La Diputación de Salamanca y el Ayuntamiento de Martinamor celebran los cien años del nacimiento del cantante
Cantó por todo el mundo Rafael Farina que había nacido en un pueblo chiquito entre fandangos y palmas, muy cerca de la dorada Salamanca. Martinamor es mi pueblo, resonaba en los escenarios como resuena ahora junto a “la iglesia chiquita frente a la que aprendí a rezar a la virgen bendita” el recuerdo al cantante gitano al quien Salamanca homenajea con emoción contenida. Y lo hace, como no podía ser de otra manera, en un escenario y con música. En un escenario y recordando, que la Plaza Mayor gracias a Gabriel Calvo y a Florencio Maíllo, a ese Lorca de los gitanos “bronce y sueño”, el sueño que soñó aquel niño del Barrio Chino, Rafael Antonio Salazar Motos, Rafael Farina.
Quisieron las rutas de los tratantes de ganado, aquellos gitanos trashumantes que iban de pueblo en pueblo, que la madre se pusiera de parto el 2 de julio de 1923 en aquel corral de los gitanos donde se hospedaban de paso. Allí nació el niño Rafael Antonio, quien también recaló, según los relatos de mi madre, en Calvarrasa de Arriba, porque en el corralón enfrente de la casa dormían los gitanos, aquellos que le pedían una limosna a mi abuelo Nicolás que siempre ayudó a sus ocasionales vecinos porque los gitanos no tenían permiso más que para estar de paso.
Niño de la calle, el pequeño Rafael Antonio recorría las tabernas del Barrio Chino para “cantar al plato” con su hermano Rafael, “Calderas de Salamanca”, cuya historia saben tan bien Nano Serrano y José Ramón Cid Cebrián. Fue “La Margot”, dueña y señora de la noche salmantina, quien le enseñó, le cuidó y hasta le mostró el milagro del agua corriente. Gitano de luces, pasó de pedir “una voluntad” a iniciarse en los espectáculos, viajar a Barcelona y probar suerte en Madrid donde Márquez, el torero, apoderado y marido de Concha Piquer le incluyó en el espectáculo de la artista. Fue Doña Concha quien hizo que dejara de ser el cantaor puro para cantar con orquesta y sacar partido a su aire de fandango. Ese fandango que le haría famoso.
Tuvo desde el 1952 nuestro Farina compañía propia, el suyo era un estilo reconocido, una voz privilegiada y una postura en el escenario de torero. Humilde y cercano, la suya era una figura amable, de letras sentidas que le salían del corazón y no sabía escribir. “Ninguno en Salamanca es más gitano que yo”, cantaba de esa Salamanca que veneraba desde los escenarios, toro, torito fiero con divisa verde y blanca, y que ahora le celebra en su pueblo, descubriendo las tres placas diseñadas por el artista Amable Diego en las que recrea su rostro y recuerda la letra de la canción dedicada a este Martinamor que llenó las calles y el ágape generoso antes de acudir a la era convertida en escenario. Y así, bajo una luna llena y un cielo que fue oscureciéndose, Salamanca dorada y Martinamor chiquito, celebraron al cantaor en la persona David Mingo, Diputado de Cultura y alcalde de Santa Marta de Tormes, con una encendida alabanza al alcalde, Juan Antonio Martín, quien había insistido en la obligación de homenajear a una figura universal desde la provincia. Un homenaje organizado por Javier de Prado que se inicia con la lectura teatralizada “El rey de los gitanos” escrita por la autora Isabel Bernardo.
Una lectura de ricos y contados elementos escenográficos para hablar de la vida de Farina en las voces de Daniel Sayagués, quien actuó en nombre de su padre, José Antonio, de Nuria Galache, fantástica en su papel de gitana, y de José María Valle. Magnífico repaso biográfico aderezado con la voz del Bornolero de España, acompañado de la guitarra, siempre honda y sentida, de Nano Serrano. Y es la suya, el alma del espectáculo “Charros y Gitanos”, que en palabras de su responsable, el folclorista José Ramón Cid Cebrián, aúna la música de dos pueblos ancestrales: el charro y el gitano. La alborea gitana y la alborada charra en la voz de Aarón y Dalila Salazar Motos, cuyo abuelo era primo de Farina, resuenan más allá de esta era que termina en las estribaciones de Gredos. El cielo se tachona de estrellas y todas caben en las manos de la bailaora Alicia Almeida, y en la gracia infinita de los charros, Iván García y Mayra Pérez, un espectáculo ya muy conocido y siempre revisado, revivido y finalizado con un broche charro y gitano muy especial: la canción dedicada a Salamanca de Rafael Farina.
Una canción también recreada por la que ahora es la voz del cantaor salmantino. El gaditano de Bornos, ganador del concurso “Lluvia de estrellas” y muy conocido por sus actuaciones recreando la voz de Manolo Escobar y de Farina, puso el broche final a la noche. Dueño de esa “herramienta”, una voz poderosa como la denominaba Farina, de ese talento sobre el escenario que solo se tiene cuando uno se inicia desde bien joven, como el cantaor salmantino, el artista Bornolero de España, que nos había emocionado en la lectura dramatizada de Isabel Bernardo, cerró con una gracia infinita e inmensa cercanía el homenaje a un hijo del pueblo que le decía a su corazón enfermo: que se espere, que se espere… una voz en pueblo convertida digna de todo reconocimiento. Las campanas del campo de Salamanca resonaron por Rafael Farina.