Más allá de la arrogancia de tratar de legalizar riegos donde escasean el agua y los acuíferos, que pone estos días de actualidad el parque nacional de Doñana, hay algo que merece toda la protección gubernativa y el cuidado y respeto de la ciudadanía, como son nuestros humedales.
Todos merecen protección y cuidado, pero algunos son emblemáticos y –pese a prácticas abusivas en algunos de ellos– merecerían una atención especial, pues nuestra Península Ibérica es una de las zonas europeas con mayor peligro y riesgo de irse desertizando poco a poco y de contar con reservas de agua cada vez más escasas y exiguas.
Están en la mente de todos humedales como los del onubense parque nacional de Doñana; el Mar Menor murciano (cuya contaminación ha saltado a la actualidad en los últimos tiempos, también –en parte– debido a prácticas agrícolas inadecuadas); el catalán Delta del Ebro; las manchegas Tablas de Daimiel y Lagunas de Ruidera; la aragonesa laguna de Gallocanta…
Acaso sean todos ellos la joya de la corona de nuestros humedales peninsulares. Pero –como dijo alguien con razón– Doñana es al medio ambiente lo que ‘Las Meninas’ de Velázquez a la pintura. No es extraño que Europa, el gobierno europeo trate de protegerlo.
Y no se puede adoptar una actitud insumisa a una normativa del gobierno europeo que es protectora de uno de nuestros más valiosos patrimonios naturales. Porque parece que algunos quisieran que respiráramos con el tubo de escape de los coches puestos en la boca, porque el anhídrido carbónico no contamina ni es perjudicial para la salud…
No valen los negacionismos medioambientales, como tampoco los de otros tipos, cuando se enfrentan a evidencias que sufrimos todos. Van en contra del bien común, del interés general, que es lo primero que hay que preservar y proteger siempre.
También todo este tiempo, debido a las prolongadas sequías y a las anormales olas de calor, salta al tapete de la actualidad la escasez de agua. Ante ello, no valen solo las protestas. Hay que tomar medidas que nos afectan a todos: consumo más sobrio y responsable de ella; no “regar a manta”, como ocurre en el área leonesa en que vivimos, en que se inundan los prados sin más; ensayos de prácticas y de cultivos agrícolas que requieran menos agua y que resistan sequías y calores, etc., etc., etc.
Porque a todos nos va la vida en ello. Porque la protección y defensa de nuestros humedales revierte siempre en nuestro bien, en el bien de todos, en el bien común; algo que no acaban de entender las perspectivas basadas en intereses egoístas.
Y, porque desde el regeneracionismo de finales del siglo XIX y a lo largo de todo el XX se ha tratado de distintos modos de llevarla a efecto, tenemos pendiente como país una tarea, como tantas otras: llevar a cabo una planificación consensuada del recurso del agua, para que sea un bien vital que nos alcance a todos.
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