El día que ustedes lean estas líneas, será el Lunes de Aguas, fiesta popular de mi tierra que me permito explicar resumidamente para los que me leen y no son de allí, que alguno hay. La cosa se remonta a 1543, cuando un severo Felipe II se da cuenta de que Salamanca es lugar de muchas casas de mancebía y promulga un decreto según el cual, la abstinencia de la carne en Cuaresma iba más allá de la que se comía o no. Para evitar tentaciones, las prostitutas se trasladaban al otro lado del río y el lunes siguiente al de Pascua, cruzaban de nuevo hacia la ciudad acompañadas de un cura que bendecía su regreso y que atendía por “Padre Putas”. Los estudiantes celebraban el regreso de las mujeres de vida alegre y lo acompañaban con vino y una empanada de lomo adobado, chorizo, jamón y huevo duro (véase foto adjunta) que es la que ha perdurado hasta nuestros días con el nombre de “Hornazo”.
A pesar de mi merecida fama de glotona, no es el Hornazo santo de mi devoción; de él me gusta más la historia que lo sustenta que ese “tojunto” para el que hay que tener mandíbulas de ciento ochenta grados y un estómago a prueba de hornazos, justamente. Pero este Lunes de Aguas me lo voy a comer en compañía de unos cuantos paisanos, no en una pradera al lado del río Tormes sino en un bar bien a cubierto de estas lluvias que no cesan, con la prudencia que requiere el tomarlo de noche, sin siesta y con la obligación de trabajar al día siguiente. Un pequeño acto de nacionalismo gastronómico e incluso de catetismo emigrante, llámenlo como quieran; algo de lo que siempre renegué hasta que me di cuenta de que no podemos renegar de lo que somos casi nunca y, de donde venimos, muy pocas veces.
La dichosa globalización ha puesto en la puerta de nuestra casa todas las cosas que echamos de menos los que vivimos en otro lugar (ni idea de cómo van a llegar esos hornazos a Bruselas, pero seguro que alguien los ha encargado por Internet) y los lugares, a fuerza de estar llenos de cosas de lugares ajenos, se van convirtiendo en lugares menos lejanos…Pero igualmente ajenos. No sé si me siguen en este trabalenguas, pero hace unos días me tomé una pizza napolitana en Londres que ni en Nápoles era tan buena; la internacional del churro se ha expandido con una fuerza inusual, aunque con resultados bastante mediocres, y ya no hay supermercado europeo que no tenga su pareja de cocineros japoneses enrollando sushis a destajo que se venden más que bocadillos de chorizo se vendían en mi infancia y que acabarán teniendo su propia versión rellena de boquerones en vinagre o del mismísimo chorizo.
¿Será bueno esto que nos ocurre? Ni idea. Y por lo pronto, lo que a mi me ocurre es que este lunes 17 de abril, Lunes de Aguas para los salmantinos, también lo va a ser para los salmantinos de Bruselas, y me voy a tomar un Hornazo que me va a saber a gloria aunque me siente mal y me tenga despierta digiriéndolo hasta las dos de la mañana. Salamanca, que consiguió hace siglos ser capital de la bacanal y el saber a partes iguales, que ya es mérito, se ha convertido en un ir y venir de turistas que buscan en las tiendas de embutidos una empanada que se hizo famosa por festejar el regreso a la lujuria (y sobre todo el regreso de las lujuriosas) en tiempos en los que no te cancelaban por ponerle a un cura el nombre de “Padre Putas” ni por atiborrarte de colesterol entre dos masas igualmente grasientas. Me cae simpático este Hornazo paisano mío, por auténtico, mazacote e imposible de “veganizar”, que creo que es un verbo que acabo de inventarme.
Girolamo de Sommaia, un estudiante florentino de buena familia, que se hizo el equivalente a una Erasmus en nuestra ciudad allá por 1607, relata en su “Diario de un estudiante de Salamanca” una puntual crónica de esto que hacían los salmantinos que era “pasar las aguas” (para repatriar a las prostitutas) sin hablar del Hornazo pero sí de otras muchas lindezas que se festejaban en aquella ciudad que, en el Siglo de Oro, fue un centro de radiación intelectual y, a la vez, uno de los mayores burdeles de Europa. Cualquier cosa menos insignificante, vaya…Y cuatro siglos después, Hornazo, turistas, terrazas por doquier y piedras que nadie se molesta en conservar, para eso hemos quedado. Que gocen ustedes del Lunes de Aguas con gula, con lujuria, y con lo que haga falta.
Concha Torres
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