Cuando a Pepe Hillo, le “echaron” en la plaza como posible rival de Pedro Romero, quiso Hillo fanfarrón acabar con el rondeño, y en una corrida entró a matar el toro con el sombrero de fieltro. Pero cuando le tocó el turno a Romero, no solo tiro la muleta y el sombrero, sino hasta la redecilla y agarró una soberana estocada, manejando en la mano izquierda una pequeña peineta.
Es curioso observar, como desde tiempos tan remotos, los toreros mostraban ya, su acentuada competencia. Han pasado más de doscientos años de aquellas calendas. El toreo ha evolucionado hasta convertirse en un arte exquisito. Los toros ya no son afortunadamente aquellas fieras llenas de resabios y cornamentas pavorosas. Pero la gallardía, la responsabilidad, la vergüenza y la competencia distan mucho de ser, no ya aquella tan legendaria y lejana, sino cualquier otra mucho más cercana que no pocos conocieron.
¡Ya no rivalizan los toreros de hoy! Aunque parece que proliferan los mano a mano, más que nada provocados por las penurias económicas. Lo cierto es, que salvo alguna decorosa excepción, estos ya no son una competencia, es simplemente una corrida entre dos diestros, sin rivalidad, donde el reparto de la “bolsa” es el propósito empresarial más regenerativo.
Apenas existe competidor, tampoco dirimen un mano a mano emocionante (se siguen aceptando excepciones), y apenas tampoco existen partidistas de toreros que discutan las contiendas de uno y otro matador, no ya en la plaza, sino en la calle, en bares, casinos hoteles y colmados etc... Hoy los toreros se aman, se veneran, se piropean unos a otros sus cualidades y otras ostentosas banalidades, bajo sospecha y coalición de no agresión en la arena.
Ya, no se distinguen los caracteres contrapuestos de los rivales, hoy no se habla de retar, de mojar la oreja, de desafiar, ni tan siquiera de cruzar la mirada gallarda y serena que diga “soy mejor que tu”.
Si repasamos la historia de aquellos competidores, como lo fueron Rafael Molina alias “Lagartijo”, con “Frascuelo” y más cercano Joselito y Belmonte; Arruza con Manolete, Litri y Aparicio; y por cercanía y paisanaje “Capea” y Robles, por citar algunos. Estos tuvieron mas ardor y empuje de lo que se ofrece hoy, con ese ramillete de figuras de poca pujanza, y por lo visto hasta ahora escaso repertorio. Uno no puede por menos de evocar tiempos pasados, y apelar al romanticismo, recordando a los toreros de personalidad y valor sereno incapaces de consentir que nadie les venciera.
Eran las tardes ruidosas, llenas de ardor, donde a cada paso se satisfacían sus imperiosas necesidades y ansias de ser reconocido como un “Pedazo Torero”, orgulloso al mismo tiempo de satisfacer y emocionar a los públicos. No hace falta dejar de ser amigo, ni perturbar los serenos afectos de compañeros y de hombres, pero pisando el anillo de la plaza, cada torero ha de rivalizar, imponerse al otro, demostrar porque se es figura, o querer serlo, hacerse aplaudir por su gallardía y destreza. Hoy desgraciadamente con esa falta de rivalidad y apasionamiento, apenas podemos definir el arte taurino y personal, los rasgos diferentes están muy disminuidos, estamos ante la uniformidad, el mismo patrón e igual descaste.
Las competencias en los toros han sido siempre el nervio de la Fiesta. A ellas, se les deben los cambios más radicales, los avances más considerables y los momentos más felices y gloriosos del toreo. Preguntad a cualquier viejo aficionado. Buscad en la historia. Y tanto la referencia verbal como la escrita, os dirán que las mejores tardes de toros nacieron al calor de una competencia, competencia que ha llenado un periodo de la Fiesta, dejando en la historia un surco hondo y profundo. La historia misma en sus albores, es una sucesión ininterrumpidas de competencias...
Fermín González. blog taurinerías