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La segunda planta del Museo Palacio Episcopal, el Misterio Admirable de la modernidad
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Itinerario salmantino

La segunda planta del Museo Palacio Episcopal, el Misterio Admirable de la modernidad

Actualizado 02/06/2023 18:02
Charo Alonso

El nuevo museo salmantino es una osada apuesta por el diálogo con la modernidad a la luz de la fe

Sube el fotógrafo las escaleras a la segunda planta del Museo iluminado por la geométrica vidriera de José Caballero, cemento y cristal para guiar la mirada hacia el misterio admirable. Rescatadas de la remodelación de la capilla del Ambulatorio, las vidrieras que tanto defendiera el pintor Andrés Alén, guardadas durante años en los depósitos episcopales, vuelven a lucir su vocación de epifanía.

Y es esta ascensión gozosa la que se abre aún más con los también recobrados Cristos de Núñez Solé, cemento moldeado con la mano del hombre que se enfrenta a la pasión del arte y su reverso de resurrección. Rescatados del olvido y de un incendio intencionado, las dos piezas unidas por un cristal de fuego, reciben al espectador que camina a través de los Profetas por la puerta en la que se entra a la más osada apuesta de diálogo entre la tradición y la modernidad. Piezas del pasado, un Alonso Berruguete, un Juan de Juni, un Carnicero, la exquisita platería de la cruz de la iglesia de Los Villares expuesta para que se admire todo su detalle… comparten el espacio diáfano de las salas abiertas a los pasos con los artistas de un presente que se quiere nuestro, atrevido y sugerente. Y todo mirando hacia esa catedral que da sombra y no ensombrece al palacio de los obispos, convertido ahora en un Museo que merece el recorrido constante y que hay que mirar con los ojos del corazón.

El visitante ha subido al cielo de Gallego en el umbral de la modernidad de la primera estancia… pero aún le queda la ascensión a la luz que enfoca Amador porque en corazón tiene bañada su mirada. Una mirada, “Misterio admirable” que es admirable prueba de que la fe sostiene el arte a través de los siglos. Y cada pieza, tan distinta en su ejecución, estilo y época, merece la atención del visitante mientras interactúan delicadamente. De nuevo una vidriera geométrica sirve de marco a la hermosa estatua de Casillas que retrata a Cristo hablando con la Samaritana. Agua para beber del arte que recorre las estancias entre la figuración colorida del barroco y la abstracción del artista ucraniano Bogdan Chaikovsky. Es la sorprendente trenza de un arte vivo… el que recrea de todas las formas posibles… plata, oro, cemento para ese Venancio Blanco de boceto teresiano, lienzo, casulla, madera, puerta de hierro para recordar a Damián Villar, mármol blanco para la pieza de su hijo Ignacio… la sucesión de las obras sorprende al visitante que deja un jirón de su mirada en cada una de ellas, valentía museística de Tomás Gil y de Eduardo Azofra que culmina, con la luminosa serie de los misterios del Rosario de Alejandro Mesonero.

¿Qué es esta parte del museo sino un rosario sorprendente de propuestas? De los Profetas a la alegría de la Pascua, el misterio se desgrana en las cuentas de cada artista, de su lenguaje, su técnica, su carácter tan reconocible para los que gustamos de su obra. Y es la generosidad de estos artistas y de sus familias, la que hace posible una exposición en la que el diálogo de la iglesia con la cultura se hace desde la libertad. Libertad en los trazos abstractos de un Antonio Marcos, de un Maíllo que se enreda en la figuración expresionista de Ángel Luis Iglesias, en la sugerencia de Díaz Castilla, de la obra de Cuñado, en la rudeza de la inmigración retratada por el Maestro Casillas en un retablo de piedra por el que desfila la dureza del exilio. Arte que se hace palabra como en el sorprendente lienzo de Andrés Alén en el que el crucificado pende de las palabras de los cuatro evangelios. Novedad en este arte que comparte el espacio con las vírgenes barrocas, con las piezas de la liturgia, con la mezcla portentosa donde no hay diferencias entre lo antiguo y lo moderno, porque el mensaje lo unifica todo en una experiencia estética de comunión, de lo visible, a lo invisible.

En el ojo del visitante que se demora está el valor de lo expuesto. Ante la lente de Amador, las piezas se suceden en un único mensaje de belleza y experiencia de creación. Es la diversidad de cada una de las miradas la que haya acomodo en las sorprendentes propuestas de artistas disímiles que abrazan un mensaje de trascendencia. Hacer visible lo invisible en la libertad del arte y su infinita capacidad de emocionarnos, de hacernos vivir la experiencia de lo eterno, la luz de toda luz, el misterio de lo sagrado… y es ese misterio el que sentimos en la segunda planta de este Museo, itinerario de lo humano que va más allá del testimonio de lo que nos hace seres dispuestos a la vida, a la maravilla, a perdurar más allá de la finitud. Desde el arte a la creación de un solo aliento, un aliento de luz, comunión y belleza.

Fotografía: José Amador Martín