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Tomás Gil, Eduardo Azofra y Juan Andrés Martín, tener fe en el arte
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Museo Diocesano de Salamanca

Tomás Gil, Eduardo Azofra y Juan Andrés Martín, tener fe en el arte

Actualizado 10/05/2023 10:06
Redacción

El Palacio Episcopal se ha reformado para acoger un Museo que apuesta por la comunión entre el arte moderno y las piezas históricas

Entre las tablas flamencas del Maestro Gallego, bajo su Cielo de Salamanca, suena la música de las esferas. Más allá de las vidrieras recobradas, de las obras resguardadas del olvido, del legado de siglos de la Iglesia y la libertad creadora de los artistas que viven entre nosotros, la visita al Museo del Palacio Episcopal nos devuelve la emoción pura de la contemplación detenida. Y es en esta exquisita comunión de tradición y modernidad donde suena la voz de Tomás Gil, Director del Servicio de Patrimonio artístico, la de Eduardo Azofra, profesor de Historia del Arte de la Universidad salmantina y la de Juan Andrés Martín, quienes dialogan allí donde el aire se serena más allá del afán y la prisa cotidiana, recorriendo las estancias de la emoción primera: mirada conmovida, conmovedora belleza.

Charo Alonso: ¿Cómo surgió la idea del Museo?

Tomás Gil: El Museo Diocesano fue iniciado por el obispo dominico Barbado Viejo allá por los años 50, primero en la catedral y luego en el Palacio Episcopal. Lo que ha cambiado ha sido el hecho de que la diócesis, en su Asamblea celebrada entre el 2014 y el 2016, solicitó el uso del patrimonio artístico como medio para conectar, evangelizar y dialogar con la humanidad actual. Entonces, el obispo Don Carlos López me nombra encargado para llevar adelante esta tarea además de otras relacionadas con la investigación, catalogación o conservación del patrimonio, sobre todo en el mundo rural. Y para ello tenemos un equipo de gente, entre los que se encuentra Eduardo Azofra, quien nos une a la universidad.

Ch.A.: ¿Y cuál es el papel de la universidad?

Eduardo Azofra: Desde Patrimonio Artístico de la Diócesis se hizo un proyecto para que los alumnos del Master de Estudios Avanzados en Historia del Arte pudieran hacer prácticas. Llevamos cuatro años actualizando el inventario de la diócesis y participando del proyecto del museo, que responde en un 80%, a lo que proyectamos el verano del 2019. También es importante reflejar que hay una parte importante de piezas que no son del depósito de la diócesis, sino préstamos, donaciones de artistas vivos o familiares de los artistas con los que nos hemos puesto en contacto y que todos han querido participar.

Ch.A.: ¿Qué busca el espectador de un Museo, de este Museo?

T.G.: Busca la esperanza que proporcionan el arte y la belleza. La belleza, aunque no responda a lo material de la supervivencia, es imprescindible para seguir adelante. Creo que es una búsqueda de la trascendencia y de la espiritualidad, porque el ser humano está hecho con ese deseo profundo de Dios en su corazón. Para nosotros, el que nos ha proporcionado en plenitud todo esto ha sido Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Las obras de arte que hemos conservado y expuesto son una herencia recibida de su paso con su Iglesia en la historia, y ahora son ejemplo y estímulo.

Ch.A.: ¿El arte como camino de perfección?

T.G.: Yo diría como expresión del camino de la salvación. Contemplamos las obras de arte como huellas que nos han dejado el Señor y su Iglesia para que le sigamos con fidelidad y creatividad. Las obras de arte en sí no cumplen esa misión evangelizadora, esa es tarea de la Iglesia. El Museo posibilita un lugar de encuentro con una humanidad que no comprende lo que mira porque le falta la luz de Cristo, por eso necesitamos prepararnos para saber dialogar y proponer en libertad, explícitamente, a Jesucristo y su Evangelio.

Ch.A.: Después del inmenso trabajo de montar el museo ¿Hay alguna obra que os conmueva especialmente?

E. A.: Es muy difícil elegir, depende del día, de la luz. Quizás de las obras que más he fotografiado me quede con el Descendimiento de Alonso de Berruguete. Y ellos saben que me encanta la platería y es impresionante la cruz de Villares de la Reina, poder verla en el museo tal como está expuesta, con el audiovisual que se detiene en los detalles. Es algo excepcional.

J. A. M.: A mí me conmueven el descubrimiento y atribución de las nuevas tablas de Fernando Gallego y la interpretación de su Cielo de Salamanca. Es un espacio, el suyo y el de sus colaboradores, el Maestro Bartolomé y Pedro Bello, que no me canso de contemplar.

T.G.: Para mí, los dos Cristos de Núñez Solé que nos llegaron sin que los esperásemos. Uno representaba más la dimensión pascual y otro el de la pasión, conjugar los dos con ese fuego en medio de la vidriera rememora la luz de la vida nueva del Resucitado en la noche de la vigilia pascual.

