Día de… que no es lo mismo que día “D”; ese es de otra película. Aunque si se nos olvida, sí puede implicar un parte de guerra (guiño, guiño).
Día de las madres es como por acá se le dice, o se le decía, no sé si haya quien quiera cambiarlo a algo más incluyente como día de las personas que ejercen la maternidad… Pero bueno, ya he contado alguna vez que el Día de las Madres, en esta orilla, no es el primer domingo del mes que acabamos de iniciar, o sea, el próximo –¡felicidades, mamá!– sino el día 10. Aquí resulta que las madres tienen fecha fija y el día de San José solo se felicita a los pepes; ya ven, aquí el día movible es el del Padre… Es curioso, no de los padres, no, del Padre, aunque también a lo mejor hay propuestas de celebrar a las personas que ejercen la paternidad, siempre que no caigan en el heteropatriarcado… Creo que no, me da que queda un poco largo.
En fin, para su información –o sea, FYI– el todavía Día del Padre se celebra el tercer domingo de junio.
Volviendo al actual, tal vez sea “de las Madres” por lo buenos hijos que son por acá, vamos, que no solo se felicita a la propia, ni ma… –ups, casi se me escapa un mexicanismo no muy pertinente en el contexto–; para nada, aquí se felicita a todas: la propia, las ajenas y las que se vaya uno encontrando por la calle: madres, mamás… y mamacitas; estas últimas, bajo su propio riesgo.
Tras la reflexión filosófica, la crónica, un 2x1, vamos. El 10 de mayo, cualquier 10 de mayo, es la locura en estos lares: el tráfico se desquicia, a las mamás les suelen dar permiso en el trabajo para llegar tarde o, de plano, no ir; los restaurantes están llenos todo el día, literalmente, porque como aquí el desayuno es copioso, la comida celebrante puede ser la mañanera: gajes de tener que festejar por separado a la madre propia y a la, o las, de los hijos, digo yo.
La peculiar relación materno-filial no termina ahí; en México, madre puede llegar a ser una mala palabra: lo que allá conocemos como taco –que aquí es comida– o palabrota. Me explico con algo parecido a un ejemplo: un mexicano cincuentón de 1.90, con sombrero y bigotote, por decir, un narco de serie, de narcos, tiene mamá, no madre.
Y claro, aunque a la mía le digo mamá, cuando hablo de ella lo hago de “mi madre”, y aquí suena como un poco rudo, hasta feo; gajes del eufemismo, digo yo.
Esa posibilidad de que madre sea palabra un tanto “non grata” se acrecienta porque resulta que “una madre” no solo hace referencia a la progenitora, también puede aludir a una monja –dentro de la lógica– o a algo pequeñito, pero no como en la canción que hace años fue a Eurovisión sino algo pequeño, ínfimo, de poco valor; seguro que han oído la mexicanísima expresión: “me vale madre, o madres”… Que sí, hombre, que la puso Alejandro Sanz en una canción.
¡Madres!
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