El tiempo del entretiempo

Por la mañana prontito se siente ese frío que extrañamos en la mediodía de la vuelta al trabajo, agotada y acalorada con la chaqueta a la rastra y los zapatos cerrados donde se cuecen los pies al ritmo de los pasos sobre un asfalto mojado, el cielo tan negro que la lluvia y el trueno son un alivio. Estamos en un tiempo raro de súbitos calores y humedades en las que crecen los jardines que ya habíamos dado por perdidos en medio de la calorina de una primavera con olor a verano.

Es un tiempo de exámenes repescados, listas de notas para realizar las matrículas del deseo y la impostura. Un tiempo en el que la frescura de la lluvia a destiempo que no ha salvado la cosecha y que por momentos todo lo cubre de granizo como caramelos de bautizo, es un alivio en momentos de exámenes, de fiestas de pueblo multitudinarias y sudorosas de bochorno. Frescura que deja un claro de nubes de sol que pica y nos recuerda, al otro lado de la valla, el azul limpísimo y quieto de la piscina municipal. No sabemos en qué día vivimos y se suceden las fechas, las efemérides, las evaluaciones, el final cercano que no sabemos si trae alivio o agobio, silla al sol que precisa paraguas y sombrilla… y la calle parece tener una atmósfera de tensa espera y no sabemos si es la situación política o ese calor que no arranca o se estanca mientras nos quitamos y ponemos la chaqueta.

En medio de esta incertidumbre de claros y nubes, los pequeños vecinos emplumados siguen su rutina feliz de días largos y amaneceres tempranos. En equilibrio sobre la rama florecida por la lluvia y el calor, parecen estar más allá de nuestras preocupaciones mientras les tiramos las migajas del despiste. Ellos se esponjan con el sol, se meten en el charco de la lluvia nocturna y pian su concierto feliz mientras las palomas, extrañamente atrevidas, se lanzan sobre los coches. Vivimos un tiempo en la ciudad de quitar y poner carteles, de escaparates quietos que se alquilan, negocios que se cierran mientras en el centro las aceras se llenan de terrazas sobre las que llueve una tormenta breve que todo lo limpia con su agua arrojada. Hemos perdido la cuenta del nombre de las borrascas tropicales y quizás sea así el tiempo que nos viene, feroz, repentino, inexplicable. Habrá que enunciar nuevos refranes y aprender a mirar el cielo de otra manera, agua de mayo arregla el año pero ahora es esta agua a destiempo la que revienta en el árbol las cerezas y le viene mal a las vides que se retuercen en el campo. Tiempo para quitar y poner la ropa en el tendedero del corazón, ropa ligera y de colores tan vivos como esta luz de agua, luz de tormenta, luz que calienta. Es el tiempo de todo lo incierto.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.