Carmen Borrego: Uno espera un museo de “arte sacro” y no de piezas modernas como sucede en la planta superior…

T.G.: Este museo quiere ser un diálogo de la Iglesia con la cultura en respeto y libertad. La fe genera cultura. Es cierto que la Iglesia se ha alejado en cierto modo del arte de vanguardia, sin embargo, la fe desde Jesús produce novedad, tomó elementos del Impero Romano para hacer inteligible su mensaje y luego generó cultura… algo tan potente como Cristo tiene que generar lo nuevo, la vanguardia. El Concilio Vaticano II vino a decir que desde el momento en que Dios eligió encarnarse en un ser humano, nada de lo humano debía serle ajeno. Si Dios ha elegido a la humanidad para salvarnos, quiere decir que todo lo que hace el hombre, sobre todo la creatividad, es importante. Separar arte sacro de arte profano nos ha hecho mucho daño y alejado de los artistas de vanguardia.

Ch.A.: Dejó de haber un diálogo con el arte moderno…

T.G.: La fe, como renovadora que es, también genera cultura. No se trata solo de utilizar los recursos culturales que los hay, y todos: música, literatura, teatro, fotografía, danza, cine, literatura y las manifestaciones artísticas que se crean en las plataformas digitales como son las realidades inmersivas. La fe se debe comunicar y expresar con todos los medios e interculturizarse con el mundo que la rodea. Nosotros no distinguimos entre arte religioso y no religioso, eso nos ha hecho mucho mal, fuera eso. El arte tiene una misión de mostrar la transcendencia y en esa búsqueda de transcendencia está toda la humanidad. Aquí hay obras que son profanas. Por ejemplo, hay una obra de Ignacio Villar que se usó para la pandemia, Eduardo nos habló de ella y le dije, sé dónde ponerla…

E. A.: En el caso de las obras expuestas arriba, las hay que no tienen directamente que ver con la religión y nosotros le hemos dado la vuelta para encajarlas y todos lo han entendido así.

J. A. M.: La gente piensa que este es un museo de arte sacro, separado de la realidad del mundo, y no es eso, es algo más en el que la fe dialoga con la humanidad actual.

E. A.: Este Museo no es una muestra cerrada, en tres años o cuatro nos replantearemos exponer obras que siguen en el depósito diocesano, esperamos descubrir otras, aceptar las que lleguen…

T.G.: Decimos que son espacios expositivos permanentes pero no la colección, que no va a ser siempre la misma ni mucho menos, el espacio expositivo es permanente, pero la muestra no.

Ch.A.: ¿La gente está visitando este nuevo museo?

T.G.: Las visitas vienen a la par que la catedral. Los salmantinos al principio eran muy tímidos, pero ahora se ve que funciona el boca a boca… Hay gente que dice “Vengo a ver la recreación del cielo de Salamanca” y les digo, no hombre, no, ven a ver algo más…

Ch.A.: Volviendo a las obras depositadas ¿Puede un pueblo preocuparse por cederlas?

T.G.: Al contrario, es un lugar que quita sus preocupaciones, por ejemplo, la cruz de Villares de la Reina casi siempre ha estado en el depósito diocesano. La sacan en la fiesta y aquí está guardada, protegida. Para que esté escondida allí está mejor aquí, porque está expuesta para ser contemplada por todos y esa comunidad parroquial dispone de ella cuando quiere. A veces no se pueden custodiar las piezas de una pequeña parroquia y aquí se dan las condiciones para salvaguardarlas, y saben que son suyas y que, por ejemplo, en la fiesta u otra celebración, pueden utilizarlas.

C. B.: Obras impresionantes que hay que cuidar.

T.G.: Sí, pero las obras en sí no evangelizan. Por muy bien que estén colocadas, como no des unas claves de comprensión no se entienden y eso necesita de personas. El arte tiene que concitar encuentro de personas, para que luego la obra te hable a ti, te dé lo que tiene que transmitirte desde la belleza.

Ch.A.: De ahí vuestro proyecto, Tomás, Juan Andrés, de ‘Fe y Arte’.

T.G.: Todo empezó con un sacerdote, Victoriano Pascual, que cuando llegamos a la zona de Peñaranda nos dijo que allí había mucho patrimonio… entonces reunimos a la gente, empezamos a darles formación…

J. A. M.: Es que hay que empezar por lo de ellos, sensibilizarles para apreciar y cuidar lo suyo, lo que les han dejado sus mayores, lo que les han dicho que es muy bueno y nadie les ha explicado…

Ch.A.: Vuestro trabajo es muy divulgativo. ¿Quedan cosas por descubrir?

J.A.M.: Llevamos 17 años con la actividad de “Fe y Arte” y seguimos realizando estos encuentros porque a veces no conocemos el arte que tenemos a nuestro alrededor. Gentes de toda condición nos preguntan para participar, aprender y disfrutar de la belleza. En Salamanca llevamos siete años y hemos hecho lo mismo que en la provincia en algunas de las parroquias porque se trata de realizar una labor formativa, dar lugar a nuevas obras, vídeos, estudios e investigaciones… y sobre todo, hay que crear grupos de personas que luego enseñen a la gente que viene de fuera lo que tiene su parroquia, en su pueblo…

Ch.A.: Arte compartido.

T.G.: El arte se hace representación de la fe, lo visible nos lleva a lo invisible y lo invisible, de nuevo a lo visible, a la belleza ¿Dónde está la belleza del arte? ¿En la obra en sí o en las personas que comparten entre ellas ese sentimiento de la belleza? Yo creo que está en la unión de esas personas, el arte debe generar comunión entre los seres humanos porque todos necesitamos amar, todos necesitamos crear.