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Salir del olvido
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Salir del olvido

Actualizado 26/04/2023 08:36
Juan Antonio Mateos Pérez

La filosofía hay que

degustarla y no devorarla

GILLES MÉNAGE

Quien ama a Dios lo hace de verdad solo si también ama a su prójimo

CATALINA DE SIENA

Cuando revisamos la historia del pensamiento, es difícil encontrarnos en los libros al uso, a las pensadoras más destacadas en cada momento, parece que se ha marginado y excluido a las mujeres. Como nos recuerda Rosa María Rodríguez Magda, esta invisibilidad se ha producido, entre otras razones, por la imposibilidad de la mujer en el acceso al saber y los modelos de una forma de hacer historia que no ha guardado la memoria de sus aportaciones. El pensamiento y la mujer han sido una tarea silenciada, por tanto, es necesario recuperar el pensamiento y la palabra de tantas mujeres que nos han precedido en esta hermosa tarea de pensar: Aspasia, Diotima, Hipatia, Hirdegard von Bingen, Margerite Porète, Catalina de Siena, Isabel de Villena, Teresa de Ávila, Juana Inés de la Cruz, Olympe de Gourges, Germaine de Staël, Concepción Arenal, Edith Stein, Simone Weil, etc.., por citar algunas de las de esas mujeres.

Ese peregrinar de las mujeres por el pensamiento comienza en la antigua Grecia, y entre el número importante de sus pensadoras, no podemos olvidar a la filósofa y científica más destacada de la antigüedad, la neoplatónica Hipatia de Alejandría (siglos IV-V), partidaria de la concepción heliocéntrica del cosmos, felizmente recuperada para la cultura gracias al cine. En la Edad Media, la filosofía se acaba convirtiendo en una ciencia auxiliar de la teología, poco sabemos de muchas mujeres en esta época, solo que las nobles solían ser muy cultas, mucho más que sus maridos, todavía más, aquellas que entraban en los monasterios.

La corriente de pensamiento Escolástica buscaba en dos pilares: la tradición y el pensamiento lógico. Dentro de la tradición estaban las autoridades de la Iglesia, la Biblia y el pensamiento de Aristóteles, su objetivo era fundamentar los dogmas cristianos desde la razón. La mujer no le estaba permitido ocuparse de estas cuestiones, no encontramos ninguna mujer dentro del pensamiento escolástico. Pero muchas pensadoras encontraron su lugar en el mundo en la corriente mística. La espiritualidad será una vía de emancipación, se buscaba una filosofía no tanto basada en la razón, sino estar a la escucha de Dios con un alma abierta. A través de sus escritos acabaron conectando con otras mujeres que tampoco aceptaban el papel que les reservaba la sociedad jerarquizada y patriarcal de su tiempo. Así subrayamos a mujeres como Hildegard von Bingen, Mecthild von Magdeburg, Margarite Perète, Chistine de Pizan o Catalina de Siena.

Todas estas mujeres intentaron vivir su fe con gran intensidad y desempeñaron un importante papel en la renovación religiosa de su tiempo. Aportaron su forma particular de vida espiritual y de relación con Dios. Muchas denunciaron la corrupción de la Iglesia, incluso llegaron amonestar a los Papas y emperadores, como es el caso de Catalina de Siena, o presentaron una importante reforma y renovación de sus órdenes religiosas.

Catalina de Siena desde pequeña tuvo visiones que la impulsaban a entrar en un convento, pero se encontrará con la firme oposición de su madre. Tendrá la suerte de ser admitida a los 16 años en la orden seglar de terciarias dominicas, dedicándose sobre todo a los enfermos. En un mundo de disputas, divisiones y conflictos, de pérdida de identidad de la Iglesia, así como una fuerte crisis religiosa. Catalina, mujer y laica, en un mundo profundamente clerical y masculino, se lanza a la pacificación y reforma de la Iglesia, al cuidado de enfermos y necesitados, difundiendo el buen olor de la espiritualidad de la misericordia de Dios en los caterinatos de espiritualidad, siendo maestra de numerosos religiosos y laicos. Pronto se formó a su alrededor un círculo de religiosas, frailes y laicos que la ayudaban y la acompañaban.

Catalina hizo poner su pensamiento por escrito, al ser analfabeta, se veía obligada a dictar sus textos. Ante la necesidad, pronto aprenderá a leer y escribir, poniendo entonces sus pensamientos de manera sistemática en su obra principal, el Diálogo o Libro de la Divina Providencia. Escribirá su obra en lengua vulgar y no en latín, así puede llegar más lectores y buscar seguidores. En su obra, plantea un diálogo entre Dios y el ser humano. Comentaba “quien ama a Dios lo hace de verdad solo si también ama a su prójimo”. En el centro de su pensamiento sitúa la ética, el obrar correctamente.

El amor de Dios es la plenitud, Catalina busca esa unión con el Amado, vaciando el corazón de todo afecto y la mente de todo pensamiento, para que Dios sea todo en su corazón. En esa pasión y amor por Dios, como tantos místicos, no dejó de tener su noche oscura. Pero superado ese momento, pasará de una mística encerrada en su “celda espiritual” a la acción, una mística de ojos abiertos, acudiendo a socorrer a los más necesitados y enfermos, así como a la animación espiritual.

Desde su mística activa, Catalina destacará en el aprovisionamiento a niños y ancianos hambrientos, como la atención a enfermos de lepra, que fueron auténticas obras de misericordia y de entrega a los más necesitados. En su atención a los más pobres y enfermos se ganó la confianza y el corazón de muchos, que no tardaron en acogerse a su maternidad, la llamaban la “mamma”, su vida y sus enseñanzas engendraban vida, una vida que brotaba desde el manantial de su fe en las llagas y cruz de Jesús.

Una segunda fuente de alimentación de la espiritualidad de Catalina, la encontramos en sus Hermanas de Penitencia, así como numerosos laicos de su tiempo: políticos, juristas, artistas, etc. Sus “caterinatos” se extendieron por las principales ciudades de Italia, Siena, Florencia, Luca, Pisa, Nápoles, Roma, acudiendo numerosas personas a escuchar sus palabras y predicaciones, siendo maestra de espiritualidad y promoviendo la paz. Comentaba: “No se contenten con las pequeñas cosas. Dios las quiere grandes. ¡Si serán lo que deben ser, pondrán el fuego en toda Italia!”. Catalina murió en Roma a la edad de 33 años de tuberculosis. En 1461 la hicieron santa, en 1970 doctora de la Iglesia y en 1999 copatrona de Europa, Brígida de Suecia y Edith Stein (Sor Benedicta de la Cruz).

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