A medida que transcurre el tiempo, una gran parte de la población de salmantinos que habitan en la zona centro de la ciudad, se sienten más inquietos, más frustrados, hartos de que todos sus intentos de que la administración municipal ponga orden en el grave problema de contaminación acústica que sufren, hayan sido inútiles.
¿Qué genera la contaminación acústica de la zona centro salmantina? No el tráfico rodado, ni las obras de construcción, ni las fiestas públicas señaladas en el calendario, no, sino las “fiestas” cotidianas, de ocio y jolgorio, que sin límites de decibelios, de tiempo, ni de espacios, se expanden más y más por todo el centro, abarrotado de terrazas, de discotecas y de espacios públicos que se utilizan privadamente para beber al aire libre, sin que los vecinos se sientan mínimamente escuchados en su muy razonable queja de que su vida es perturbada por este “gran botellón” permanente, de largos fines de semana, de jueves a domingo noche.
La pasividad de las autoridades locales ya no se puede excusar diciendo que al fin y al cabo “es ocio que no hace daño a nadie y sí genera mucha riqueza en la ciudad”. Porque no es verdad: hace muchas décadas que se conocen los efectos negativos del ruido a partir de un nivel determinado de decibelios, para la salud física y psíquica de la población: aumento de la agresividad, inquietud generalizada, insomnio, aumento de la tensión arterial, falta de rendimiento laboral y escolar, etc.
¿Cómo se ha llegado a este panorama de ruidoso ocio, sin límites de espacios (en pequeñas plazas públicas recoletas del centro se están ya organizando fiestas privadas) ni de tiempo ( muy frecuentemente desde el anochecer hasta la madrugada) como en un esperpéntico y continuo carnaval? Los salmantinos, como en general la población castellana, ha sido siempre una población comedida, prudente, enemiga de exageraciones de cualquier tipo, sabiendo con mucho sentido común diferenciar el tiempo de fiesta y de ocio del tiempo de trabajo, de descanso, de paz. Esto quiere decir que este boom de juergas, alcohol y noches descontroladas, no ha surgido espontáneo, sino seguramente impulsado por grupos que se benefician económicamente del “desmadre”.
Los más dañados, ya se han agrupado en una Asociación en defensa de la normal tranquilidad de los espacios públicos. No conocemos en detalle los programas municipales de los distintos grupos políticos que se presentan el día 28 a las elecciones, pero, al menos explícitamente y dándole la importancia que tiene, este tema no aparece reflejado en ninguno de los programas vistos.
Una última observación, de carácter psicológico, sobre esta “epidemia” de ruido, fiestas y consumo de alcohol ininterrumpido: no es ninguna manifestación de alegría, de bienestar, de sana celebración de buenas noticias; es un mecanismo psíquico de defensa para el olvido o la negación de los graves problemas que nos rodean (deterioro climático, inseguridad sanitaria, inflación, problemas generalizados de salud mental, etc). Como decimos en psicología clínica: en la exageración se observa el síntoma.
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