No saber lo que nos deparará el futuro nos permite sorprendernos. La capacidad de sorpresa nos permite involucrarnos en nuestra vida. La realidad siempre supera a la ficción. La vida no es más que lo que ocurre cuando estás haciendo otros planes. La expectativa suele ser un momento fugaz, queremos que pase rápidamente.
Para aprender hay que convivir con la incertidumbre. Crecer como personas y ampliar nuestros horizontes produce bienestar al ser conscientes de que estamos avanzando. Para lo que muchas veces tendremos que caer y volvernos a levantar. La perseverancia hace que los nuevos intentos tengan sentido.
Todo ello junto con la incertidumbre hace que se manifieste una de las virtudes más admirables del ser humano que es el coraje. En ocasiones movidos por una poderosa fuerza interior nos plantamos ante la vida y damos un salto adelante apostando por algo. Siempre existe la posibilidad de perder pero sabemos que quedarse en la seguridad de lo conocido terminará por empobrecernos. Esa fuerza interior es el coraje. La voluntad de emprender un viaje de descubrimiento en el que, más allá de donde lleguemos, nos engrandeceremos. El verdadero coraje se manifiesta pocas veces en la vida pero cuando lo hace es impresionante observarlo y vivirlo. La persona se llena de luz e irradia ejemplo a su alrededor. Al llenarnos de valor nos atrevemos a ir más allá.
La calidad moral de las persona está en su corazón, después en sus obras y finalmente en su legado. Si se deja de lado a Dios nos volvemos insensibles al pecado, y los límites entre el bien y el mal, entre lo justo y lo equivocado, incluso entre lo humano e inhumano, cada vez van desapareciendo. Se crea una sociedad donde campan los anormales y amorales además de las ratas que comen su carroña. Se banaliza la maldad.
El humanismo reconoce las fuerzas inconscientes e instintivas y considera esencial la voluntad como primer paso para la elección. Trabajar con tesón para el bien común es la manifestación más elevada del espíritu humano. Cuando actuamos así nos sentimos coherentes, trascendemos más allá de nosotros mismo y nos sentimos parte de un mundo mucho mejor, más grande y bueno.
Una persona normal y moral, que tiene ansiedad, que tiene remordimientos, se suele detener ante ciertos límites, lo que hace que sea bueno. La verdadera religiosidad y las creencias, hoy testimoniales, siempre fueron un freno moral y una guía para el camino del bien. Deberíamos tener coraje, ser conscientes de nuestra resistencia y recordar públicamente a nuestros héroes, que son el ejemplo y amparo de nuestra inmensa historia para defender lo que está bien y denunciar lo que está mal... Toca aprovechar la oportunidad y volver a empezar de nuevo.
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