Cuando estas líneas lleguen a los posibles lectores, habrá finalizado el recuento de votos y estaremos en condiciones de asegurar, sin riesgo a equivocarnos, qué variaciones han afectado a las Comunidades Autonómicas y Ayuntamientos, cuáles serán las lógicas coaliciones que garantizarían mayorías suficientes allí donde ningún partido haya conseguido la mayoría absoluta; en una palabra, quién se ha llevado el gato al agua. Hacerlo antes es absurdo, en primer lugar, porque, nada había seguro; y en segundo, porque hemos contemplado tan insólitos compañeros de cama que correríamos peligro de equivocarnos si descartáramos alguno de ellos. Así pues, nada de opinar a toro pasado y vamos a tratar de agarrarlo por los cuernos.
Lo que sí está claro es que los partidos siempre planean su campaña con la intención de alcanzar los votos de los jóvenes que acuden a las urnas por primera vez, los de personas indecisas, los de colectivos desilusionados o los de grupos sociales desfavorecidos. Esos caladeros suelen ser los que inclinan la balanza para uno u otro arco parlamentario.
Alguien puede pensar que, para valorar el resultado de unos comicios, es fundamental la campaña electoral. La experiencia demuestra que tal afirmación es más acertada cuando, en plena refriega, uno de los partidos resulta afectado por algún feo asunto que sale a la luz pública. En ese caso, sí que puede suponer una notable bajada de votos. Por el contrario, partidos que han llevado a cabo una campaña aparentemente impecable, comprueban con amargura lo poco que se ha visto reflejada su forma de entender la política a la hora de recoger los frutos.
A pesar de que ya nos hemos acostumbrado a que los gobernantes, desde el día siguiente a su toma de posesión, comiencen su particular campaña con un implacable bombardeo –más intenso en los quince días de la campaña oficial-, la realidad demuestra que los trasvases de votos se deben más al mayor o menor grado de parecido entre lo que se promete y lo que de verdad se realiza. Al tiempo que nuestra democracia se va haciendo mayor, aumenta también nuestra “cultura política”. El ciudadano ya sabe que las promesas hechas en campaña son frases escritas sobre el agua. Mucho más cuando el protagonista lo hace como hábito.
El mandato de Sánchez ha sido un dechado de falsedades. Si ya había plagiado su tesis doctoral y escondido una urna para hacerse con el cargo de Secretario General, no es de extrañar que haya seguido su modus operandi. Su grado de apego al cargo le convierten en un destacado enemigo de los modales nobles y democráticos. No hay ningún presidente de gobierno en el mundo occidental con mayor ambición de poder que la suya. Ya no existe nada que le haga recapacitar. Lo más grave es que, por esas mismas ansias de poder, no acaba de darse cuenta de que ya no engaña a nadie, ni dentro ni fuera de España. Por esa misma razón, consciente de que los sondeos del CIS son tan ciertos como la autoría de su tesis, el momento es particularmente peligroso. Su entrada en la política fue con malas artes y quién sabe cómo reaccionará si un día debe encabezar la oposición. La peligrosa situación en Melilla, donde un líder pro marroquí, que gobierna con el PSOE a la vez que recibe el apoyo de Mohamed VI, puede capitanear la mayor fuerza política de esa ciudad autónoma, puede ser el primer peldaño de una escalera que conduzca a la autodeterminación de ese territorio. En tema tan delicado, es sospechoso que Sánchez haya querido pasar de puntillas.
Las enojosas listas de Bildu, lo nebuloso de nuestras relaciones con el marrullero monarca marroquí, las nefastas consecuencias de leyes salidas del revanchismo y la ignorancia, la llamada al orden desde Bruselas por la desastrosa forma de manejar nuestra economía y, como remate, la súbita aparición de algunos –aparecen como las cerezas- candidatos socialistas directamente relacionados con la más que probable compra de votos, todo ello ha dado al traste con la particular tómbola montada por Sánchez, en un intento de evitar una bajada de votos que deje hipotecada su figura, cara a su próximo mandato en la UE y, sobre todo, con vistas a las elecciones generales
Resulta curioso comprobar cómo algunos miembros del partido al que se le llena la boca de progresismo, a la hora de hacer política, erigidos en nuevos condes de Romanones, no dudan en aplicar los métodos que otras veces tanto han criticado. Cuando el procedimiento empleado incluye agresiones, secuestro y encierro de candidatos del mismo partido, el tema entra de lleno en lo penal. Para no perder la costumbre, al parecer, los responsables de esos posibles delitos han llegado a intercambiar votos por cantidades en metálico, o bien en “especies”. Todo indica que esta vez la recompensa no ha sido en carne de lupanar.
Las enconadas –también justificadas- críticas al caciquismo, que tanto encenagó el ámbito rural de la España del XIX y principios del XX, salpican ahora a candidatos socialistas de XXI. Al perro flaco de Sánchez le han salido las pulgas en el peor momento. Como siempre, la callada por respuesta. El amplio abanico de medios de comunicación a su servicio y algunos estamentos judiciales, se han encargado de echar tierra al fuego, para que las llamas no llegaran a las urnas.
Todo ello, después de recorrer España –en jet privado- vendiendo un programa que nada tenía que ver con temas locales. Todo han sido conejos sacados de su chistera. Tan es así, que, a la vista de las constantes muestras de rechazo que cosechaba en todas partes, los candidatos locales estaban rezando para que no asistiera a su feudo.
La suerte ya está echada. Entre los factores que influyen en el resultado de las elecciones, la abstención es uno delos más importantes. No vale con culpar al desengaño o a la climatología. Parodiando Oráculo de Delfos, de lo que sucedió ayer hay que pedir responsabilidades a quienes no hicieron caso a nuestro particular Oráculo de golfos: “Protestarás, irás a votar no perjudicarás a los tuyos”. Ahora no te lamentes. Tu parte de culpa dependerá de que tu conducta necesite colocar la segunda coma delante o detrás de la palabra “no”.
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