El ser bollera, afortunadamente, deja ya de ser una connotación negativa. Ahora, incluso, se usa positivamente.
Es lo que ha hecho la ministra de Igualdad Social, Irene Montero, al referirse a la candidata de Unidas Podemos a la alcaldía de Valencia, Pilar Lima. Al ensalzar sus méritos, dijo de un tirón los de sorda, bollera, feminista y valiente, así como su pertenencia a la agrupación autóctona equivalente al colectivo LGTBI.
Hasta hace nada, como quien dice, las alusiones a la condición sexual de la gente, y más en campaña electoral, eran consideradas discriminatorias y del mal gusto, rozando el delito, si cabe. Hoy día, ya ven, se utilizan como alabanza respecto a los que tienen una condición sexual distinta.
Esta característica, como las otras que adornan a la candidata no es ni mejor ni peor para el puesto de alcaldesa de Valencia; en cualquier caso, no son necesarias. Pero aquí viene la trampa de los tiempos que corren: la de la ventaja de las minorías sobre las mayorías, Antes, lo ideal era ser como los demás, sobre todo en el tema electoral, donde los candidatos intentaban que los lectores se identificasen con ellos, para así conseguir su voto.
Ahora hemos pasado al extremo opuesto, donde se busca la identificación no con la masa, que eso lo puede hacer cualquiera, sino con la minorías de todo tipo, incluyendo, claro está, las de contenido sexual. O sea, que no basta con ser una persona normal, entendida como tal la de la masificación, sino que en un halago a las distintas minorías se trata de hacerles la pelota e indicar de paso que no se sigue la tendencia borreguil de pertenecer a la mayoría.
Como esto siga así, se extremará la tendencia, no ya a aportar candidatos diferentes o singulares, sino a buscarlos cada vez más estrambóticos para presumir de la diferencia y denostar de paso a las mayorías como seguidoras de planteamientos retrógrados y negativamente convencionales.
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