Y la vida sigue

Hace ocho días nos encontrábamos en pleno movimiento y desarrollo de las procesiones de Semana Santa, que terminarían el domingo de Pascua con la procesión del Encuentro de Cristo Resucitado con su propia madre. Y empieza un tiempo nuevo, el tiempo de la Pascua. De momento sigue la semana pascual, que prolonga en ocho días la fiesta misma de la Pascua.

La semana termina con el Via Lucis, que se celebra el sábado de Pascua, con una marcha general entre Beleña y Fuenterroble.

Otro símbolo divisorio lo constituye la fiesta del hornazo, que se centra en la tarde del llamado en Salamanca Lunes de Aguas, el lunes de la segunda semana de pascua. Muestra claramente el punto de división entre el tiempo de cuaresma y Semana Santa, y el comienzo de la Pascua ordinaria, que llega hasta el final del tiempo de Pascua, a los cincuenta días de la Resurrección.

Las vacaciones escolares han terminado ya, y los niños y jóvenes han vuelto a la normalidad de la vida escolar.

En el orden de la política, este año el tiempo pascual se está viendo turbado por la proximidad de las elecciones regionales y municipales. Y vuelve la normalidad de los excesos en las relaciones entre individuos, y entre grupos de diferente orientación ideológica, que se muestran con expresiones ofensivas y con abiertos insultos.

Y entre las expresiones de normalidad está el hecho, que ha tenido lugar esta semana, de la organización de una salida de convivencia a pequeños pueblos cercanos y a la campiña primaveral, que la residencia diocesana de Salamanca llevaba a cabo el pasado miércoles, viajando a Carrascal de Velambélez, distinguido por sus importantes pinturas murales románicas y sus llamativos artesonados mudéjares. En San Pedro del Valle visitaríamos la tradicional fuente secular y el gran fresno que la adorna.

También en el hospital se ha reanudado la vida y la atención en normalidad. En mi caso esa normalidad ha comprendido una operación de un bulto posiblemente tumoral en el cuello de mi hermana pequeña. Y así otras operaciones hospitalarias posteriores a las interrupciones de Semana Santa.

Hemos vuelto a la normalidad de la alegría y de la esperanza. Se ha superado la anormalidad de las muertes, de las enfermedades, de las guerras, de los pecados y enfermedades. La normalidad de las muertes de tantos mayores que conviven con nosotros se deja notar un día sí y otro también. En la última semana han muerto un sacerdote que convivía con nosotros en la residencia diocesana, y una hermana de otro de los sacerdotes residentes. Y así seguimos preparándonos para cuando nos llegue la normalidad de nuestra propia muerte. Sabiendo y confesando por nuestra fe cristiana que la muerte no es el final, sino que es sobrepasada por la propia resurrección de Cristo, que nos ha hecho también a nosotros capaces de resucitar. Ésa es nuestra propia normalidad.