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Ordo amoris
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Ordo amoris

Actualizado 07/06/2023 10:21
Juan Antonio Mateos Pérez

“El resentimiento es la emoción del esclavo, no porque el esclavo sea resentido, sino porque quien vive en el resentimiento, vive en la esclavitud.”

F. NIETSZCHE

“todo amor es algo incompleto, es salir de uno mismo, de su realidad corpórea para realizar su perfección en las cosas amadas”

M. SCHELER

Se dice que el resentimiento es un dolor moral que se produce a consecuencia de una ofensa o de un daño. La persona no puede olvidar, de forma que lo vuelve a sentir de forma continuada (re-siente), puede que se acompañe de rencor y hostilidad ante las personas que le causaron daño. En su obra El resentimiento de la moral, Max Scheler lo definía como una reacción emocional frente a otro, reacción que sobrevive y revive repetidamente, con lo cual penetra cada vez más dentro de la personalidad, a la vez que se va alejando de la zona expresiva y activa de la persona. Es considerada como la villana de las pasiones por aquellos que se han dedicado a la moral.

Para Nietzsche, el resentimiento sería, aquel que ve el mundo desde el punto de vista del dominado enfermizo que no rompe esa dominación, que ni la enfrenta ni la supera, sino que solo la “resiente” porque acepta en último término su situación de dominado. Afirma que el origen estaría en atribuirle a alguien la culpa de mi propio sufrimiento y situación de inferioridad, considerando que hay un culpable para la existencia doliente y desgraciada que se anega en autocompasiones enfermizas. Antes que Nietzsche, Kierkegaard, consideraba el resentimiento como “falta de carácter”.

Robert Solomon, siguiendo la estela de Nietzsche y Kierkegaard, la entiende como una de las emociones más obsesivas y resistentes que emponzoña al completo la subjetividad, impregnándola toda ella como un estado de ánimo a la vez que mantiene su vicioso foco concentrado en cada una de la miríada de pequeñas ofensas que siente que se le hace.

Con todo ello, el resentimiento ubica a quien lo siente en una situación de asimetría no solo en sus emociones, sino también en su memoria (es persistencia en el tiempo de un daño sufrido), también en sus relaciones con los otros y los contenidos culturales de su sociedad. Mientras mayor es la impotencia, mayor será la venganza y la envidia, ya que los sentimientos dejan de dirigirse a un objeto concreto para apuntar en todas las direcciones posibles. El resentimiento puede falsificar la tabla de valores, donde los valores positivos se convierten en negativos.

Una vez consumada la falsificación de la tabla de valores, se produce la sublimación del resentimiento desapareciendo la condición de inferioridad e impotencia, para transformarse en una experiencia de triunfo y superioridad. Para el resentido, aquellos que eran antes dignos de envidia y odio, son ahora dignos de lástima, de compasión y de amor por participar de aquellos valores interpretados ahora como negativos e inferiores. Todo lo que en el ethos tradicional era considerado como bueno, ahora es malo y viceversa.

Cuando el resentimiento se apodera de una sociedad, para Max Scheler surge un sistema social de competencia cuya prioridad siempre está vinculado al criterio del tener o del poseer, es cuando se produce esa inversión de los valores que Nietzche había resaltado como fino observador de la psicología humana y social. Para Scheler, el resentimiento tiene como punto de partida la venganza, pero cuanto más indeterminada es la realidad hacia la que se dirige el impulso vengativo, mayor la es posibilidad de que ese impulso se torne resentimiento y forme una personalidad amargada y envenenada.

Otro sentimiento que puede tornarse en resentimiento es la envidia, sobre todo, cuando alguien se experimenta absolutamente impotente respecto al bien envidiado. Para Scheler, la envidia que provoca un resentimiento más fuerte es la envidia existencial. Sería aquella en la que "puedo perdonártelo todo, menos que seas el que eres", son aquellos talentos innatos arraigados en la propia naturaleza, como la belleza, el carácter, la creatividad, la inteligencia, etc.

Scheler, coincide con Nietzche en la inversión de los valores, pero no en la interpretación que hace éste del amor cristiano. Es muy interesante la distinción que realiza entre el eros griego y el amor cristiano. El amor de Jesús no tiene su raíz en el resentimiento, se funda en el hecho de que la independencia del acto de amor mismo no va de abajo hacia arriba, como sucedía con el eros griego, sino que procede de Dios mismo. El primero va de lo imperfecto a lo perfecto, es ascendente hacia la divinidad o el amado; pero en el amor cristiano “se invierte el movimiento amoroso” con un abajamiento hasta lo imperfecto, el amado se convierte en el amante y el bien supremo se encierra en el acto de amar mismo

El espíritu que nos propone el cristianismo no es la experiencia envenenada del resentimiento, sino la realidad personal divina de la que participa la interioridad humana. El ágape divino se dirige al núcleo espiritual del hombre, a su personalidad individual misma por la cual el hombre toma inmediata participación en el reino de Dios. El amor cristiano que promueve la igualdad de las almas ante Dios, también la diversidad y particularidad de cada ser humano bajo esa apariencia uniforme.

Scheler propone, que solo el amor auténtico es el antídoto contra el resentimiento. Uno será libre cuando más persona sea, cuanto más desarrolle su ordo amoris, consigo mismo, con los otros y con el gran Otro. La decisión del hombre resentido de cerrarse a toda forma de amor, al ser finalmente un rechazo a su orientación última a Dios, es causa de un profundo sufrimiento. La culpa de todo ser humano que obra mal reside su alejamiento de Dios. Es esa lejanía la que lleva al ser humano arrepentirse y realizar aquel acto de renacimiento a una vida de amor y reencontrarse con su creador. La culpa es redimida a través de la Gracia, ese acto de donación amorosa de Dios al ser humano.

En la persona de Jesús, Dios nunca se desentiende del sufrimiento humano. Para Scheler, el pecado debe entenderse como un alejamiento de Dios, pero ese Padre amoroso sale una vez y otra al encuentro del ser humano tendido en el camino. En palabras de Guardini, ese Dios haciéndose uno de nosotros penetra en el ser humano, lo traspasa de luz, responde de él, lo atraviesa de dignidad. Sólo a partir de esa fuerza amorosa de Dios se puede perdonar lo que la naturaleza humana considera imperdonable y aceptar como no humillante haber recibido una injusticia.

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