Hace pocos días fue coronado rey de Inglaterra un señor que se llama Carlos (Charles, en su lengua original), y que reinará como Carlos III. Este acontecimiento ha sido televisado en directo y visto por millones de seres humanos por todo el planeta, para gloria del imperio británico y la madre que lo parió. Además, nos han ido ofreciendo los previos en los días anteriores a modo de entrevistas, documentales, repaso de los preparativos, explicación de la ceremonia, análisis de la situación de la casa real británica… Y ojo, que ahora vienen los posos, que es lo mismo que los previos pero a toro pasado. De nuevo tertulias, comentarios, análisis desde diferentes puntos de vista como la moda, lo gastronómico, lo económico o eso que llaman “el corazón”, que en definitiva es cotillear sobre algo, sabiendo que a la gente le mola mucho.
La ceremonia en sí, pomposa, majestuosa, exuberante y muy marcada por un protocolo de mucha tradición. Muchos símbolos con mucho significado (es lo que tienen los símbolos, que tienen que tener un significado) y muy antiguos, de siglos incluso. Con estilo imperial, que te llevaba a la edad media, y a unos tiempos que uno pensaba que ya habían pasado. El rey, ya con casi setenta y cinco años, muy hierático y serio, que aunque no es la alegría de la huerta, parecía estar sufriendo y aguantó estoicamente como pudo tal aglomeración de palabras, signos y simbolitos. Y al final, ¡Dios salve al Rey!, esa fórmula medieval que nos recuerda que la monarquía tiene origen divino, es decir, que es Dios quien elige al rey de turno, a través claro está de sus ministros eclesiales, obispos y demás cohorte.
Y el pueblo británico, movido entre tres corrientes. Una, la más exhibida en los medios, la de los entusiastas y forofos, la de los que están días antes reservando un lugar para ver mejor lo que se pueda ver, la de los que llevan pegatinas, chapas, disfraces, banderitas… Otros, los indiferentes, que ese día se quedan tranquilamente en su casa y que les da igual la movida y finalmente otros, los que se oponen, los que protestan y los que se quejan, silenciados y ninguneados oportunamente, que quedan muy mal en la tele.
Un gran gasto económico, pero un día es un día. Y algunos haciendo el negocio del año vendiendo pasteles, dulces, gorras y todo lo habido y por haber. Que para vender bobadas, tiene que haber bobos que compren, claro. Una fiesta en la que los ingleses se ponen en el escaparate a mostrar músculo y glamour, orgullo patrio de las patrias, imperio colonial venido a menos.
Pero más allá de la fiesta en cuestión, que a mí ni me va ni me viene, mi reflexión sobre alguna cuestión. ¿Qué papel están llamadas a jugar hoy las monarquías en el mundo? No parece que esté claro, aunque habría que analizar cada país. Es difícil sostener y justificar hoy un sistema de elección basado en la sangre, en ser hijo o descendiente de otros, sin más. Y sobre todo, ¿cuál es el trabajo de un rey? Me llama la atención que todavía aparezca el obispo de Canterbury a coronar a Carlos, que todavía la religión vaya de la mano del poder real.
Para una gran cantidad de ciudadanos, especialmente en las generaciones de jóvenes, se va fraguando un pensamiento más bien indiferente cuando no negativo sobre la monarquía. Conocemos la vida, muchas veces poco edificante, de algunos reyes, sus gastos, escapadas, riquezas y hoy no cuela tanto como en el siglo trece o catorce, que lo que decía el rey iba a misa y ya está y al que le pareciera mal tenía su cabeza en un cesto al día siguiente. Las monarquías son conscientes de una corriente de impopularidad que va creciendo entre los ciudadanos, y por eso tienen quieren cuidar mucho su imagen, sus gestos y palabras. Y sobre todo se pide transparencia en sus gastos e ingresos y en sus funciones.
Finalmente, me encanta que los ciudadanos ingleses y los que se quieran sumar, celebren este acontecimiento. En realidad, lo que me gusta es celebrar y que la gente esté contenta festejando cualquier cosa. Pero sin olvidarnos que al día siguiente de la fiesta seguimos teniendo mucho trabajo. En Inglaterra hay millones de ciudadanos bajo el umbral de la pobreza. También lo hay en otros países de nuestro real occidente. Y muchos asuntos por los que trabajar y sumar entre todos. Que este acontecimiento no nos atontone como para no darnos cuenta de que hay cosas que no van bien y que hay que cambiarlas. Porque al final, entre coronaciones, el fúrgol, pan y circo, estamos anestesiados y dormidos. Así nos va. ¡Dios salve al rey!
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