Hace una semana Miquel Echarri en El País firmaba un artículo en el que recogía varias investigaciones recientes sobre cómo los varones de EEUU tenían en los últimos años menos amigos, significativamente, que en el pasado.
Estableciendo la cifra de 6 amigos íntimos como media, en el pasado, comprobaron que entre 1990 y 2022, el 20% de los estadounidenses actuales no tienen ningún amigo íntimo. Y después de la pandemia el aislamiento de los varones norteamericanos se ha acrecentado aún más.
Estos investigadores, desde un punto de vista sociológico, hablan de varias hipótesis que podrían explicar, al menos parcialmente, este retroceso en la vivencia de amigos: unos apuntan al tipo de educación recibida de los varones, siempre subrayando las características ideales de un hombre de nuestra sociedad: independiente, autosuficiente, “valiente”, no necesitando apoyos emocionales o amigos de confianza que puedan compartir las dificultades de las crisis que surgen en la vida. El modelo ideal de conducta seguiría siendo el sheriff de “Solo ante el peligro” de Fred Zinnemann.
Otros de estos sociólogos apuntan a la falta de tiempo libre, como causa principal de esta disminución de amistades; una amistad necesita “cuidados” para que se mantenga y crezca: incluso llegan a cuantificar la fórmula del tiempo que una amistad necesita para que no desaparezca: 6.3.12, por ejemplo, seis citas, de tres horas cada una, mensualmente, sería el tiempo necesario para que una amistad no desaparezca.
Y por fin otros afirman que el concepto de amistad ha variado en las últimas décadas: actualmente este concepto se ha hecho más exigente, en el sentido de que los sentimientos de decepción con un amigo pueden hacer desaparecer para siempre una amistad.
Desde el punto de vista psicológico es obvio que si este fenómenos de reducción de amistades entre los hombres se confirma también en Europa (como predicen muchos sociólogos) afirmaríamos que esta evolución sobre la amistad entre varones tiene que ver con el individualismo generalizado y exacerbado de nuestra sociedad.
Lo más sugerente y llamativo de este tema, es que el comportamiento de las mujeres en las amistades entre mujeres es muy distinto al de los hombres y en la actualidad no solo no hay una regresión de las amistades femeninas sino, al contrario, un aumento y afianzamiento. El concepto de “sororidad” ocupa un lugar importante en la vida de las mujeres occidentales (quizás también orientales), que el feminismo ha potenciado.
Para entender esta gran diferencia entre los comportamientos masculinos y femeninos en la amistad debemos recurrir a atribuir las conductas cooperadoras, solidarias en el centro de la identidad femenina y las conductas competitivas en el núcleo de la identidad masculina. Los roles masculinos y femeninos necesitan varias generaciones para que los cambios en ellos, que parecen deseados, se produzcan y maduren.
Por último, es importante señalar cómo poco a poco la mayoría de las generaciones jóvenes que utilizan las redes sociales para iniciar o “vivir” las amistades van tomando conciencia de que el tipo de relación creado a través de las redes es muy distinto, más irreal y efímero que las relaciones que surgen de la espontaneidad de la vida: la presencia física, el diálogo, el compartir experiencias comunes, sentir más compromiso y menos sentimientos “líquidos” ( utilizando la expresión actual) es necesario para hablar de vivencias de amistad. En general las “amistades” de las redes son fugaces relámpagos que apenas tienen que ver con la amistad, sino más bien con alimentar el narcisismo propio de nuestra sociedad espectáculo.
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