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Venancio Blanco: en el centenario de un escultor salmantino
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LA PROVINCIA DEL ALMA

Venancio Blanco: en el centenario de un escultor salmantino

Actualizado 07/06/2023 10:24
José Luis Puerto

La meseta norte, lo que hoy se llama administrativamente Castilla y León, ha dado a lo largo del siglo XX extraordinarios escultores. Todos están marcados por un rasgo común, que podríamos enunciar diciendo que renuevan el realismo y lo llevan a territorios más sugestivos, debido, sin duda, al influjo de las vanguardias artísticas contemporáneas.

Aun sin ánimo de ser exhaustivos, podemos citar entre tales escultores a los salmantinos Mateo Hernández, Venancio Blanco, Agustín Casillas, o el extremeño-salmantino Fernando Mayoral, entre otros varios; al zamorano Baltasar Lobo; el segoviano Emiliano Barral; o al palentino Victorio Macho. Y faltan algunos más, notables y destacados, a los que algún día dedicaremos nuestra atención. ¿Quién da más?

Pues bien, en el presente 2023 en que estamos, se cumple el centenario del nacimiento, en la localidad salmantina de Matilla de los Caños del Río, en pleno corazón de lo que nuestro añorado profesor Antonio Llorente llamara el riñón de la Charrería, del escultor Venancio Blanco, que viniera al mundo en tal localidad, marcada por las dehesas y encinas, el 13 de marzo de 1923.

No podemos aquí detallar ni mucho menos los rasgos biográficos, ni académicos, ni sociales, ni artísticos que marcan el quehacer escultórico de Venancio Blanco. Habremos de conformarnos, para celebrar la conmemoración del centenario de su nacimiento, con trazar algunas sugestiones que nos parecen significativas de este artista.

Ya en los años sesenta del pasado siglo lo vemos en Madrid, como profesor de modelado en la Escuela de Artes y Oficios de la capital española. Y, en 1975 es nombrado académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, leyendo su discurso de ingreso dos años después, sobre el taller, un tema hartamente significativo para un escultor.

Su contacto con Italia tiene una gran importancia, ya que es allí donde adquiere conocimientos sobre la fundición artística en bronce y donde, al tiempo, se compenetra con los procedimientos escultóricos heredados del Renacimiento. De hecho, en 1981, sería director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma.

Se ha destacado en su creación y quehacer escultóricos rasgos como los de su formación artesana, el oficio bien aprendido, el trabajo bien hecho, la formación continua y el ejercicio práctico del dibujo; elementos todos ellos que han impulsado su arte e inspiración escultórica.

Se ha dicho que su escultura está marcada por tres vías o directrices: aquellas obras que copian la naturaleza, las que la interpretan y las que inventan la realidad.

Indicábamos que nuestros escultores de la Meseta renuevan el realismo. En esa labor está la escultura de Venancio Blanco, marcada por su perfección clásica, así como por ese vacío expresionista, con roturas dramáticas, que percibimos en no pocas de sus obras, ya que uno de los objetivos que se propone la escultura contemporánea –y de él participa Venancio Blanco– es el de la desmaterialización.

En cuanto a las temáticas y asuntos que aparecen en las esculturas de Venancio Blanco, nos encontramos la de tipo religioso, con plasmaciones, por ejemplo, de Santa Teresa, San Francisco o San Pedro de Alcántara, además de algún crucificado; pero también la relacionada con la tierra y el mundo campesino (el segador, el charro a caballo…); entre otros tipos de asuntos.

Es un artista y escultor Venancio Blanco muy bien representado en museos españoles y extranjeros, desde El Cairo o Amberes, hasta Salamanca o el ‘Reina Sofía’. Cuenta, además, con obra expuesta en espacios públicos urbanos de Salamanca y otras localidades.

Y su obra escultórica se halla reconocida con no pocos premios y galardones, de los que vamos a citar, a modo de meros ejemplos, dos de ellos: el Premio Nacional de Escultura en 1959; o el Premio Castilla y León de las Artes en 2001.

Venancio Blanco sobrepasó los noventa años. Tuvo una vida longeva, marcada por la dedicación a su trabajo y a su creación escultórica; y bajo los signos siempre de la constancia, de la discreción y de una dedicación continuada, requisito necesario para que acudan las musas e inspiren al artista, como Picasso pidiera.

Y una vida marcada por los rasgos siempre de una espiritualidad y religiosidad, que el artista plasmó del siguiente modo: “y en tus últimos años … sigues dando gracias al Creador que te eligió para contemplar la belleza del arte y desde ahí la belleza de la amistad, de la familia, de la naturaleza y de tantas cosas.”

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