Ahora que estamos en el inicio oficial de las Elecciones Municipales y Autonómicas, es el momento de reflexionar sobre los motivos por los que somos el país europeo con más políticos proporcionalmente, con más gastos económicos que se derivan de los cientos de diputados, de tantos parlamentos, diputaciones provinciales, ayuntamientos.
Y a la vez somos uno de los países europeos con más diferencias y desigualdades económicas y de servicios públicos entre las distintas Comunidades Autónomas o Regiones.
Y a la vez, incluso en los últimos meses de cierta bonanza económica y social, también somos uno de los países con más tensión interna en la convivencia diaria, en cuanto a las discrepancias políticas.
La pregunta es ¿por qué los españoles necesitamos tantas organizaciones políticas, tanta clase política, tanto funcionario de dudosa utilidad? ¿Tenemos quizás la imagen de nosotros mismos de ingobernables, aunque hayan pasado más de 80 años del final de la guerra civil? ¿Por qué, tantos “recursos” en torno a la política, no dan apenas frutos, de más formación política, de mejor convivencia, de más tiempo dedicado a las negociaciones concretas y no a las discusiones baldías?
¿Cómo es que la mayor parte de las tertulias televisivas, gran parte de las charlas en el bar, incluso las discusiones familiares, giran en torno a las discrepancias políticas, en un tono tenso, a veces con violencia verbal, que es el reflejo del que vemos en nuestro Parlamento?
¿No sabemos acaso que el momento más útil y decisivo se da un día cada cuatro años, el día de las votaciones democráticas, y que el resto de la energía invertida en discutir de política es, en general, inútil? ¿Acaso alguien tiene la experiencia de que ha convencido o ha sido convencido por un rival político en una discusión?
Y sin embargo, la mayor parte de las veces que encendemos el televisor, o la radio, o echamos una ojeada a las redes sociales, nos encontramos con grescas, insultos, faltas de respeto entre los rivales políticos. Como si todos los campos que nos rodean, la vida cotidiana, los deportes, las artes, las lecturas, los viajes, el cine, las amistades…fueran engullidos por esa dimensión que llamamos la política, que cada vez se identifica más con las guerras entre los grupos de poder.
El colmo de la irracionalidad es la de esos ciudadanos que parecen interesadísimos en la política (por sus continuas discusiones y manifestaciones agresivas) y el día de las votaciones se quedan en casa. Siempre he tenido la hipótesis de que los que no se acercan a meter su voto en la urna, son ciudadanos que, la mayoría, en su confusión mental, aún no discriminan quiénes son los que favorecen sus intereses y quiénes los que representan otros intereses.
Como si tantas horas diarias de Parlamento, de declaraciones en los telediarios, de tertulias de bar o en el comedor familiar, no sirvieran para nada en la búsqueda de la eficacia política y el bien común.
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