¿Todavía queda gente que se extraña cuando ciudadanos normales ponen el grito en el cielo al ver en las listas de un partido candidatos condenados y juzgados por ser terroristas autores de asesinatos? Lo verdaderamente anormal es callarse o, en el peor de los casos, llamar sectarios a quienes así piensan. Desde luego, hay que reconocer la capacidad que tiene la izquierda para pasar del blanco al negro sin apenas despeinarse. Dependiendo del rédito que pueda obtener con el bandazo, estará dispuesta a aplaudir hoy lo que ayer detestaba. Aún no hemos olvidado el énfasis que ponía Sánchez cuando aseguraba en el Congreso -y repetía ante cualquier periodista- que nunca pactaría con independentistas o con socios de los terroristas. Y se quedó tan tranquilo. Esos engaños no los tuvieron en cuenta sus votantes y, desde entonces, cree tener barra libre para seguir haciéndolo.
Cuando se hicieron públicas las listas de Bildu, hubo muchos políticos que miraron para otra parte. Creyendo que, con el tiempo, la crueldad puede pasar desapercibida, Sánchez ha patentado la fórmula del mutismo, Piensa que, si un tema puede perjudicar sus intereses, basta dejar de citarlo para que la gente lo olvide, En este caso, le han fallado los cálculos. El colmo del cinismo ha sido calificar la maniobra de Bildu como una equivocación. El clamor ha sido de tal calibre que le ha obligado a rectificar. Me resisto a creer que quienes confeccionaron esas listas tuvieran alguna intención de rectificar. Hasta ahora, nunca lo han hecho. Cuando los barones del PSOE -movidos más por el propio interés que por sus ideas- han llegado a criticar la inacción del gobierno, Sánchez ha visto las orejas al lobo y ha llamado a capítulo al patriarca Otegui;
-“Arnaldo, la cosa se pone fea. Invéntate algo para que cese la sangría de votos. Esto es malo para ti y para mí”
-“Ya sabes, Pedro, que nosotros no nos movemos de nuestra línea, Nuestros gudaris cumplieron con la justicia y son tan libres como tú y yo. Ahora bien, puedo proclamar que si alguno de ellos sale elegido puede renunciar al cargo, aunque, llegado el momento, actúe como tú, haciendo lo contrario”
-“Me parece bien. La derechona pondrá el grito en el cielo, pero tenemos las leyes de nuestra parte, y no pasará nada”
Nuestro particular sistema electoral de listas cerradas hace de su confección una operación destinada a pagar favores y “colocar” convenientemente a los más allegados, aunque no siempre respondan a la condición de ser apropiados para el cargo. De ahí las luchas intestinas que se viven entre bastidores. En el caso de la consulta del 28 M, el particular momento que atraviesa España hace que los partidos estén pensando más en las próximas elecciones generales. Sin ser decisiva, esta consulta autonómica y municipal será muy orientativa de lo que sucederá al final de la legislatura. Los sondeos no son muy favorables para la coalición de gobierno y Sánchez utilizará todas las palancas a su alcance. Los fondos europeos, por una parte, y la popularidad que pueda obtener con su semestre al frente de la Unión Europea, por otra, piensa que son las herramientas para recomponer el saldo negativo que ha cosechado en esta legislatura.
A la hora de gobernar, la gran diferencia entre derecha e izquierda está en el método empleado. La derecha gobierna para mejorar el grado de bienestar de toda la sociedad, con independencia de los sentimientos políticos de cada cual. La izquierda, por mucho que lo niegue, siempre acaba gobernando contra quien no piensa como ella. Para su gente, exige unas prestaciones y unos condicionantes que sus propios dirigentes nunca se aplican. Ahora bien, a la oposición hay que castigarla presentándola como la mala de la película. Cualquier método es bueno, aunque vaya contra la racionalidad, o desborde los límites de lo aconsejable.
Sánchez está repartiendo bufandas sin medir la pesadísima hipoteca que está cargando sobre las espaldas de nuevas generaciones. Algunas son verdaderamente ridículas; otras muy delimitadas y, las más importantes, irrealizables. Puestos a ofrecer gangas, que nadie se extrañe si Sánchez dice que el Estado abonará los consumos de energía -tanto en el hogar, como cualquier desplazamiento-, que desaparecerá el IVA, el IBI, el IRPF, el impuesto sobre patrimonio o herencia y que, de momento, los meses pasarán a tener 20 días. Después, ya se pensará en nuevas fórmulas; para eso está Bruselas.
Así pues, nuestra particular democracia está regida por una serie de políticos colocados en las listas -por supuesto, legítimamente elegidos-, encajados “a dedo”, no siempre preparados para desempeñar determinados cargos, sabedores de que su escaño puede ser imprescindible para alguien que, sin tener sus mismas ideas, esté dispuesto a compensar ese apoyo a base de sabrosas contraprestaciones. Dentro de las listas, los que son recompensados con un cargo serán los listos, y todos estos son los que se ponen de acuerdo para elegir al jefe supremo; ese que tiene poder para hacer y deshacer a su antojo, siempre que esté dispuesto a conceder todo lo que le pidan los listos. Este ser superior es el conseguidor, el que va a resolver todos nuestros problemas.
Cuando los españoles estén convencidos de que con este sistema acabaremos siendo el país más atrasado de Occidente, tal vez se decidan a pensar detenidamente a quién darán su voto.
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