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Villalar de los Comuneros
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Villalar de los Comuneros

Actualizado 24/04/2023 14:20
Fermín González

"Principios de los comuneros:

La soberanía reside en el común

La razón prima sobre toda autoridad

Los pueblos no abdican su soberanía

Todo poder es necesariamente limitado"

Hace buena cantidad de años, nadie en Castilla se acordaba de Villalar. Una vez que se formaron las autonomías, los partidos de izquierda junto a sindicatos, se dieron cita en Villalar y se acepto entonces, que la efeméride del señalado día de Castilla y León fuera el 23 de abril; y en estas seguimos, eso sí, ahora acompañados de toda la “grey” política, rememorando lo ocurrido en 1521, cuando los comuneros pusieron en jaque a la corona, que exprimía a su pueblo para financiar las guerras, los templos y santuarios y aquello que exigía el Pontificado romano.

“Ayer fue el día de pelear como caballeros, hoy el de morir como cristianos, dijo Juan Bravo a Padilla, cuando subían hacia el patíbulo”.

En abril, el emperador Carlos V había convocado cortes en Toledo, y durante su celebración las revueltas iniciadas el año anterior se convirtieron en una auténtica sublevación. Las cortes se trasladaron a Santiago de Compostela, aunque la crisis se arregló en cuanto las peticiones de los toledanos fueron satisfechas. Garcilaso de la Vega, que había participado en la revuelta, fue admitido como oficial del ejército imperial.

En Santiago, Carlos V solicitó nuevos fondos a las cortes y, tras un duro forcejeo, los delegados lo aceptaron, a pesar de que sabían que estaban traicionando la voluntad de las ciudades a las que representaban. En mayo, los segovianos mataron a su representante, Rodrigo de Tordesillas, instigados por Juan Bravo. El emperador ya había zarpado hacia Alemania, y había dejado España bajo el gobierno de Adriano de Utrecht. Éste envió a al licenciado Ronquillo para castigar a los autores del crimen, pero los segovianos le negaron la entrada y los toledanos enviaron en defensa de éstos un ejército capitaneado por Juan de Padilla. Ronquillo tuvo que retirarse.

En los dos últimos meses, las ciudades de Burgos, Madrid, Cuenca, Zamora y Ávila se habían sumado a la insurrección contra el gobierno de Adriano de Utrecht. Los sublevados de Zamora, que habían tomado la ciudad por las armas, estaban dirigidos por el obispo Antonio Osorio de Acuña. En Ávila se empezó a reunir la Santa junta de los comuneros, presidida por Pedro Lasso de la Vega, que nombró capitán general a Padilla e inició deliberaciones, no sólo sobre la insurrección, sino sobre el gobierno del reino. Su hermano Garcilaso, en cambio, permaneció fiel al rey.

La junta de los comuneros se trasladó a Tordesillas, donde, el 1 de septiembre, algunos de sus miembros se entrevistaron con la reina Juana y, desde ese momento, dijeron actuar con su aprobación (cosa que no está del todo clara). La junta envió emisarios al emperador con un largo memorial en el que exponen sus exigencias, pero Carlos V encarceló a todos los emisarios menos a uno, que se había retrasado y, viendo la situación, volvió a España inmediatamente.

El emperador Carlos V, desde Alemania, asoció al gobierno de España a dos magnates castellanos, el almirante Fadrique Enríquez y el condestable Íñigo de Velasco. Por su parte, los comuneros nombraron capitán general a Pedro Girón, un aristócrata que se había unido a ellos por interés y despecho. Padilla, ofendido, regresó a Toledo.

Pedro Girón conducía desastrosamente el ejército comunero. Permitió que el ejército real se engrosara con la continua afluencia de magnates, hasta que, el 4 de diciembre, los realistas se apoderaron de Tordesillas y la reina Juana cayó en sus manos. El 5 de diciembre tomaron también Toledo. No está claro si Girón era un incompetente o un traidor, pues a los pocos días se presentó ante su tío, el condestable Íñigo de Velasco, dispuesto a cambiar de bando, y recibió el perdón del rey.

Tras la deserción de Pedro Girón, los comuneros de Castilla habían vuelto a llamar a Juan de Padilla, el cual reorganizó un ejército formado por más de diez mil hombres y el 21 de febrero de 1521 tomó Torrelobatón. Se iniciaron entonces unas negociaciones con los realistas en las que se llegó a un principio de acuerdo, aceptado por Pedro Lasso de la Vega y por el propio Padilla, pero que finalmente fue rechazado por la Santa Junta cuando llegó el emisario que explicó el caso que Carlos V había hecho al memorial que le había sido enviado y el trato que había dado a los emisarios. Mientras Padilla reúne un ejército en Burgos, el obispo Acuña hace lo propio en Madrid, y con él entra en Toledo, donde se hace proclamar arzobispo aprovechando la reciente muerte de Guillermo de Groy.

Los comuneros esperaban refuerzos en Torrelobatón para recuperar Tordesillas, pero sólo llegó una mínima parte de los que esperaban: las milicias de Segovia, a las órdenes de Juan Bravo, y las de Salamanca, al mando de Francisco Maldonado. El 19 de abril las tropas realistas estaban ya a una legua de Torrelobatón y Padilla consideró prudente retirarse a Toro. Sin embargo, el 23 de abril, la caballería realista, dirigida por Íñigo de Velasco, aprovechando que la lluvia neutralizaba a los arcabuceros enemigos, arremetió contra el ejército comunero cerca de Villalar, el cual (formado, en palabras del propio Padilla, por proletarios, menestrales y labradores) apenas ofreció resistencia y, a pesar de los esfuerzos de Bravo y Maldonado, se dispersó. El 24 de abril, Padilla, Bravo y Maldonado fueron degollados en la plaza de Villalar. La viuda de Padilla, María Pacheco, sostuvo la revuelta comunera en Toledo, junto al obispo Acuña.

Una traición permitió al ejército real, dirigido por Antonio de Zúñiga, entrar en Toledo, el último reducto de los comuneros. El obispo Acuña fue encarcelado, mientras que María Pacheco logró escapar a Portugal, donde la protegió el obispo de Braga. También había huido a Portugal Pedro Lasso de la Vega, para el que su hermano Garcilaso trató en vano de conseguir el perdón real. La represión fue dura y la autoridad real sobre España se volvió incuestionable. Las cortes se convirtieron en un instrumento dócil a los intereses de la monarquía y, en cuanto a Toledo, Carlos V terminó de someterla al reconstruir el poderoso alcázar que la dominaba y convertirla en la capital de su Imperio.

Fermín González, salamancartvaldia.es, blog taurinerias.

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