Cada 23 de abril, vuelven los libros, se asoman a nuestras vidas, nos reclaman, se nos ofrecen. Y llegan de la mano de Cervantes y de Shakespeare, dos de los más grandes escritores de la humanidad, que supieron tomarle el pulso al ser humano y a la vida, a los misterios del mundo, y plasmarlo verbalmente, en una genial novela, insuperada, y en unas tragedias que plasman las pasiones como universales humanos, y esa necesidad de purificación (de catarsis) que toda pasión requiere.
Y es que los libros siguen constituyendo la mejor compañía para el ser humano, más allá de tantas mascotas con las que nuestros congéneres tratan de entretenerse, de consolarse, de hacerse acompañar, porque la soledad es el más feroz roedor que atormenta el alma humana.
Los libros son nuestra mejor compañía. Nos iluminan y nos revelan el mundo y nuestra propia condición; nos acercan a la belleza, a través de un camino de palabras que llega hasta nuestro corazón y nuestra mente. Ensanchan nuestra conciencia y nuestra sensibilidad. Nos susurran de continuo el relato de lo que somos, un relato interminable, que se prolonga muchísimo más allá de ese arquetipo de mil y una noches, pues verbalizan lo que somos a lo largo de todo nuestro existir.
Porque el libro, pese a las amenazas de todo este huracán tecnocrático que parece querer arrasar con todo, está resistiendo los embates de una barbarie que se disfraza de modernidad tecnológica. Y está resistiendo porque, en el fondo, el libro es una adquisición permanente del ser humano en su paso por el mundo.
En el fondo, el libro nos funciona como talismán que, como todos los talismanes, tiene poderes mágicos, tiene poderes iluminadores, reveladores, consoladores y sanadores; de ahí ese carácter benéfico que tiene para nuestra especie.
Y es, también, una rama de oro, que nos orienta en nuestra travesía por tantas tinieblas como hemos de realizar, para llevarnos siempre, como meta, a los territorios de la luz. Y, con esa rama de oro, no nos extraviamos, no caemos en simas de las que, para nuestra desventura, no podemos salir.
Leamos, seamos lectores. Cada lector tiene una relación personal y única con los libros. No hay dos lectores iguales. Cada uno realiza su propio recorrido. Como las cerezas, cuando las cogemos del cestillo, cada libro que leemos nos lleva a otros. Por ello, la lectura supone siempre un itinerario personal.
Por eso recomendar libros es tan difícil. La lectura nos educa la sensibilidad y el gusto, nos enseña a utilizar mejor la lengua y a conocerla con más profundidad.
Pero, ¿no espigaríamos, a modo de meras propuestas, algunos autores a los que merece la pena leer? Leamos a Rainer María Rilke, este año que sus Elegías de Duino cumplen cien años. Releamos El principito, de Antoine de Saint-Exupery, que también está de aniversario. Al francés Christian Bobin, tan sutil y espiritual, que falleciera en otoño pasado, como Javier Marías, cuya lectura también recomendamos. Y a autores nuestros como Antonio Pereira, del que se cumple el centenario de su nacimiento, o José Jiménez Lozano…
Y leamos a la poeta polaca Wislawa Szymborska, con poemas siempre tan iluminadores. O a Federico García Lorca, o a Miguel Hernández, o a Antonio Machado, o a Juan Ramón Jiménez… Y Octavio Paz y Borges Y la literatura antigua. Y la literatura clásica…
Los libros nos protegen y nos salvan. Nos orientan y nos iluminan. Y nos hacen mejores. Es uno de los logros más perdurables del ser humano en la tierra.
Leamos siempre.
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