-No voy a votar a, voy a votar en contra de.
Mis alumnos no se saben la lista de las preposiciones de memoria. Se atascan después del “con” y se extrañan cuando les digo que yo me sé la lista vieja en la que no cabían ni mediante ni durante, y no sobraba ese “cabe” tan arcaico como los teléfonos fijos. Mis alumnos lo echan todo a la nube, ni se saben el móvil de su santa madre ni son capaces de recitar los afluentes del Duero. La memoria, que no la histórica, es una capacidad tan inútil como el final de la columna vertebral, cola que no pudo serlo, y sin embargo, cuando llega el examen de acceso a la universidad, les pedimos a nuestros desmemoriados que coman rabos de pasas y se aprendan de una buena vez los arcanos de la sintaxis de la oración compleja. Por lo pronto, mis pequeños, mis agotados vándalos de los cursos inferiores no se saben las preposiciones y me miran como si estuviera loca cuando les obligo a aprenderse, en pleno acceso de métrica, una estrofa de José Martí, a la manera cubana. Y después de algún que otro tropiezo, aquello de “Cultivo una rosa blanca” se les hace fluido como el trago de agua directamente del grifo.
-El suelo, que está otra vez lleno de agua.
A los chavales, ellas tienen otros hábitos, por suerte, les va el riego por aspersión cuando tienen calor y no hay más lluvia que el juego con las botellas de plástico. Cuando se pasa por cuarta vez a lo largo de la mañana la fregona por el suelo mojado para que no resbalen y se rompan la crisma, pienso en el poder recolocador de las preposiciones y las preocupaciones. Mi profesor de latín en el instituto nos obligaba a aprendernos los títulos de las comedias de Plauto como preparación para el parto de las declinaciones, y la tía de mi madre, maestra nacional, era capaz en su quietud de anciana, de recitarle a mi hija la lista de los reyes godos. Esa hija que no era capaz de aprenderse la tabla periódica, pero que se sabía todas las evoluciones de los pokemon. A cada cual lo suyo, en medicina se aprenden los nombres de los huesos más pequeños y del músculo menos evidente, y nosotros, los profes, antes, nos aprendíamos los nombres y apellidos de todos nuestros alumnos y hasta el estado de su dentadura. Ahora la memoria, cada vez más selectiva, nos pone en la tesitura de olvidarnos de la alienación de la selección nacional, la letra de las canciones que nos gustan y hasta la lista de exnovios que hemos sufrido.
-Yo a mis nietos les llamo como quiero, que para eso son mis nietos.
A mi madre eso de que le digamos que se confunde con los nombres de los nietos le pone mala. Quizás porque se sabe el catecismo de memoria, y hasta las canciones de su niñez. Otra cosa es que te diga qué acaba de hacer o quién es esta que esto escribe. Total, para qué sirven las preposiciones si estamos tan desorientados que votamos contra en vez de a y no sabemos a dónde vamos ni en qué ocupamos el cada vez menor tiempo libre. Cosas de la desmemoria.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
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