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A la compra
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A la compra

Actualizado 03/07/2023 11:26
Charo Alonso

Le dejo a deber unas monedas a la chica de la frutería y regreso, las bolsas rebosando la espuma de una lechuga que se pone lacia por el calor y mira que hay poca distancia de la casa a la tienda donde se apilan las piezas de temporada, la rotundidad enorme de melones y sandías que ruedan sobre el cuchillo con el que abrimos la pulpa de colores, cristalina de frescura. Llego a casa con las manos doloridas de las bolsas y cuidando de que no se caiga el periódico en papel que se lee mi padre para probar que ni sabemos conducir ni vivir en esta sociedad nuestra que no entiende. Compras de sábado mientras se despereza el día, y sigue habiendo cola en la churrería pese al calor, porque los hay que no perdonan el aliento del café y la masa frita a la que huele la calle por donde bajo porque me falta el pan y hasta me toca pasar por la farmacia de camino a saldar la deuda, monedas que aparecen en el fondo del bolso.

Los sábados tiene mi barrio una prisa de bolsas llenas, de carnicería y pescadería donde alguien da la vez y pienso en las horas que se han pasado mi madre, la mía y las de mis contemporáneos, haciendo cola, cargando comida, cocinando para una casa con más niños que dormitorios. Ellas no sabían del todo de supermercados y picoteaban de cada sitio, cuarto y mitad del corazón, tenderos de su gusto y mercados donde estaba todo expuesto al calor de la mano. Ellas hacían de la compra un arte para alargar el salario del marido y subían y bajaban el jaretón de la falda y el bajo de los pantalones, cosiendo rodilleras, cortando vestidos y usando retales para un mantel que cubre la mesa siempre promisoria. En el sábado de mis quehaceres por el barrio, el peso de todos aquellos años me hiere la mano con las asas de las bolsas. Bolsas y bolsas acarreadas escaleras arriba, el paisaje cercano y el paisanaje con nombre y apellidos y bajo donde Gaby a por el periódico y dile a la del pan que le dejé ayer a deber algo.

Ahora que no soy niña, no le pido la vuelta a mi madre de la compra que acarreo y Del recado que hago diligente, sino que solo espero que todo sea de su gusto porque vosotras no sabéis comprar y de cuándo acá diferencias tú el pescado fresco. Hay un aprendizaje que no se lee en los libros y cuando ella empieza a inspeccionar bolsas y a abrir paquetes siento que va a decirme que la carne es mala, que el pan está poco cocido, que este pescado parece del siglo pasado… sin embargo, todo lo da por bueno y no sabe dónde guardarlo mientras reviso si falta azúcar o se ha desparramado el café antes de volver a la actividad cada vez más acelerada de mi barrio, y cuando paso enfrente de la frutería pregunto a gritos ¿Te traje lo que te debía? Y una voz, entre las piezas maravillosamente apiladas se ríe de mi despiste: Da igual, ni a ti ni a mí nos va a sacar de pobres.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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