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La fachada sobre el río de La Casa Lis, mirador de sueños
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Itinerarios salmantinos por Charo Alonso y Amador Martín

La fachada sobre el río de La Casa Lis, mirador de sueños

Actualizado 23/06/2023 09:55
Redacción

"La Casa Lis ya no puede sustraerse a la visión nocturna de una ciudad bellísima que recibe al visitante con la armonía de su reflejo sobre el agua"

Allá donde las catedrales tejen su sombra junto al río, La Casa Lis se deja acariciar por la mirada desde el puente que nos cruza. Asomada a la muralla que se tiró en parte con gran escándalo de las gentes de la época, la casa que quiso Don Miguel de Lis, próspero propietario enamorado de la modernidad, era un balcón sobre las curtiderías de la orilla de las que surgió su fortuna. Una fortuna que le permitió vivir el fin de siglo en esa Europa tan lejana de la provincia que dormía su siesta del fauno y de la tierra, amodorrada en la estrechez de sus calles y la tradición de sus gentes. Por suerte, Lis tuvo en Joaquín de Vargas, el arquitecto llegado de Jerez, el discípulo de quien fue artífice del Palacio de Cristal del Retiro, Velázquez Bosco, su alma gemela para trazar el entramado de columnas de hierro, abanico y cristal de su galería, escalera y gruta de su gusto. Ambos, al abrigo de la mole de la catedral, piedra secular, ensayaron la danza de la hermosa dama de ladrillo rojo, cenefa de coloridos azulejos, cristal y columnata.

Miguel de Lis, soñador de forja, quiso una casa propia del modernismo belga y sorprendió a una ciudad aletargada con el edificio inaugurado en el 1905. Impulso que despertó Salamanca con el deseo de avance de pioneros como los Huebra, los Lis, el Carlos Luna de la luz eléctrica y las innovaciones que vienen de fuera como las máquinas de las fábricas de los Mirat y los Moneo. Su deseo se aupó sobre el desnivel que miraba al río, dejando atrás la muralla secular que abraza y atrasa. Casa que se eleva sobre las humildes gentes del río, lavanderas, curtidores, aguadores, pescadores, tan cerca del puente que nos cruza, tan hundidos en el agua que parece no pasar, ajenos a las innovaciones de su época… la modernidad es un espejo que solo refleja la belleza de la Casa de los Lis, deseo de transcendencia más allá de su tiempo dormido en el atraso secular de la provincia.

Fueron los vaivenes del tiempo y la generosidad de un hombre los que convirtieron la casa que era joya inesperada en museo sorprendente. Y se asomó a sus cristaleras sobre el río Manuel Ramos Andrade con sus colecciones que fueron la mano para el guante de la casa, casa que coloreó sus cristaleras como no se atrevió a hacerlo Miguel de Lis porque ya era mucha modernidad la suya. Desde la hermosa avenida que lleva el nombre del rector Esperabé, que también habitara la casa, la joya de los Lis sigue alzándose de puntillas, arrimada a la catedral, dueña de su hermosura para que la retrate Amador con todas sus galas de luz. Llueva o refleje el sol, la fachada que mira al río siempre es un lujo para el objetivo. Una posibilidad de luz, un milagro que refleja la armonía de sus abanicos de metal, sus delicadas columnas a la manera de las criselefantinas, su vestidura de cristal ornado de todos los colores. Sea la lluvia o el sol quien vista a la dama modernista, es su original visión de bailarina la que se deja mimar por el fotógrafo fascinado por su armonía.

Galería acristalada que se asemeja a una baguette de diamantes en la noche iluminada de las catedrales que se recortan sobre el río. La Casa Lis ya no puede sustraerse a la visión nocturna de una ciudad bellísima que recibe al visitante con la armonía de su reflejo sobre el agua. De día, la casa sobre la piedra dorada, cumple su cometido de bailarina, pies firmes sobre la ciudad letrada, gesto de danza su galería de hierro y cristal, su promesa de belleza, interior donde creer en una época en la que la modernidad se escribió con el arte de vivir la alegría y evitar la guerra. Es el delicado bordado industrial del Art Déco, pleno de gracia, de posibilidad que viaja en tren a la Salamanca que funde en su deseo de metalurgia la modernidad del viaje, el recuerdo de una Europa que se alza en Paris con hechuras de Eiffel. Miguel de Lis fue un visionario capaz de reconocer en los planos de Joaquín de Vargas el arte de la curva y de la aleación de voluntades, de ahí su entusiasmo por el patio interior a la manera del jerezano, y sobre todo, su despliegue sobre el río que recorre Amador con el objetivo donde se refleja toda una época viva y palpitante: la modernidad que nos hace mejores, la posibilidad de un mundo diferente, la belleza en casa convertida para habitar nuestro deseo de luz, nuestro hermoso legado vivo de color, herencia compartida. Maravilla en alas de libélula posada frente al río, Casa tomada por ojos enamorados.

Charo Alonso y José Amador Martín.