Tenemos cada día más la sensación de vivir en una total indefensión como el toro de Osborne. Nada de lo que hoy está sucediendo puede entenderse sin la perversa acción de los políticos y su intromisión en la vida privada de los ciudadanos, su insistencia en legislar basándose en lo que llamaron derechos colectivos y su pretensión de imponer a la población una nueva ideología: la corrección política. Ello ha acabado comprometiendo la libertad individual, la igualdad ante la ley, los principios, la honradez, el juego limpio, el pensamiento crítico y, por supuesto, el bienestar económico y la defensa de los valores y la patria.
La política parece que se ha desviado de sus obligaciones y se ha dedicado cada vez más a defender falsamenteal ser humano de sí mismo. Utilizando la seguridad, la salud y el medioambiente como coartadas para perseguir sus propios intereses. Para ello cada vez más se promulgan infinidad de leyes y normas que se inmiscuyen cada vez más en el ámbito íntimo de las personas e interfieren de forma inexorable en sus legítimas aspiraciones. Las consecuencias más evidentes de esta deriva son los enormes obstáculos administrativos para abrir una empresa o simplemente encontrar un trabajo decente, incluso para aplicar la justicia o defender nuestra idiosincrasia.
Dividir a la sociedad en rebaños, en constante pugna entre ellos, es la mejor forma de tenerla controlada. La política que se nos impone prima los derechos colectivos en detrimento de los derechos individuales, unos derechos grupales que implican la prevalencia de unos grupos en perjuicio del resto. La consecuencia más grave es la quiebra de la igualdad ante la ley, como lo evidencian las leyes de género entre otras. También el decaimiento del esfuerzo y la eficiencia dado que lo que cuenta no es el mérito individual sino la pertenencia a un grupo. La desaparición de la responsabilidad individual ya que si los sujetos se ven obligados a compartir el fruto de sus aciertos, por qué no habrían de trasladar a los demás los costes de sus errores. El sistema de favores, prebendas y privilegios acaba deformando la mentalidad de muchas personas, genera ciudadanos infantiles, acostumbrados al paternalismo y a reivindicar más que a esforzarse.
El sistema de derechos por colectivos no sólo discrimina, también favorece la picaresca y el abuso cada vez más patente de unos pocos sobre la mayoría. La adhesión a grupos interesados constituye la vía más directa hacia la ventaja y el privilegio. El sistema de derechos por colectivos no sólo discrimina sino el abuso de unos pocos sobre la mayoría, cuando los beneficios se asignan con criterios meramente burocráticos. Como consecuencia muchas personas no encuentran trabajo por no conocer a nadie que les enchufe, consiga un certificado de discapacidad, por no haber denunciado a su pareja o por no pertenecer a alguno de los múltiples grupos con ventajas para ser empleados o subvencionados.
El péndulo oscila al extremo contrario, la tortilla se voltea, y muchos ciudadanos acaban apoyando posiciones igualmente alejadas de la moderación. Para que el sistema volviera a ser justo, eficiente y racional, deberían cambiarse las leyes, simplificarlas, retirar muchas trabas administrativas, eliminar las normas que conceden prebendas y privilegios, restaurar la igualdad ante la ley. Pero aún haría falta más: habría que desterrar la nefasta corrección política, esa ideología justificadora de privilegios grupales y sustituirla por el sentido común sano, la honradez, la inclinación al juego limpio, la ética, la libertad y la responsabilidad individual. Cada vez son más las personas hastiadas de tanta majadería que desean ser ellas mismas y no clones dentro del grupo asignado.
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