El folclorista salmantino consigue con ”Forklorquiando” un apasionado homenaje teatral y musical a Federico García Lorca.
Tiene Gabriel Calvo la capacidad de llenar con su voz cualquier espacio escénico, y más en un espectáculo revisado planteado de nuevo, tres años después, para homenajear a un Lorca amante del pueblo, folklorista insigne, autor total que bebió de la tradición, la oralidad más absoluta. Y es desde esta misma oralidad ancestral, desde la que habla Gabriel Calvo, niño enamorado de la tradición como el de Fuentevaqueros, dedicado en cuerpo y alma a recuperar lo que no debe perderse. Lorca, desde su infancia labradora, su joven oído atento, su cualidad integradora de todo lo humano que no lo era ajeno, bebió y se sirvió del folclore y del romance para contar y contarse. Gabriel Calvo, en la Salamanca de honda tradición de campo, dedica su vida a recuperar lo que no debe perderse y encuentra en el artista total granadino la esencia de la libertad y de la voz del pueblo convertida en arte.
De ahí su discurso enamorado, su forma de intercalar canción y poema, su defensa de trovadores y juglares, estos últimos nacidos de y para el pueblo, como el folclorista que toca los instrumentos musicales –inenarrable su forma de convertir una azada en mágica percusión-, que recupera el pandero cuadrado, que intercala los personajes literarios de Lorca como Mariana Pineda y que convierte el espectáculo en un homenaje no solo al poeta, sino a la raíz popular que este tanto amó y de la que se sirvió en sus obras universales.
Todo ello en un escenario donde los retratos lorquianos del artista de Mogarraz, Florencio Maíllo, nos llevan al talento plástico de un Lorca inmenso. Tanto como el ingente trabajo de relatarlo en 114 retratos de su persona y su gente en la Plaza Mayor. Todo ello en un escenario donde los objetos son simbólicos y se vuelven instrumentos musicales mientras, sentado al piano, Chema Corvo reinterpreta las piezas más tradicionales en un teclado cercano al jazz, a la improvisación y al juego. Ambos, perfectamente coordinados, Gabriel y Chema, Chema y Gabriel, emocionaron al público, que descubrió a un folclorista ducho en llenar el escenario, divertido, mordaz, sabio, de gestos medidos y capacidad de sorpresa en las alusiones más actuales, pura vida. Una sorpresa que tuvo como colofón el abrazo con el artista que ha convertido el homenaje a Lorca, a quien hay que reivindicar hoy y siempre, en una monumental muestra expositiva que solo puede tener un marco incomparable: el de la Plaza Mayor más hermosa del mundo y en las jornadas poéticas que se le dedicarán de la mano de la poeta y profesora universitaria Ángeles Pérez López.
Lorca visitó Salamanca de la mano de su maestro salmantino, vino con La Barraca a hacer ese teatro que era escuela y poesía puesta en pie, a dar conferencias donde florecía su palabra infinita. Amaba el cancionero de Dámaso Ledesma y cantaba a sus amigos al piano la canción del burro de Villarino que acabó su vida miserable y pudo descansar de tanto valle de lágrimas. Las que derramamos al recordar esta muerte infama que, en un gesto de majestad, no cita Gabriel Calvo. Y no lo hace porque el suyo, tradición a escena, es un canto a la vida y a lo que perdura, a aquello que nos legan los mayores –finaliza con una retahíla que su padre, de 97 años acaba de enseñarle- para que lo guardemos para los que nos siguen. Vida cantada, relatada y todo, en el metro en el que hablamos: el octosílabo que narra, romance que llega de la Edad Media, recién nacido el idioma nuestro, para contar y contarnos. Un prodigio de espectáculo que no solo nos hace mejores, sino que nos reconcilia con la belleza, la herencia popular, el abrazo al pueblo sin reparar en extremos ni contiendas. Pura vida de la mano del director teatral Roberto García Encinas, la magia pictórica de Florencio Maíllo, el genio al piano de Chema Corvo y el texto, sentido, vivido y la interpretación magistral de Gabriel Calvo. Eterno Lorca.
Charo Alonso.