En el alero del tejadillo ante mi ventana, se halla posada una cría de pardal. Tan pequeño y tan frágil, tan diminuto, pero ya con plumas, parece una figura descompuesta, que no pudiera emprender el camino hacia la vida.
Y, de repente, ante mi mirada, que él ignora, emprende el vuelo, un vuelo corto hacia un tejado próximo. Y percibo, con asombro, el milagro del vuelo hacia el existir de un ser tan frágil y diminuto. He sido testigo de una maravilla. De algo que está ahí y que no percibimos.
Y es un gozo, uno de esos gozos de la vista de que Dámaso Alonso hablara. Uno de esos gozos del alma a los que podemos asistir a diario y que, ay, no percibimos, porque estamos de espaldas a los ritmos del mundo a los ritmos del cosmos.
Como están de espaldas a los ritmos de lo que hoy es el ser humano, de lo que hoy son los seres humanos, quienes niegan derechos civiles ganados, por parte de los segmentos de la humanidad que los necesitan. Porque tales derechos civiles ensanchan, querámoslo o no, el ámbito de civilización que el ser humano necesita para vivir con dignidad.
Seamos dignos. Respetemos las perspectivas de los otros, de los demás. Porque necesitamos esa apertura hacia los otros, ese respeto de la alteridad, algo sobre lo que reflexionara, por ejemplo, ya tras la segunda guerra mundial, el lituano-francés Emmanuel Lévinas.
Una sociedad abierta, civilizada, democrática (con lo que nos ha costado a los españoles alcanzar y vivir en democracia) no necesita papeleras a las que arrojar nada. Si acaso las intransigencias, intolerancias, exclusiones, violencias, racismos, xenofobias y otras lacras que, como virus, tratan de infiltrarse en el cuerpo social que merece existir en un estado de salud.
La pequeña cría de pardal ha volado. Parecía imposible, pero una nueva criatura, tan frágil, tan exigua, tan precaria, ha logrado alzar el vuelo hacia la vida, hacia el azul de los cielos, hacia la claridad, hacia la convivencia con los otros pájaros.
Y es ese espíritu de claridad, de convivencia, de luz, de civilización, de sociedad abierta… el que nos merecemos. Y es ese vuelo hacia la convivencia, hacia el respeto de todos hacia todos el que hemos de ensayar siempre.
Con lo costoso que es, con lo que nos ha costado, no podemos ahora que nadie lo arrugue y lo arroje a papelera alguna.
Ese milagro primaveral machadiano, ese vuelo prodigioso de la criatura frágil hacia la luz, hacia la civilización, hacia la tolerancia, hacia la convivencia, hacia el respeto de la alteridad, hacia la dignidad en suma, es lo que necesitamos como sociedad en los inicios de este verano.
No podemos retroceder. No podemos perder lo ganado. No podemos arrugar derecho alguno, para arrojarlo a la papelera de la barbarie. No nos merecemos eso.
El vuelo del pájaro, los gozos de la vista que verbalizara Dámaso Alonso, la construcción de la alteridad que propusiera Emmanuel Lévinas, el machadiano milagro de la primavera…, son propuestas y símbolos que nos llevan a todo lo que, de verdad, merece la pena.
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