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Fue en un pueblo sin mar
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Fue en un pueblo sin mar

Actualizado 05/07/2023 07:57
Tomás González Blázquez

Mi único amor de verano me sorprendió a punto de casarme. Cuando ya se me había colado otra clase exótica de mariposas en el estómago, no sé si por el cardias, por el píloro o por ambos portones, hasta me llevaron a Gandía y a Sanabria a despedir la soltería. Mientras hacían de las suyas la dopamina, la oxitocina y demás razones de difícil acomodo en poemas y canciones (vale, aceptamos bilirrubina), yo ya estaba terminando de entregar las invitaciones. Problema. El caso es que hubo boda apenas dos horas después de despedir ese verano en el que también me enamoré, y ya va para once años...

En mi caso fue en un pueblo sin mar y sin descorazonadora sucursal del Banco Hispano Americano, pero no se trata aquí de contar mi historia sino de rescatar, como patrimonio vital y social, aquellos primeros amores que dejan huella en la carrera profesional. Obviamente, no computan jamás para la obtención de esos grados I, II, III y IV que, para los que hemos dedicado el tiempo a ver enfermos, no son demasiado sencillos de conseguir. Los que hemos sido temporeros de la sanidad, y los sigue habiendo aunque ya no tanto, tenemos grabados los lugares de nuestro primer contrato. Las primeras sustituciones. Las primeras guardias. Los primeros compañeros. Por lo general, en pueblos y en verano. Se dan flechazos y también alguna que otra calabaza, pero en general el tiempo ayuda a decantar la verdad de ese amor primero, a veces idealizándolo y siempre agradeciendo lo aprendido y donde se aprendió.

En otras profesiones, como las del ámbito educativo, no serán amores de verano sino de septiembre a junio, o cuando surgiera la oportunidad de cubrir una vacante donde fuese. Tal y como recuerdo los míos, o como se lo escucho a menudo a mis colegas sanitarios, también los docentes atesoran los primeros cursos que pasaron en colegios o institutos de las más variadas provincias, y muy a menudo en el medio rural. Lo mismo ocurrirá con trabajadores de los juzgados, de la banca, de la Guardia Civil y de tantos otros servicios que tienen una presencia, aunque menguante, en nuestros pueblos.

Lo común, salvo excepciones, es que esas etapas generalmente iniciales de su desarrollo laboral sean recordadas como muy fructíferas en el aprendizaje y relevantes en el propio proyecto de vida. No es raro, se entiende, que algunos hayamos optado por continuar el resto de nuestros años de oficio en el mismo contexto o similar; otros quizá también lo harían pero, por circunstancias familiares, terminan buscando un entorno urbano o menos periférico. Sin embargo, pese a la moda reivindicativa de la España vacía, vaciada a menudo de conocimiento sobre el terreno, hoy se aprecia cierta minusvaloración de estas experiencias tan ricas y profundas.

En el ámbito que me concierne, el de la Medicina, se lee con insistencia sobre el supuesto desperdicio que sería formar a un especialista en Medicina Familiar y Comunitaria y asignarle un cupo de pacientes reducido, como suelen ser, por la dispersión geográfica de la población, los del medio rural. Esta afirmación discutible ha terminado por estigmatizar la Medicina Rural, de modo que los nuevos especialistas no contemplan esa opción laboral; incluso el Sr. Sacyl parece que busca fidelizarlos en centros de salud urbanos mientras contrata para los rurales a médicos sin la especialidad.

Si queda por ahí alguno enamoradizo, incluso con boda fechada para septiembre, le animo a que se atreva a mirar a los ojos a su particular Tornavacas. Que escriba en las historias clínicas de sus primeros pacientes como quien construye, tacha y rehace versos para su enamorada. Que deje que su coche descubra el camino hacia los primeros avisos a domicilio, probablemente ilocalizables por el móvil, como quien va coleccionando lugares íntimos para pasear al atardecer. Que prepare y equipe su maletín como quien se pone la camisa que más le gustará a ella y se acuerda de echarse colonia. Que se deje sorprender y enseñar cada día por los enfermos y por los pueblos donde viven como quien asume que no hay amor con libro de instrucciones. Y así, otra vez, el verano siguiente...

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