con la charla fecunda con un jesuita amigo suyo que le inspiró una de sus obras más originales y sorprendentes: el Via Crucis de la Capilla del Hospital Clínico hoy felizmente recolocado en el centro de los Montalvos.

Tiene la obra de Genaro De No la fuerza escultórica de Montagut, quien fue su maestro en Salamanca. Rotundas facciones de sus personajes a la manera en ocasiones del hombre nuevo, de la escultura de Núñez Solé. Y culmen de su aprendizaje, el ábside de esta iglesia de vista privilegiada frente al Tormes y las catedrales salmantinas ahora desacralizada y aislada por las rotondas que bien merece el paseo demorado y un destino adecuado, si no tanto a su factura, a su emplazamiento único y a la joya que guarda en su interior. Tres naves y dos torres levantadas en los años cincuenta porque la iglesita vieja se había quedado pequeña, obra del padre que remató el hijo con su particular visión de la Santísima Trinidad: un Dios Padre de insólita juventud que acoge en su seno al hijo en la plenitud de su carne mortal, las manos, esas enormes y expresivas manos de la pintura de Genaro abiertas a los fieles y ambos sobre una paloma de factura exquisita. Es la imagen superior, pero la central es una virgen que se eleva y marca el eje alrededor del cual quiso el artista reflejar todo un Via Crucis así como la vida de Jesús situándolo a lo largo del paisaje pétreo de teatral geometría. Azules y grises, piedra donde el artista despliega la historia sagrada en ambos lados del ábside marcados por la virgen en torno a la que se reúnen los apóstoles en dos grupos sobre la roca. Un precipicio donde la luz central representa la gracia y los personajes que se suceden entre los bloques de piedra parecen confundirse con esta, compartiendo la verticalidad y la geometría de aristas y pliegues de sus ropajes. Es la obra de un matemático preciso, de un dibujante dotado, pero también, la de un tramoyista del espacio que se subía al andamio con la estructura clarísima de su monumentalidad.

A la luz natural de las ventanas, Amador Martín trata de captar en un solo gesto la grandeza de esta obra que merece la visita y la admiración de quienes no la conozcan. Cuida el espacio ya sin el eco del culto, la Hermandad del Amor y de la Paz precisamente con amor y respeto y de aquí salen en su impresionante procesión del Cristo que parece descender de la obra de Genaro de No. Absolutamente humano, su cabeza no está rendida, sino contrastando con la mirada directa del Padre, las manos de ambos abiertas como sus brazos, unas estigmatizadas, otras no, un cuerpo vestido, otro desnudo, un desnudo de hombre joven, en la plenitud, el torso de atleta incrustado en el regazo de un Padre inusual. Ambos, el espíritu como base, son la pieza central que se abre en el eje de la imagen de la Virgen, una estructura que ya utilizara De No en algunos de sus inconfundibles murales desperdigados por las nuevas parroquias de la provincia.

No firmó ni fechó Genaro la obra como era su costumbre. Una característica que luce el altar que pintara en el 62 para el colegio del Pilar de Vitigudino, donde está enterrada mi Inés Luna y que tiene también la misma estructura, esta vez como eje la madre con el niño, elevados sus pies sobre la piedra que crea un decorado con arcos y puertas ojivales. Sin embargo, dos años después, en el 64, la misma estructura tiene como centro a San José Obrero, un San José que no asciende, cuyos pies están firmemente anclados en el suelo, un mono de trabajo como vestimenta, una Cruz que recuerda a la del Valle de los Caídos eje del altar pintado para la iglesia de Castillejo de Salvatierra. En ambos hay una preparación que tiene como obra maestra este ábside cuyos detalles fotografía Amador mientras, afuera, el rumor del tráfico de la tarde se confunde con el canto de los pájaros y el agua que corre, mansa y densa.

Ambos recorremos sobrecogidos el espacio ahora vacío que rodea la magnitud de esta obra, la soledad de su quietud. Los atriles de la banda que ensaya aquí y que nos muestra Manuel generosamente, tienen una nota de calidez y vida, de color a la manera de Genaro que cuidó mucho el tono de pizarra rota en aristas para componer su sinfonía sagrada. Y cuando nos marchamos, hay un rumor que queda ascendiendo entre las naves que alzara el padre y pintara el hijo: es la presencia del genio, batir de alas de su fecundo espíritu.

Charo Alonso.

Fotografía: Amador Martín.